Benedicto XVI

Discurso con motivo 60º Aniversario de la Provida Mater Ecclesia

La Iglesia os necesita para cumplir plenamente su misión

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra estar hoy entre vosotros, miembros de los institutos seculares, con quienes me encuentro por primera vez después de mi elección a la Cátedra del apóstol san Pedro. Os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y le agradezco las palabras de filial devoción y cercanía espiritual que me ha dirigido, también en nombre vuestro.

Saludo al cardenal Cottier y al secretario de vuestra Congregación. Saludo a la presidenta de la Conferencia mundial de institutos seculares, que se ha hecho intérprete de los sentimientos y de las expectativas de todos vosotros, que habéis venido de diferentes países, de todos los continentes, para celebrar un Simposio internacional sobre la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia.

Como ya se ha dicho, han pasado sesenta años desde aquel 2 de febrero de 1947, cuando mi predecesor Pío XII promulgó esa constitución apostólica, dando así una configuración teológico-jurídica a una experiencia preparada en los decenios anteriores, y reconociendo que los institutos seculares son uno de los innumerables dones con que el Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la renueva en todos los siglos.

Ese acto jurídico no representó el punto de llegada, sino más bien el punto de partida de un camino orientado a delinear una nueva forma de consagración: la de fieles laicos y presbíteros diocesanos, llamados a vivir con radicalismo evangélico precisamente la secularidad en la que están inmersos en virtud de la condición existencial o del ministerio pastoral.

Os encontráis hoy aquí para seguir trazando el recorrido iniciado hace sesenta años, en el que sois portadores cada vez más apasionados del sentido del mundo y de la historia en Cristo Jesús. Vuestro celo nace de haber descubierto la belleza de Cristo, de su modo único de amar, encontrar, sanar la vida, alegrarla, confortarla. Y esta belleza es la que vuestra vida quiere cantar, para que vuestro estar en el mundo sea signo de vuestro estar en Cristo.

En efecto, lo que hace que vuestra inserción en las vicisitudes humanas constituya un lugar teológico es el misterio de la Encarnación: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). La obra de la salvación no se llevó a cabo en contraposición con la historia de los hombres, sino dentro y a través de ella. Al respecto dice la carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2). El mismo acto redentor se realizó en el contexto del tiempo y de la historia, y se caracterizó como obediencia al plan de Dios inscrito en la obra salida de sus manos.

El mismo texto de la carta a los Hebreos, texto inspirado, explica: «Dice primero: “Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron” —cosas todas ofrecidas conforme a la Ley—; luego añade: “He aquí que vengo a hacer tu voluntad”» (Hb 10, 8-9). Estas palabras del Salmo, que la carta a los Hebreos ve expresadas en el diálogo intratrinitario, son palabras del Hijo que dice al Padre: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Así se realiza la Encarnación: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». El Señor nos implica en sus palabras, que se convierten en nuestras: «He aquí que vengo, con el Señor, con el Hijo, a hacer tu voluntad».

De este modo se delinea con claridad el camino de vuestra santificación: la adhesión oblativa al plan salvífico manifestado en la Palabra revelada, la solidaridad con la historia, la búsqueda de la voluntad del Señor inscrita en las vicisitudes humanas gobernadas por su providencia. Y, al mismo tiempo, se descubren los caracteres de la misión secular: el testimonio de las virtudes humanas, como “la justicia, la paz y el gozo” (Rm 14, 17), la “conducta ejemplar” de la que habla san Pedro en su primera carta (cf. 1 P 2, 12), haciéndose eco de las palabras del Maestro: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16).

Además, forma parte de la misión secular el esfuerzo por construir una sociedad que reconozca en los diversos ámbitos la dignidad de la persona y los valores irrenunciables para su plena realización: la política, la economía, la educación, el compromiso por la salud pública, la gestión de los servicios, la investigación científica, etc. Toda realidad propia y específica que vive el cristiano, su trabajo y sus intereses concretos, aun conservando su consistencia relativa, tienen como fin último ser abrazados por la misma finalidad por la cual el Hijo de Dios entró en el mundo.

