La noche pasada ha sido de esas clásicas “toledana”. ¿Sabéis con quién soñaba? En mi sueño estaban los santos Reyes.
Entre bromas y veras me han hablado de su Epifanía; la Epifanía que el Señor les hizo, el día que nació en el portal de Belén. Me contaban la emoción y el revuelo que en su país produjo aquella extraña señal; los comentarios de la gente; las explicaciones que se daban, la sacudida de los corazones de todos ellos: todos los de buena voluntad; la repentina llamada del Señor en sus propios corazones.
Me ponían de relieve cómo al oír tan clara la voz de Dios, uno a uno, fueron hablando entre ellos y buscaban compañeros para ir a encontrar aquella luz misteriosa cuyos resplandores tanto les había fascinado. Todo el mundo miraba atónito y entusiasmado aquella claridad nunca vista en el cielo, pero fueron los menos los que llegaron a tomar en serio la inquietud que el misterioso suceso levantó en su corazón.
Solo los tres quedaron decididos a llegar hasta las últimas consecuencias y prepararon el viaje ¡en busca de la LUZ!, diciéndose mutuamente: ésta es la señal del gran Rey, ¡Vayamos a buscarlo! Y caminaban entusiasmados tras ella y ¡oh dolor!, de repente se quedaron sin ella, pero en sus corazones seguía insistente la voz trasmitida por aquella LUZ. Buscad, buscad… Y seguían adelante, adelante…
Llegó el momento de entrar en Jerusalén, Palacio de Herodes, reunión con los Sacerdotes y Escribas, conversación con Herodes… ¡Hacia Belén de Judá!.
Sí, ¡allí eran los resplandores! En aquella parte del cielo lo vieron. Y seguían los Reyes su camino, hasta que de repente la Luz vuelve a iluminar sus ojos, estaba esta vez mucho más cerca, casi al alcance de sus manos. Cuando llegaron mis tres buenos compañeros de sueño, los vi transformarse como por ensueño. ¡¡No se habían equivocado!!
Ya lo demás, todo fue de cielo. La parada ante la casa, el encuentro del Hijo acompañado de su Madre. La emoción, las lágrimas, el oro, el incienso y la mirra.
Y aquí ha tomado la situación otro giro.
Ya sabemos, -me han dicho- , que estás preocupado con la Epifanía del Señor que se acerca. Mira: toda tu preocupación será poca, de cara a celebrarla y hacer que la celebren lo mejor que puedan. Habéis tenido una inmensa dicha al haber escogido el Señor vuestros corazones para nacer en ellos en la Navidad que acabáis de celebrar. Para cada uno de vosotros guarda su Epifanía, su a p a r i c i ó n. El ha encendido esa gran Luz, no para esconderla debajo del celemín, sino para alumbrar. El ha venido cargado de VIDA, para que todos VIVAIS hasta dejar de sobra.
El que vive en ti, ese Bendito Emmanuel, -me seguían diciendo- tendrá contigo una Epifanía, una diaria “aparición”: continuamente hará llegar hasta tus ojos resplandores de la Luz que El trajo en la Navidad. Una vez será el resplandor de su pobreza, otra el destello de su humildad. Siempre, siempre, la invitación apremiante a más, a más y mejor.
¡Animo! –me han vuelto a decir-: dándome una palmada en la espalda. Tendrás grandes dificultades. También nosotros las tuvimos. Pero la alegría de la hora de la verdad, no tendrá par; dale entero el oro de tu corazón; envuelve tus días con el incienso de la oración y la mirra del temple del sacrificio que exige nuestro caminar…
No se te ocurra perder el tiempo con quimeras vanas de regalos de cosas de la tierra que nosotros vayamos a mandar. Pídenos gracias divinas que es lo único que nos interesa mandaros y a vosotros recibir. ¡Pídenos lo que quieras de cosas del Cielo, que te las mandaremos con gusto!: decisión, entereza, temple, constancia, valor, fidelidad… De todo eso lo que quieras ¡Y lo que queráis! Que tenemos ganas enormes de demostraros el interés que tenemos por todos los que van buscando de veras al Señor.
…
Me he despertado. Estoy rendido, pero sobre todo impresionado. ¿Sueño, realidad?. ¡Dios mio no sé qué! En mi pecho oigo un sordo rumor: ¡mi Epifanía! Más aun: el Señor se me abrirá, el Señor se me “aparecerá”, el Señor me iluminará…
Santos Reyes: que no sea todo un sueño. Que mi Epifanía sea verdad, que vea, que oiga, que entienda,,, ¡¡¡que haga!!!
Queridos Reyes, compañeros de mis aventuras nocturnas, sed mis inseparables en esta mi diaria aventura de ser un eco de la voz de mi Señor, una proyección de su Luz, una prolongación de su VIDA.