Domingo 8º del T.O. Ciclo A
Por: MaCarmen Martín.Vita et Pax. Ciudad Real
Es muy fácil decir “no estéis agobiados por la vida” cuando se tienen las necesidades básicas cubiertas. Cuando tenemos para comer, un techo para cobijarnos, dinero para la hipoteca, la seguridad de personas que nos quieren… en definitiva, cuando somos ricos; pues rico es la persona que sigue teniendo solo para sí más de lo que necesita, mientras otras carecen de lo indispensable. Y hay tantas que carecen de lo indispensable. ¡Tantas!
Sin embargo, se da la paradoja de que las personas más agobiadas son, generalmente, las que no pasan grandes necesidades. Y no sirve pensar que hablamos de otros, que nosotras y nosotros no somos así. Lo somos. El consumismo nos penetra de forma sutil. Nadie elegimos esta manera de vivir después de un proceso de reflexión pero nos vamos sumergiendo en ella, víctimas de una seducción casi inconsciente. El ingenio de la publicidad y el atractivo de las modas van captando suavemente nuestra voluntad. Al final nos parece imposible vivir de otra manera. Y terminamos agobiándonos si no alcanzamos lo que deseamos.
Por el contrario cuando las personas sufren en exceso, suelen quedar mudas. El dolor las deja sin palabras. No son capaces de gritar su protesta o de articular su defensa. Su queja solo es un gemido. No oiremos su voz en la radio o la televisión. No la reconoceremos en los espacios de publicidad. Nadie les hace entrevistas en las revistas de moda, ni pronuncian discursos en foros internacionales. El gemido de los pobres de verdad sólo lo escuchamos en el fondo de nuestras conciencias.
Y no es fácil. Para oír esa voz, lo primero es querer oírla. Prestar atención al sufrimiento y la impotencia de estas gentes; ser sensibles a la injusticia y al abuso que reinan en nuestra sociedad. Es necesario, además, desoír otros mensajes que nos invitan a seguir pensando sólo en nuestro bienestar, no hacer caso de las voces que nos incitan a vivir encerradas en nuestro pequeño mundo, instaladas en una indiferencia globalizada.
Pero, sobre todo, es necesario arriesgarse. Porque si se escucha de verdad la voz de los que sufren, ya no se puede vivir de cualquier manera. Necesitamos hacer algo: plantearnos cómo podemos compartir más y mejor lo que tenemos, no en vano somos “los ricos y las ricas del mundo”; colaborar en proyectos de desarrollo; apoyar campañas en contra de los desahucios; abrir las puertas de nuestras propias casas…
¿Por qué hemos de aceptar como algo lógico e inevitable un sistema económico que, para lograr el mayor bienestar de algunos, hunde a tantas víctimas en la pobreza y la marginación? ¿Por qué hemos de seguir alimentando el consumismo como “filosofía de la vida”, si está provocando en nosotras una “espiral insaciable” de necesidades artificiales que nos va vaciando de hondura y de sensibilidad humanitaria? ¿Por qué hemos de seguir desarrollando el culto al dinero como el único dios que ofrece seguridad, poder y felicidad? ¿Por qué nos agobiamos por tonterías?
No son preguntas para otros ni otras. Cada cual las hemos de escuchar en nuestra conciencia como eco de las palabras de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Nada hay más decisivo en nuestra vida de discipulado. Lo primero es buscar una vida digna y dichosa para todos. Lo demás viene después. Nos lo recuerdan también las palabras de Jesús: “Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.
Para colmo, los buscadores del Reino y su justicia nos convertimos en la memoria de Dios: “Pues aunque ella –la madre- se olvide, yo no te olvidaré”. Su memoria se expresa en nuestras acciones bondadosas de cara a sus criaturas más queridas, los necesitados, o, por el contrario, no se expresa por nuestras indiferencias culpables. Esto sí que nos tendría que agobiar.