Domingo 2º de Pascua, Ciclo C
Por: Paqui Castilla Muñoz. Militante de la HOAC de Ciudad Real
En el evangelio de este 2º domingo de Pascua Juan nos muestra que, tras la muerte de Jesús, lo que queda es lo de siempre: gente miedosa “con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes”.
Una comunidad atemorizada, oculta, sin valor para pronunciarse públicamente a favor del inocente condenado. Y en esa situación se presenta Jesús en medio de su comunidad.
El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz: «Les enseñó las manos y el costado».
Por otra parte, empieza la misión para los cristianos: “Igual que el Padre me ha enviado a mí, os mando yo también a vosotros”. La misión ha de ser cumplida como él la cumplió: demostrando el amor hasta el final que simbolizan las manos y el costado. Ahora pueden (y podemos) ir a la misión sin temor alguno, dispuestos a morir para dar mucho fruto.
Al dar el Espíritu (sopló sobre ellos y dijo: «recibid el Espíritu Santo») Jesús capacita para la misión y la confiere. El discípulo es elevado a la altura misma de Jesús, el Hijo de Dios, pues comparten el mismo Espíritu.
El hombre (varón y mujer) que era carne, profunda debilidad que se encerraba en su egoísmo, es ahora una carne asumida y transformada por el Espíritu, la fuerza divina que lo capacita para darse generosamente a los demás, como Jesús.
Tomás, que no estaba con la comunidad, no ha participado de la experiencia común (no ha recibido el Espíritu ni, con él, la misión). Exhibiendo su testarudez, no acepta el testimonio de los otros discípulos. La existencia de la nueva comunidad transformada por el Espíritu no es para él prueba suficiente de que Jesús está vivo. Exige una prueba individual y extraordinaria.
De nuevo Jesús se hará presente entre los suyos en la reunión comunitaria. Cada vez que Jesús se hace presente (Eucaristía), renueva la misión de sus discípulos comunicándoles el Espíritu.
Jesús nos ofrece a todos los discípulos incrédulos comulgar en su vida entregada hasta el extremo… tal es el significado de la Eucaristía, en la que recibimos la misma vida de Jesús…
“Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer”: la aceptación y práctica del amor son condición para la experiencia de Jesús. No es la experiencia extraordinaria (Tomás) el verdadero fundamento de la fe: es la experiencia y práctica del amor entre los hermanos su base sólida y permanente.
¿Qué nos dice este Evangelio en nuestra realidad presente?
“Tengo a mi marido y a mis dos hijos mayores sin trabajo y estoy perdiendo las ganas de vivir”. “Cada vez que la administración nos aprieta y nos recorta, más me cabreo y más se me quitan las ganas de luchar”. “Continuamente nos dicen que esto es así y que no hay otra salida nada más que aceptar, aguantar y resignarse”…
Semejantes o parecidas situaciones y conversaciones las estamos oyendo a diario y están produciendo a nuestro alrededor un desánimo y, a veces, una gran desolación. Tanto es así que la precariedad económica, para la mayoría de las personas y familias trabajadoras, se está convirtiendo en precariedad humana y en debilitamiento moral. Nos han robado algo sagrado que es lo último que deberíamos perder: la esperanza.
Porque sin esperanza solo cabe una actitud negativa ante la vida, aparece la tristeza y la oscuridad, el cansancio y el miedo nos envuelve, la lucha se frena, se deja de creer en uno mismo y se nos roba la existencia.
La situación actual está mal, muy mal (¿alguna vez ha estado bien para los pobres?), pero por eso mismo hay que espabilarse y dar una respuesta y, sin esperanza, eso no es posible.
Jesús Resucitado, el Dios de la Esperanza, nos lleva de la mano, nos empuja, nos ha dado su Espíritu y nos ha encomendado una misión: apostar fuertemente por un futuro mejor para toda la humanidad; abrir los ojos para ver que continuamente brotan signos nuevos de su presencia especialmente entre los pobres; realizar gestos de humanidad y cercanía en los que se perciba que nuestras manos están taladradas por el trabajo del Reino, por la fraternidad universal, que nuestro costado está abierto por la pasión del Reino, por el amor sin límites, por la opción por los pobres, por implantar la justicia…
Al fin y al cabo se trata de “dar razón de nuestra esperanza” y de que por ninguna razón nos la roben.
Pongamos freno a tal desgracia. ¿Quién dijo miedo habiendo Pascua…?