Festividad de Corpus Christi. Ciclo A
Por: Teodoro Nieto. Burgos.
Necesitamos comer tu pan
El relato evangélico que leemos en esta festividad del Cuerpo de Cristo, lo encontramos en el capítulo 6 del Evangelio de Juan. En él se nos presenta Jesús como el pan vivo que Él mismo da para que el mundo tenga vida.
Llama fuertemente la atención que en todo ese capítulo se repita 15 veces una palabra tan familiar, tan aparentemente trivial y sencilla: PAN. El pan es una realidad tan vital en nuestra existencia que los seres humanos dependemos de un trozo de pan. Y en el pan que demos o neguemos a quien tiene hambre, nos jugamos al final de cuentas nuestro destino eterno (Mt 25, 35).
El pan es sagrado. Por eso nuestros mayores nos inculcaban el gesto de besarlo antes de comerlo y de recoger el trozo de pan que se caía al suelo. En el siglo IV, San Basilio Magno, predicaba con un lenguaje así de contundente: “Al hambriento le pertenece el pan que se estropea en tu casa. Al descalzo le pertenece el zapato que cría moho debajo de tu cama. Al desnudo le pertenecen los vestidos que se apolillan en tus baúles. Al miserable le pertenece el dinero que se deprecia en tus cofres”.
Ahora bien, el pan no es algo puramente individual. No podemos contentarnos con “comer nuestro pan con alegría”, como nos recomienda el libro bíblico del Eclesiastés (9, 7). Como rezamos en el Padrenuestro, el pan no es “mío”, sino “nuestro”. El pan nos hace hijos e hijas de Dios. Crea sororidad y fraternidad: nos hace hermanos y hermanas. Y cuando lo comemos a costa de vulnerar los derechos de infinidad de hombres y mujeres, de niñas y niños hambrientos que escarban en los basureros de las periferias nuestros detritos, es imposible que Dios pueda bendecir nuestro pan.
El pan que no compartimos con millares de personas hambrientas en el ancho mundo es un pan amargo por estar amasado con el tormento de muchos estómagos vacíos.
Para poder decir de verdad que el pan es nuestro, necesitamos cambiar nuestra manera de ser y de actuar, porque solo así es posible construir otro mundo más tierno y con más corazón.
Este pan nuestro cotidiano, imprescindible para la vida, fue el que sirvió de base a Jesús para decir: “El pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva” (Jn 6, 51). Pero la palabra “carne” en la Biblia no tiene el significado material que nosotros le solemos dar. El ser humano no puede comer la carne de Jesús como si fuera un antropófago. La carne de Jesús es Él mismo, Jesús todo, su persona toda, su ser total, su Palabra que nos compromete, su Evangelio que nos desafía y su Proyecto sin par de justicia, de igualdad, de vida y de paz sin fronteras. Es el viático que nos alimenta y nos da fuerza para andar el camino, como se lo decimos cuando cantamos nuestra fe: “Necesitamos comer tu pan, porque el camino es difícil de andar”.
Estaremos muy lejos de entender el significado del Evangelio de hoy si no aprendemos un poco más cada día a profundizar en el Misterio de la Eucaristía. Alimentarnos de Jesús es muchísimo más que practicar distraídamente el rito de comer un trozo de pan consagrado. Lo verdaderamente importante es comerlo juntos. Y, al comerlo en comunidad, llegar a experimentar el gozo y la felicidad de ver cómo florece entre nosotros la fraternidad, la solidaridad, la comunión con tantos hombres, mujeres y niños que en el mundo pasan hambre, son maltratados y abusados, rechazados por no “ser de los nuestros”. Solo así podremos ser, y Jesús podrá ser en nosotros, pan que da vida al mundo.
Necesitamos comer tu pan