Domingo de Ramos
Por: Conchi Ruíz Rodríguez. Laica. Ciudad Real

Textos Litúrgicos:

Is 50, 4-7
Sal 21
Flp 2, 6-11
Mt 26, 14― 27, 66

Nos Acompaña y Lo Acompañamos

Un año más celebramos la Muerte y Resurrección de Jesús, la semana más importante del año litúrgico.

Vivimos una relación personal con el Señor, una relación de amistad, de confianza, de amor; somos amigas y compañeras, nos sentimos llamadas a recorrer su camino; experimentamos cada día la calidez de su presencia y su vida en nosotras.

Partiendo de esta experiencia personal de amistad con el Señor leemos atentamente el relato de la Pasión, nos adentramos en el misterio para acompañar al amigo querido y cercano a recorrer el camino arduo hasta llegar a la cruz. Prestamos atención a los personajes, reflexionamos sobre sus actitudes.

El relato de la pasión de San Mateo 27, 11-54 nos muestra:

A los Sumos Sacerdotes y los Ancianos: que representan el poder del pueblo judío, un poder que no quiere perder sus privilegios, por ello la llegada de un Mesías con el perfil de Jesús les incomoda y molesta.

A la gente, la multitud: que se deja arrastrar por el último que les habla, por el espectáculo, por lo más llamativo, sin entrar en profundidades ni vislumbrar que lo que está en juego es la vida de una persona inocente.

Al gobernador romano Pilatos: que carece de pruebas para condenar a Jesús, opta por una actitud pasiva, por el camino más cómodo, no quiere complicaciones. Pregunta al gentío para que sean ellos los que tomen la decisión.

A Simón de Cirene: que ayuda a Jesús a cargar la cruz hasta el Gólgota. Se encuentra inmerso en una situación que no ha elegido pero que seguramente le cambiará la vida por completo.

A los bandidos: que en este relato de Mateo, aparecen los dos insultando a Jesús, sabiendo que correrán la misma suerte que Él.

Al centurión y sus hombres: soldados romanos, ajenos a las creencias de los judíos; tal vez llevados por el miedo, o tal vez conmovidos por la actitud de Jesús ante la muerte son los únicos que reconocen en Él al Hijo de Dios.

Y por último Jesús: que se deja hacer, que no se defiende, ni opone resistencia; ya ha dicho y hecho lo que tenía que decir y hacer. Al contrario, su actitud es de perdón.

Y nosotras: ¿tememos perder privilegios?, ¿nos dejamos llevar por lo que piensan y hacen las mayorías?, ¿preferimos quitar importancia a los acontecimientos, nos justificamos para no complicarnos la vida?, ¿ejercemos el perdón o hacemos del rencor nuestra bandera?, …

La muerte de Jesús es el producto de la fidelidad a su misión y a la tarea que Dios Padre le había encomendado. Hace visible el mensaje del amor a través de sus hechos y palabras de una forma novedosa y revolucionaria: devuelve la dignidad a la mujer adúltera, habla con claridad a los escribas y fariseos, perdona y acoge al hijo pródigo, ofrece un agua viva a la mujer samaritana y así cambia su vida y la de muchos otros, cura al ciego de nacimiento, resucita a su amigo Lázaro, …

Lo que lleva a Jesús a la muerte es su empeño por generar vida en los demás, vida de la buena, abundante, íntegra, completa. Esto que llamamos construir el Reino de Dios. Así nos ofrece un itinerario para la vida.

Jesús vive en cada una de nosotras, está en ti y en mi. Nos acompaña cada momento, nos enseña que la vida es gastarse, ir muriendo para generar vida en los otros. Dios no quiere la muerte, no quiere el sufrimiento, no es responsable del dolor humano, está a nuestro lado, sosteniéndonos cuando sufrimos. Dios quiere la vida y la ama, nos ama. Nos dibuja el camino para vivir plenamente, para generar vida allí donde hay muerte.

Os invito a acompañar estos días al amigo, sus padecimientos y caídas hasta llegar a la cruz. Es la muerte injusta de un inocente. Traemos a la mente y al corazón las muertes injustas del siglo XXI: producidas por el hambre, por las guerras, por abusos, por adicciones, en las fronteras, en el mar, … Nos hacemos cercanas a esas realidades, las acompañamos y abrazamos.