23º Domingo del T.O. Ciclo A
Por: José Luis Terol. Profesor de Filosofía (Zaragoza)
“No tengáis otra deuda que el amor”
Los oráculos que tratan de dominar el mundo y el relato de nuestras vidas vienen empeñándose en que nos miremos en el único espejo del individualismo. Repiten su mantra sagrado “cada uno tiene lo que se merece” machaconamente con el objetivo último de romper los vínculos, los lazos y la corresponsabilidad que sostienen todo espacio comunitario y fraterno. Saben “los señores de este mundo” que, aunque la fraternidad forma parte del adn del ser humano, sin romperla y menoscabarla tienen muy difícil continuar adelante con su propósito de sometimiento y dominación.
Desde este trasfondo, apenas apuntado, adquiere especial relevancia el concepto y la visión que tengamos personalmente y en nuestras comunidades sobre el pecado.
Es verdad que hemos avanzado mucho en relación a la sospechosa catequesis que vinculaba el pecado a un marco estrictamente normativo e individual de cumplimiento o no de los mandamientos y de nuestras “obligaciones” sacramentales. Esta perspectiva que pivotó básicamente sobre la moral sexual –más bien sólo genital- y sobre una moral individualista –que no de la persona- prestó un gran servicio a la dominación y sometimiento de las conciencias, y contribuyó muy poco al avance de una auténtica responsabilidad y libertad individuales.
En el presente continúa siendo muy necesaria una catequesis verdaderamente evangélica y comunitaria sobre el pecado. La responsabilidad y la libertad de la persona, la corresponsabilidad y el discernimiento de la comunidad, la corresponsabilidad política y la contribución a la construcción de una ética cívica, la responsabilidad ecológica, la conciencia de humanidad planetaria y global ….., son dimensiones que, lejos de limitarse, se retroalimentan y potencian mutuamente.
¿Cómo interpretar entonces la condición de “vigías” que nos atribuye el profeta Ezequiel o el protocolo de corresponsabilidad que recoge el evangelista Mateo cuando enuncia “si tu hermano peca”?
El texto de la carta que dirige el apóstol Pablo a los cristianos de la comunidad de Roma puede ayudarnos a precisar y mejorar nuestra visión sobre el pecado: “NO TENGÁIS CON NADIE OTRA DEUDA QUE EL AMOR”.
El espejo esencial desde el que entender el pecado es el del AMOR y el Amor entendido a partir de la experiencia radical de donación y entrega que vivió Jesús de Nazareth en su relación con Dios (Abba) y con sus contemporáneos.
Desde esta perspectiva, nunca ninguno de nosotros puede dejar de considerarse pecador o pecadora porque siempre podemos amar más. En el camino del Amor auténtico siempre somos “aprendices”. Por eso, sólo desde esta humildad de raíz tiene sentido la interpelación y el contraste fraterno, y cuando esta conciencia falta los intentos de “vigilancia” o “corrección fraternas” se convierten en trampas o en vehículo de otros intereses u objetivos ocultos.
Miradas las cosas así no es desproporcionado concluir que la amenaza más contundente que tiene la vigente “religión neoliberal” del “¡sálvese quien pueda!”, es el ejercicio de la corresponsabilidad fraterna de cada una de nosotras. Nada humano nos puede ser ajeno y de ahí que nuestra vida cotidiana y nuestra conciencia de fraternidad planetaria resulten inseparables.
Consumir responsablemente, tratando de no comprar productos de empresas que explotan a sus empleados; manejar el dinero con criterios éticos y humanizadores, sin ponerlo en manos de quienes desahucian a la gente; defender los derechos, la dignidad y la igualdad de los inmigrantes; defender la Política e implicarse en la construcción de alternativas que pongan a la persona por delante de los balances y la economía…..pueden ser algunas formas de amar más aunque no perdamos la conciencia liberadora de continuar siendo pecadores y pecadoras.