Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor
Por: M. Jesús Laveda. Vita et Pax. Guatemala
Un año más nos disponemos a celebrar, profundizar y acompañar a Jesús en este momento de su historia en la que nos da testimonio de amor, regalándonos su vida para que en Él tengamos Vida.
Yo creo que toda nuestra vida tiene un sello pascual. Cada experiencia lleva su carga de muerte y su esperanza de resurrección. Cada vez que queremos comunicar fuerza, cada esfuerzo por restaurar la dignidad de las personas, cada gesto no violento con el que pretendemos decir que la paz es el fruto de la justicia, cada sufrimiento vivido por el Reino y a favor de las personas más empobrecidas nos hace morir un poco a nosotras/os mismas/os, nos desgasta en nuestras fuerzas, pero nos fortalece en la esperanza de que en cada gesto, en el que nos “deshacemos por los demás”, generamos vida, en nosotras y en los otros. Muerte que lleva a la Vida. Como Jesús.
Y como en Jesús, hoy, la historia se repite. Y son los pequeños, los pobres, los marginados, los que, como Jesús, ven crucificada su vida.
¿Y a quién le importa? Dice el profeta Isaías en el primer texto que leemos hoy: “inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte?”.
Nos hemos acostumbrado a la violencia y al sufrimiento ajeno, no nos “duele”.
Jesús calla, no abre la boca, no se defiende, asume el dolor de toda la humanidad.
Y la historia se repite. Tantas personas que viven en el silencio su propia humillación y sufrimiento. Y nosotras apartamos el rostro porque nos molestan los suyos dañados, su pobreza y su presencia desagradable. No los miramos porque de hacerlo, nos salpicaría a la cara nuestra propia incoherencia y debilidad, nuestra falta de compasión y ternura.
En este viernes santo –santo porque el amor lo hace sagrado-, no sólo hemos de acompañar a Jesús y en él a tantas hermanas y hermanos que viven humillados y con la muerte como compañera de andadura cotidiana, sino que hemos de poner nuestras energías al servicio de restaurar la vida, hemos de hacer el esfuerzo de “desclavarlos” de la cruz y restituirles la esperanza en la verdadera Vida.
Hoy seguimos necesitando llevar adelante la tarea dolorosa de bajar de las cruces a tantas personas que ven su vida apagada, humillada, violentada injustamente e invisibilizada para este mundo nuestro que sólo busca el bienestar, lo agradable, el poseer por encima del ser. Y que sin embargo, este mismo mundo nuestro es el que con sus leyes injustas, sus antivalores y su propaganda por una vida cómoda, fácil, egoísta, engaña, oculta y da la espalda al sufrimiento de tantas hermanas y hermanos nuestros que siguen con el corazón apagado y la esperanza rota. Y nosotras somos parte de este mundo.
Este viernes santo es una nueva oportunidad para renovarnos en nuestro compromiso al servicio de la vida. Y proyectar, en medio de tanta cruz injusta, la esperanza pascual del domingo de resurrección.
Creer, proclamar y hacer nuestra la certeza de que la muerte no tiene la última palabra y que otro mundo es posible. Jesús se jugó la vida por este sueño, creyó en la utopía del Reino y lo puso en manos de su Padre. Y su Padre respondió resucitándolo a una vida nueva.
Que esa sea nuestra esperanza y que hoy, en nuestra propia andadura y seguimiento de Jesús, no perdamos la perspectiva de la fuerza de la vida que se esconde en nuestro sufrimiento de hoy.
Nos ponemos en camino hacia la Pascua…