Por consiguiente, sentíos implicados en todo dolor, en toda injusticia, así como en toda búsqueda de la verdad, de la belleza y de la bondad, no porque tengáis la solución de todos los problemas, sino porque toda circunstancia en la que el hombre vive y muere constituye para vosotros una ocasión de testimoniar la obra salvífica de Dios. Esta es vuestra misión. Vuestra consagración pone de manifiesto, por un lado, la gracia particular que os viene del Espíritu para la realización de la vocación; y, por otro, os compromete a una docilidad total de mente, de corazón y de voluntad, al proyecto de Dios Padre revelado en Cristo Jesús, a cuyo seguimiento radical estáis llamados.

Todo encuentro con Cristo exige un profundo cambio de mentalidad, pero para algunos, como es vuestro caso, la petición del Señor es particularmente exigente: dejarlo todo, porque Dios es todo y será todo en vuestra vida. No se trata simplemente de un modo diverso de relacionaros con Cristo y de expresar vuestra adhesión a él, sino de una elección de Dios que, de modo estable, exige de vosotros una confianza absolutamente total en él.

Configurar la propia vida a la de Cristo de acuerdo con estas palabras, configurar la propia vida a la de Cristo a través de la práctica de los consejos evangélicos, es una nota fundamental y vinculante que, en su especificidad, exige compromisos y gestos concretos, propios de “alpinistas del espíritu”, como os llamó el venerado Papa Pablo VI (Discurso a los participantes en el I Congreso internacional de Institutos seculares, 26 de septiembre de 1970: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de octubre de 1970, p. 11).

El carácter secular de vuestra consagración, por un lado, pone de relieve los medios con los que os esforzáis por realizarla, es decir, los medios propios de todo hombre y mujer que viven en condiciones ordinarias en el mundo; y, por otro, la forma de su desarrollo, es decir, la de una relación profunda con los signos de los tiempos que estáis llamados a discernir, personal y comunitariamente, a la luz del Evangelio.

Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, «el “laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo» (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1).

De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma, porque este discernimiento no debe realizarse desde fuera de la realidad, sino desde dentro, mediante una plena implicación. Eso se lleva a cabo por medio de las relaciones ordinarias que podéis entablar en el ámbito familiar y social, así como en la actividad profesional, en el entramado de las comunidades civil y eclesial. El encuentro con Cristo, el dedicarse a su seguimiento, abre de par en par e impulsa al encuentro con cualquiera, porque si Dios se realiza sólo en la comunión trinitaria, también el hombre encontrará su plenitud sólo en la comunión.

A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, de compromiso apostólico, de intervenciones sociales, salvo las que pueden surgir en las relaciones personales, fuentes de riqueza profética. Ojalá que, como la levadura que hace fermentar toda la harina (cf. Mt 13, 33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza.

Por tanto, el lugar de vuestro apostolado es todo lo humano, no sólo dentro de la comunidad cristiana —donde la relación se entabla con la escucha de la Palabra y con la vida sacramental, de las que os alimentáis para sostener la identidad bautismal—, sino también dentro de la comunidad civil, donde la relación se realiza en la búsqueda del bien común, en diálogo con todos, llamados a testimoniar la antropología cristiana que constituye una propuesta de sentido en una sociedad desorientada y confundida por el clima multicultural y multirreligioso que la caracteriza.

Provenís de países diversos; también son diversas las situaciones culturales, políticas e incluso religiosas en las que vivís, trabajáis y envejecéis. En todas buscad la Verdad, la revelación humana de Dios en la vida. Como sabemos, es un camino largo, cuyo presente es inquieto, pero cuya meta es segura.

Anunciad la belleza de Dios y de su creación. A ejemplo de Cristo, sed obedientes por amor, hombres y mujeres de mansedumbre y misericordia, capaces de recorrer los caminos del mundo haciendo sólo el bien. En el centro de vuestra vida poned las Bienaventuranzas, contradiciendo la lógica humana, para manifestar una confianza incondicional en Dios, que quiere que el hombre sea feliz.

La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia. Enraizados en la acción gratuita y eficaz con que el Espíritu del Señor está guiando las vicisitudes humanas, dad frutos de fe auténtica, escribiendo con vuestra vida y con vuestro testimonio parábolas de esperanza, escribiéndolas con las obras sugeridas por la “creatividad de la caridad” (Novo millennio ineunte, 50).

Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi constante oración, para sostener vuestras iniciativas de apostolado y de caridad, os imparto una especial bendición apostólica.

S. S. BENEDICTO XVI, 3 DE FEBRERO DE 2007

Secretaría de Estado del Vaticano, 18.07.2012

La secularidad habla a la consagración

Amable señorita:

Me agrada enviar a los miembros de los Institutos Seculares el presente Mensaje del Santo Padre, con ocasión del Congreso que se celebra en Asís y que ha sido organizado por la Conferencia Mundial de Institutos Seculares para tratar el tema: A la escucha de Dios ‘en los surcos de la historia’: la secularidad habla a la consagración.

Este importante tema pone el acento en vuestra identidad de consagrados que, viviendo en el mundo la libertad interior y la plenitud del amor que emanan de los consejos evangélicos, os considera hombres y mujeres capaces de una visión profunda y de un buen testimonio dentro de la historia. Nuestro tiempo plantea a la vida y a la fe interrogantes profundos, pero también manifiesta el misterio nupcial de Dios. En realidad, el Verbo, que se ha hecho carne, celebra las nupcias de Dios con la humanidad de toda época. El misterio escondido desde siglos en la mente del Creador del universo (cfr. Ef 3,9) y que se ha manifestado en la Encarnación, está proyectado hacia el cumplimiento futuro, pero ya injertado en el hoy, como fuerza redentora y unificadora.

En medio de la humanidad en camino, animados por el Espíritu Santo, podéis discernir los signos discretos y a veces escondidos que indican la presencia de Dios. Sólo en virtud de la gracia, que es don del Espíritu, podéis entrever en los senderos, con frecuencia tortuosos de las vicisitudes humanas, la orientación hacia la plenitud de la vida sobreabundante. Un dinamismo que representa, más allá de las apariencias, el sentido verdadero de la historia según el designio de Dios. Vuestra vocación consiste en estar en el mundo asumiendo todos sus pesos y anhelos, con una visión humana que coincida cada vez más con la divina, de donde brota un compromiso original, peculiar, fundado en la conciencia de que Dios escribe su historia de salvación en la trama de las vicisitudes de nuestra historia.

En este sentido, vuestra identidad afirma también un aspecto importante de vuestra misión en la Iglesia: es decir, ayudarla a realizar su estar en el mundo, a la luz de las palabras del Concilio Vaticano II: “No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa:, continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (Gaudium et Spes, 3). La teología de la historia es parte esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre y pacífica (cfr. Benedicto XVI Homilía de la Santa Misa para la nueva evangelización, 16 de octubre de 2011). Y el Concilio nos recuerda también que la relación entre la Iglesia y el mundo se ha de vivir en el signo de la reciprocidad, por lo que no sólo la Iglesia da al mundo, contribuyendo a hacer más humana la familia de los hombres y su historia, sino que se trata también del modo de dar a la Iglesia, de tal forma que pueda comprenderse mejor a sí misma y vivir mejor su misión (cfr. Gaudium ed Spes, 40-45).

Los trabajos que os disponéis a realizar se detienen también en lo específico de la consagración secular en la busca de cómo la secularidad habla a la consagración, de cómo en vuestras vidas los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente – adquieren una típica y permanente “visibilidad” en medio del mundo (cfr. Exhortación Apostólica Vita Consecrata, I). Su Santidad desea indicar tres ámbitos sobre los que llamar vuestra atención.

En primer lugar, la donación total de vuestra vida como respuesta a un encuentro personal y vital con el amor de Dios. Vosotros, que habéis descubierto que Dios es todo para vosotros, habéis decidido darle todo a Dios y hacerlo de una forma peculiar: permaneciendo laicos entre los laicos, presbíteros entre los presbíteros. Esto exige una particular vigilancia para que vuestros estilos de vida manifiesten la riqueza, la belleza y la radicalidad de los consejos evangélicos.

En segundo lugar, la vida espiritual. Punto firme e irrenunciable, referencia cierta para alimentar el deseo de realizar la unidad en Cristo, que es tensión de toda la existencia de cada cristiano y mucho más de quien responde a una llamada total del don de sí. Medida de la profundidad de vuestra vida espiritual no son las muchas actividades, que también exigen vuestro compromiso, sino, más bien, la capacidad de buscar a Dios en el fondo de cada acontecimiento y de reconducir a Cristo todas las cosas. Se trata del “recapitular” en Cristo todas las cosas, de que habla el apóstol Pablo (cfr. Ef 1, 10). Sólo en Cristo, Señor de la historia, toda la historia y todas las historias encuentran sentido y unidad.

