Mirada samaritana

Paremos un Poco el Reloj

15 Domingo T.O. Ciclo C

Por: María Jesús Moreno Beteta. Mujeres y Teología de Ciudad Real

Al inicio de este evangelio hallamos la pregunta que un letrado hace a Jesús “¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. Resuena la actitud de muchos de nosotros a la hora de vivir nuestra fe, que podría expresarse en “hasta dónde hay que cumplir para asegurarse la salvación”. Jesús lo interpela con el espíritu de la Ley y él volverá a preguntar “¿Quién es mi prójimo?”

Este evangelio nos cuestiona sobre cómo es nuestra relación con los demás, concretamente con quien está sufriendo y lo encontramos en nuestro camino.

El sacerdote, el levita y el samaritano nos plantean, por un lado, desde dónde miramos y, por otro, qué queremos ver de los demás.

Muchas veces miramos desde la autocomplacencia de sabernos seguros en nuestros lugares existenciales y, en ellos, tenemos los ojos cegados en nuestro bienestar; otras veces, desde la autosuficiencia de creernos fuertes por la posición económica o social y estamos atentos solo a lo que la potencia; otras veces, desde el legalismo del cumplidor, entonces daremos un rodeo para esquivar lo que nos incomode; muchas veces miramos con prejuicios y así nunca conoceremos nada verdadero y hondo del otro; la mayoría de las veces nuestra mirada procede de nuestro propio interés, aquí podríamos encontrar  preguntas tales como ¿qué saco yo de esto? ¿Cómo afecta a mis asuntos el que me comprometa? ¿Por qué tengo que ser yo? ¿No hay instituciones y servicios para resolver esto? Por último, podemos mirar como el samaritano, desde el corazón de nuestra humanidad y sentir en uno mismo el dolor de la situación del otro al que veo como cercano a mí, mi próximo, esto está claro que nos mueve a la acción inmediata y aparca momentáneamente nuestros asuntos, pero atiende al más importante que es ampliar nuestro corazón para que quepa el hermano.

Estas actitudes también están relacionadas con qué queremos ver del otro: podemos considerar su utilidad para nosotros y entonces seremos serviciales, o incluso serviles con aquellos de los que podemos esperar que nos devuelvan el favor o aumente su consideración por nosotros. Cuando miramos al que sufre con la estrechez del utilitarismo sólo podremos ver su inconveniencia o inoportunidad en nuestra vida, pues nunca nos viene bien dedicarnos a un problema del que no vamos a obtener nada. De este modo, el que sufre queda reducido al estereotipo de “problema” del que alejarse. Además, en este caso no se dice nada sobre quién era el apaleado, pero cuando nos encontramos o incluso socorremos a muchos apaleados de la vida no se libran de  nuestro  juicio moral sobre su persona o situación. El samaritano no se plantea nada en relación a sí mismo, ve un ser humano herido y maltratado cuyo dolor le mueve a actuar.

Su entrega incondicional es la que más refleja el modo en que el Dios de Jesús se relaciona con nosotros. Por eso para vivir en su compañía, en su amor, “alcanzar la vida eterna”, Jesús nos dice: “Anda y haz tu lo mismo”.

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