Por: Cornelio Urtasun
El Espíritu del Señor ha inundado la redondez de la tierra. ¡aleluya!. Venid y vamos a adorarle. ¡Aleluya!. El Señor cumplió su promesa: no nos hemos quedado huérfanos y nuestro corazón ha estallado de alegría.
Pentecostés: se desborda el océano de la VIDA. Viene sobre nosotros el Espíritu Santo para convertirnos a cada uno de nosotros en un pequeño manantial de esa misma VIDA.
Yo veo aquel cielo hermoso al que el Señor se marchó, convertido en un océano infinito de vida, en un mar inmenso de agua Viva, transparente como el cristal: algo así como una gigantesca presa en la que están acumulados, desde toda la eternidad, no ya muchos de los tesoros de la Trinidad, sino la totalidad de ellos: la Vida, la Paz, la Luz, el Amor.
Todo este tesoro de Vida, el Padre lo ha destinado para los hombres y sobre la Iglesia.
¡Ven Espíritu Santo.
Colma nuestros corazones. Enciende en ellos el fugo de tu Amor!
¿Qué misión traes Espíritu Santo?:
Vengo a ser tu consuelo, a darte la Paz, a inundarte de Luz, a saturarte de Vida. Vengo a recordaros tantas cosas que El os enseñó en su Evangelio. Vengo a enseñaros toda la VERDAD. Vengo a iniciaros en todo… Yo soy el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, que es vuestra Vida.
Éste es el mensaje que dirá el Espíritu Santo a cada uno de nosotros, el día de Pentecostés. Porque Él es Padre de los pobres, dador de los dones y luz de los corazones. El Consolador incomparable, el descanso confortable. Y, sobre todo, el dulce Huésped de nuestras almas.
El Espíritu Santo ha venido para acentuar nuestra vida de hijos de Dios, es más, para incrustarnos en su Vida y hacernos partícipes de su Divinidad. Para hacernos ÉL.
Como Maestro que va a ser nuestro de tantas cosas que nos interesan, su papel es trascendental en nuestra vida espiritual. TODO nos lo tiene que enseñar. Pero no ejercerá su magisterio si nosotros no le mostramos todo el interés que se merece.
Enséñanos también a vivir su vida de oración, su vida de sacrificio y, sobre todo, a vivir de la VIDA DE JESUCRISTO: a vivir de Ella hasta dejar de sobra: a plasmar en nosotros toda la manera de ser y pensar del Maestro. A respirar con su aliento, a ser altavoces de su Palabra y reproductores de sus virtudes: de su pobreza, de su generosidad…
¡Oh Espíritu Santo!, ¡ven; no te hagas esperar más!.
Que en esta fiesta de Pentecostés de este año de gracia, su llegada a nuestras almas sea el comienzo de una vida nueva.
¡Oh Espíritu Santo!, ¡ven; no te hagas esperar más!.
Enséñanos a estar zambullidos en el mar de la VIDA: en Cristo Jesús.