Este anhelo se ha de alimentar, pues, en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. En la celebración eucarística encontráis la raíz del haceros pan de Amor, partido por los hombres. Y en la contemplación, en la visión de la fe iluminada por la gracia, se ha de arraigar el compromiso de compartir con todo hombre y toda mujer los interrogantes profundos que anidan en cada uno para construir esperanza y confianza.

En tercer lugar, la formación, que no descuida ninguna edad, porque se trata de vivir la propia vida en plenitud, educándose en la sabiduría que siempre es consciente del carácter de criatura del ser humano y de la grandeza del Creador. Buscad contenidos y modalidades de una formación que os haga laicos y presbíteros capaces de dejarse interrogar por la complejidad que atraviesa el mundo de hoy, de permanecer abiertos a las solicitaciones que provienen de la relación con los hermanos que encontráis en vuestros caminos, de comprometeros en un discernimiento de la historia a la luz de la Palabra de Vida. Estad dispuestos a construir, juntamente con todos los que buscan la verdad, itinerarios de bien común, sin soluciones preconcebidas y sin miedo a los interrogantes que permanecen tales, pero siempre dispuestos a poner en juego vuestra vida, con la certeza de que el grano de trigo, que cae en la tierra, si muere produce mucho fruto (Jn 12. 24). Sed creativos, porque el Espíritu construye novedades; alimentad visiones capaces de futuro y raíces sólidas en Cristo Señor, para saber comunicar también a nuestro tiempo la experiencia de amor que es el fundamento de la vida de cada hombre. Abrazad con caridad las heridas del mundo y de la Iglesia. Vivid sobre todo una vida gozosa y plena, acogedora y capaz de perdonar, porque fundada en Jesucristo, Palabra definitiva de Amor de Dios para el hombre.

El Sumo Pontífice, mientras os dirige estas reflexiones, asegura a vuestro Congreso y a vuestra Asamblea un particular recuerdo en la oración, invocando la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, que ha vivido en el mundo la perfecta consagración a Dios en Cristo, y de corazón envía a Usted y a todos los participantes la implorada Bendición Apostólica.

Al unir también personalmente todo mejor deseo, aprovecho la circunstancia para confirmarme con sentimientos de distinguida estima.

+Tarcisio Card. Bertone
Secretario de Estado

CMIS – CONFERENCE MONDIALE DES INSTITUTS SECULIERS
CONGRESO Y ASAMBLEA GENERAL
ASÍS – 23-28 de julio de 2012
(Domus Pacis – Santa Maria degli Angeli, Asís – Italia)

A LA ESCUCHA DE DIOS “EN LOS SURCOS DE LA HISTORIA”: LA SECULARIDAD HABLA A LA CONSAGRACIÓN

LOS INSTITUTOS SECULARES Y LA COMUNIÓN ECLESIAL

Joao Braz Cardinale DE AVIZ
Prefecto de la CIVCSVA

Queridas Consagradas laicas, Consagrados laicos y Sacerdotes de Institutos Seculares:

Me llena de felicidad encontrarme aquí entre vosotros al inicio de estas jornadas tan densas en expectativas. Jornadas en las que os encontráis comprometidos en el Congreso, lugar de escucha, de confrontación y de elaboración, y después en la Asamblea. Una cita particularmente importante este año, en la que aprobaréis los nuevos Estatutos. Mi deseo a este respecto es que el hecho de sumergir la mirada en las normas que regulan vuestro itinerario común para delinear las formas, os ayude a vivir en plenitud la comunión, no para anular las diferencias, sino para caminar juntos, cada uno con el propio paso, dentro del mismo surco: el de la secularidad consagrada. Y solamente a este precio podrán nacer frutos de bien, ya que se trata de un itinerario complejo.

Mi presencia es expresión de la comunión que vincula la Conferencia Mundial de Institutos Seculares al Santo Padre a través de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Se trata del Sentir cum Ecclesia, al que la Exhortación Apostólica Vita Consecrata ha dedicado el número 46 del que leo con vosotros las primeras palabras: “A la vida consagrada se le asigna también un papel importante a la luz de la doctrina sobre la Iglesia-comunión, propuesta con tanto énfasis por el Concilio Vaticano II. Se pide a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios”. El sentido de la comunión eclesial, al desarrollarse como una espiritualidad de comunión, promueve un modo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia en hondura y en extensión. La vida de comunión «será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo […]. De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión». Más aun, «la comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera».

Tomo de nuevo aquí las palabras del Santo Padre Benedicto XVI dirigidas a la Señorita Ewa Kusz, Presidente del Consejo Ejecutivo, enviadas a través del Secretario de Estado Tarcisio Cardenal Bertone, que se acaban de leer:

“Los trabajos que os disponéis a realizar se detienen también en lo específico de la consagración secular en la busca de cómo la secularidad habla a la consagración, de cómo en vuestras vidas los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente – adquieren una típica y permanente “visibilidad” en medio del mundo” (cfr. Exhortación Apostólica Vita Consecrata, I). Su Santidad desea indicar tres ámbitos sobre los que llamar vuestra atención.

En primer lugar, la donación total de vuestra vida como respuesta a un encuentro personal y vital con el amor de Dios. Vosotros, que habéis descubierto que Dios es todo para vosotros, habéis decidido darle todo a Dios y hacerlo de una forma peculiar: permaneciendo laicos entre los laicos, presbíteros entre los presbíteros. Esto exige una particular vigilancia para que vuestros estilos de vida manifiesten la riqueza, la belleza y la radicalidad de los consejos evangélicos.

En segundo lugar, la vida espiritual. Punto firme e irrenunciable, referencia cierta para alimentar aquel deseo de realizar la unidad en Cristo, que es tensión de toda la existencia de cada cristiano y mucho más de quien responde a una llamada total del don de sí. Medida de la profundidad de vuestra vida espiritual no son las muchas actividades, que también exigen vuestro compromiso, sino, más bien, la capacidad de buscar a Dios en el fondo de cada acontecimiento y de reconducir a Cristo todas las cosas. Se trata del “recapitular” en Cristo todas las cosas, de que habla el apóstol Pablo (cfr. Ef. 1, 10). Sólo en Cristo, Señor de la historia, toda la historia y todas las historias encuentran sentido y unidad.

Este anhelo se ha de alimentar, pues, en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. En la celebración eucarística encontraréis la raíz del haceros pan de Amor, partido por los hombres. Y en la contemplación, en la mirada de la fe iluminada por la gracia, se ha de arraigar el compromiso de compartir con todo hombre y toda mujer los interrogantes profundos que anidan en cada uno para construir esperanza y confianza.

En tercer lugar, la formación, que no descuida ninguna edad, porque se trata de vivir la propia vida en plenitud, educándose en la sabiduría que siempre es consciente del carácter de criatura del ser humano y de la grandeza del Creador. Buscad contenidos y modalidades de una formación que os haga laicos y presbíteros capaces de dejaros interrogar por la complejidad que atraviesa el mundo de hoy, de permanecer abiertos a las solicitaciones que provienen de la relación con los hermanos que encontráis en vuestros caminos, de comprometeros en un discernimiento de la historia a la luz de la Palabra de Vida. Estad dispuestos a construir, juntamente con todos los que buscan la verdad, itinerarios de bien común, sin soluciones preconcebidas y sin miedo a los interrogantes que permanecen tales, sino dispuestos a poner en juego vuestra vida, con la certeza de que el grano de trigo, que cae en la tierra, si muere produce mucho fruto (Jn 12. 24). Sed creativos, porque el Espíritu construye novedades; alimentad visiones capaces de futuro y raíces sólidas en Cristo Señor, para saber comunicar también a nuestro tiempo la experiencia de amor que es el fundamento de la vida de cada hombre. Abrazad con caridad las heridas del mundo y de la Iglesia. Vivid sobre todo una vida gozosa y plena, acogedora y capaz de perdonar, porque fundada en Jesucristo, Palabra definitiva de Amor de Dios para el hombre (Secretaría de Estado, Carta del 18.09.2012, n. 201.643).

Y precisamente sobre la comunión eclesial quiero detenerme hoy con vosotros. No para quitar importancia al tema específico de vuestro Congreso, sobre el que reflexionaréis durante estos días, sino casi como contexto, como horizonte de sentido, en el que insertar vuestras reflexiones.

Vuestra vocación no tiene significado sino se parte de su arraigo en la Iglesia, porque vuestra misión es misión de la Iglesia. En la oración sacerdotal contenida en el Evangelio de Juan, la intensidad de la relación entre el Padre y el Hijo constituye una unidad con la fuerza de la misión de amor. Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se hace signo e instrumento capaz de crear comunión con Dios y entre los hombres (cfr. Lumen Gentium, 1).

Por este motivo ya os exhortaba Pablo VI: “Nunca os dejéis sorprender, ni siquiera tocar por la tentación demasiado fácil hoy día, de que es posible una auténtica comunión con Cristo sin una real armonía con la comunidad eclesial regida por los legítimos pastores. Sería engañoso e ilusorio. ¿Qué podría narrar un individuo o un grupo sin esta comunión, incluso con la intención subjetivamente más elevada y perfecta? Cristo nos la ha pedido como garantía para admitirnos en la comunión con Él, del mismo modo que nos ha pedido amar al prójimo como documentación de nuestro amor por Él” (Pablo VI, Alocución ‘Una vez más’ a los Superiores de los Institutos Seculares, 20 de septiembre de 1972).

Y todavía con mayor pesar Benedicto XVI os repetía: “La Iglesia tiene también necesidad de vosotros para cumplir su misión… Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia”. No existe comunión sino se abre continuamente a la misión, ni misión sino brota de la comunión. Ambos aspectos afectan al corazón vivo y palpitante de toda la Iglesia, permitiéndole una nueva lectura de la realidad, una búsqueda de significado y quizás también de soluciones que pretenden ser respuesta, ciertamente parcial, pero con un corazón cada vez más auténticamente evangélico.

Otra consideración me impulsa en la elección de este tema, y es la siguiente: una de las primeras preocupaciones que me ha sido presentada como Prefecto en los encuentros con los Institutos Seculares ha sido: “en la Iglesia somos poco conocidos o se nos conoce mal”.

El vínculo profundo que existe entre conocimiento y comunión me parece fundamental en un doble sentido. Sólo a través del conocimiento, que significa escucha, atención, sintonía de corazón, puede nacer la comunión, la cual, a su vez, engendra auténtico conocimiento, porque llega precisamente a la raíz de lo esencial y dilata la capacidad de encuentro.

Por esta razón, sin pensar ahora en la comunión dentro de cada Instituto (argumento que merecería una reflexión separada) me detengo en algunos puntos que se refieren a la comunión eclesial. Lo hago partiendo de aquel documento que la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares envió a las Conferencias Episcopales, después de la reunión plenaria que se celebró el mes de mayo de 1983.

Recorriendo de nuevo los orígenes de esta vocación, he podido constatar que desde ahora, en la nueva forma reconocida jurídicamente con la Constitución Apostólica Provida Mater, han confluido realidades profundamente diversas entre sí, sobre todo por la diferente finalidad apostólica. Han sido precisamente los Convenios organizados por la que más tarde llegará a ser la Conferencia Mundial de Institutos Seculares, los que han permitido un conocimiento recíproco – leo en dicho documento – que ha conducido a los Institutos a aceptar la diversidad (el llamado pluralismo), pero con la exigencia de aclarar los límites de esta misma diversidad (Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, Los Institutos Seculares: su identidad y su misión, 3-6 de mayo de 1983, n. 4).

Éste me parece un punto fundamental. Esta acción de acogida recíproca creo que todavía continúa y no conviene perder de vista la importancia de mantener viva la tensión para profundizar este itinerario. Como también continúa el camino de comprensión de los que el documento, lo hemos oído hace poco, define los límites de esta diversidad. Límites, o también confines, que tienen su raíz tanto en la esencia del Espíritu, que siempre renueva la tierra con dones nuevos, como en el momento que está viviendo la Iglesia. El actual es un contexto en el que, en la perspectiva del Año de la Fe, proclamado por Benedicto XVI al cumplirse los 50 años del Concilio Vaticano II, el pueblo de Dios, los consagrados, los presbíteros, así como los pastoralistas, los canonistas, todos, están llamados a colaborar juntos en la construcción de itinerarios nuevos de evangelización y de compañía al hombre de nuestro tiempo.

Tratad de comprender bien que semejante discernimiento exige de vosotros una actitud fundamental: la de no tener la pretensión de conocer la verdadera (y por tanto única) identidad de un Instituto Secular. Se necesita, en cambio, una disponibilidad fundamental que os permita descubrir cómo el otro realiza, en la propia espiritualidad, con la propia misión y modalidad de vida, la síntesis entre consagración y secularidad; cómo en los diversos ámbitos sociales, culturales y eclesiales es posible manifestar, aunque de forma diferente, la originalidad y la unicidad de vuestra vocación.

Sólo a través de esta dinámica de escucha y acogida, que exige un sabio discernimiento, todos seréis más ricos porque podréis experimentar la grandeza de Dios quien, para manifestar su gran amor al mundo, no se deja encerrar en nuestros pequeños itinerarios, sino que sabe suscitar respuestas que a nuestros ojos pueden parecer extravagantes, pero que ciertamente tienen algo que decir y dar a la vida de cada uno. Partiendo, pues, de lo que os une podréis confrontaros no sólo sobre la diversidad, sino también sobre los desafíos siempre nuevos que el mundo os plantea de forma particular a vosotros, llamados a consumir vuestra vida en una “tierra de confín”. Ante problemas nuevos se os solicita a buscar itinerarios nuevos que afirmen la actualidad de vuestra misión, siempre dispuestos a someterlos a discusión, en la confrontación, cuando los tiempos y los lugares exijan nuevas elaboraciones.

En este momento me viene a la mente una de las preguntas que me han dirigido durante mi encuentro con la Conferencia Polaca de Institutos Seculares, que se ha celebrado en el mes de noviembre de 2011. Se me ha presentado una reflexión sobre la necesidad de que el miembro de un Instituto Secular mantenga la discreción sobre la propia vocación. Más que una respuesta siguió una invitación a cada uno de los Institutos a confrontarse, en su interior y entre sí, sobre las motivaciones de semejante discreción, a preguntarse: “¿Por qué se ha sentido la necesidad?” “¿Qué quiere decir a la Iglesia y al Mundo?” Las respuestas pueden ser diversas para cada Instituto, para cada nación y para cada época histórica, pero para verificar la actualidad y la eficacia de un instrumento se precisa partir siempre del fundamento, del valor que pretende realizar y expresar.

Creo que esto es un posible método para activar el conocimiento que puede conducir a la comunión y que brota de la comunión.

Escucharse, pues, recíprocamente, sin preconceptos, tanto en el interior de cada Instituto como en los lugares propios de confrontación, para lograr una meta que, lo sabéis muy bien, ¡es sólo una etapa en el camino del Espíritu!

Sabed que en esta obra no estáis solos: la Iglesia os acompaña, a través de las palabras de los Pontífices y el servicio de la Congregación que represento.

Y aquí os propongo otro aspecto que es el de una comunión con la Iglesia local. También aquí tomo de nuevo las palabras del Beato Juan Pablo II, en la conclusión de la Plenaria anteriormente citada: “Si se dará un desarrollo y un fortalecimiento de los Institutos Seculares, también las Iglesias locales se beneficiarán”.

A continuación propongo una doble invitación dirigida a los Institutos y a los Pastores: Dentro del respeto de sus características, los Institutos Seculares deben comprender y asumir las urgencias pastorales de las Iglesias particulares, y fortalecer a sus miembros para que vivan con atenta participación las esperanzas y las fatigas, los proyectos y las inquietudes, las riquezas espirituales y los límites, en una palabra: la comunión de su Iglesia concreta.

Y debe ser también una solicitud de los Pastores reconocer y pedir su aportación según la propia naturaleza. En particular, incumbe a los Pastores otra responsabilidad: la de ofrecer a los Institutos Seculares toda la riqueza doctrinal que necesitan. Quieren ser parte del mundo y ennoblecer las realidades temporales ordenándolas y elevándolas, para que todo tienda a Cristo como a su cabeza (cfr. Ef 1, 10). Por ello, se ha de ofrecer a estos Institutos toda la riqueza de la doctrina católica sobre la creación, la encarnación y la redención, para que puedan hacer propios los designios sabios y misteriosos de Dios sobre el hombre, sobre la historia y sobre el mundo.

Hoy es obligatoria la pregunta de verificación: ¿a qué punto se encuentra este itinerario?

Me dirijo, naturalmente, en este lugar a vosotros, solicitando una reflexión sobre el camino que habéis realizado. Pero es una pregunta dirigida también a los Pastores, invitados a favorecer entre los fieles una comprensión no aproximativa o conciliadora, sino exacta y respetuosa de las características cualificantes … de esta difícil, pero bella vocación. (Son palabras que el Beato Juan Pablo II dirigió a la Plenaria).

La comunión de la que hablamos, no lo olvidemos nunca, es un don del Espíritu Santo, crea unidad en el amor y en la recíproca aceptación de la diversidad. Antes de traducciones concretas a nivel comunicativo y estructural, requiere un camino espiritual sin el cual – reafirmaba claramente el Beato Juan Pablo II – no nos hagamos ilusiones, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento. (Novo millennio ineunte, n. 43).

Cada uno de vosotros se ha de sentir interpelado, como individuo, como Instituto y como Conferencia, a identificar instrumentos y modos que puedan hacer que el ideal de una plena comunión eclesial, presentada en tantos documentos de la Iglesia, se convierta en comunión real dentro de la historia.

También aquí es prioritaria una actitud fundamental: nunca cedáis a la tentación de la renuncia. Puede suceder que a veces vuestras tentativas no produzcan fruto y que el camino no avance: incluso en este caso, ¡no abandonéis la meta! No os paréis ante los fracasos, al contrario, tomad nuevas fuerzas de los mismos para avivar la creatividad; sabed pasar del resentimiento a la disponibilidad, de la desconfianza a la acogida. Llevad las heridas a la comunión eclesial en la oración, leed de verdad vuestras responsabilidades, no dejéis nada sin intentarlo y en el discernimiento emprended de nuevo el fatigoso camino hacia la comunión.

En el mes de marzo del presente año, hemos tenido en la Congregación un encuentro entre los Superiores y el Consejo de la CMIS, en el que el Consejo ha presentado algunos argumentos a afrontar juntos, relativos a tres temas, divididos de la siguiente manera:

  • El conocimiento recíproco;
  • Los Criterios de discernimiento de la identidad de los Institutos Seculares;
  • El papel de la CMIS.

Como Dicasterio hemos acogido con mucho agrado la propuesta, indicando una posible modalidad de actuación: que sea esta Asamblea la que identifique el primer aspecto sobre el cual iniciar una reflexión común; la que indique los interlocutores con el Dicasterio, y sobre todo, la que establezca en qué modalidades todos los Institutos pueden participar en la reflexión. ¡Un ejemplo de comunión eclesial que estamos construyendo!

Dirijo finalmente a todos vosotros una ulterior invitación: sed promotores de comunión con las demás expresiones de vida consagrada y las demás realidades eclesiales que comparten con vosotros algunos aspectos de vuestra identidad o misión. Pienso en otras formas de vida consagrada con las que estáis unidos por la consagración para la profesión de los consejos evangélicos en sentido canónico. Pienso en las asociaciones y en los movimientos con los que estáis unidos por una presencia evangélica en el mundo, conservando, sin embargo, una misión y un estilo de vida profundamente diferentes. Es una propuesta que podría pareceros audaz, pero que la sugiere vuestra misma vocación, que os conduce a experimentar incluso dentro de los Institutos la riqueza de la diversidad, y que convierte vuestro vivir en un laboratorio de diálogo.

Estad dispuestos a conocer estas realidades y sobre todo a dejaros conocer por ellas: no tenéis nada de qué defenderos, sólo tenéis que mostrar la belleza de vuestra vocación que, juntamente con la de muchos otros hermanos y hermanas, es expresión de la riqueza y de la vivacidad del Amor trinitario.

N.B. Doy las gracias por su colaboración a la Doctora Daniela Leggio, oficial de la CICSVA por la investigación realizada relativa a los documentos sobre los Institutos Seculares.

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