Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real
Shalôm: Paz
El ámbito semántico del sustantivo shalôm abarca principalmente dos concepciones: “paz, amabilidad” y por otra “bienestar, prosperidad, fortuna”. Como significado básico de la palabra se indica casi siempre la idea de “totalidad”. Una palabra con la que aparece unida a menudo es con tsedaqah (justicia). No habrá paz sin justicia. Lo que quiere Dios es la justicia, y ésta expresa una realidad análoga a shalôm, a saber, el estado normal tal como es querido por Dios Is 32,17;48,18; 60,17; Ez 13,10; Sal 85,11.
La paz es vida,
… salvación (2Sam 19,18 ss). Es el estado donde se vive sin angustia, sin obstáculo, sin opresión, feliz. También es la prosperidad temporal o la salud, que consiste en ser salvado de los peligros que amenazan los bienes o el cuerpo. La paz significa también amistad, acuerdo, alianza, una relación de buena vecindad.
El concepto hebreo de paz se fue cargando con el tiempo de un fuerte significado teológico expresando un bien definitivo, un valor absoluto. En Israel llegó a designar la meta de todas las aspiraciones. Para la cultura actual, la paz es más bien un medio, una condición. Gracias a ella, se puede trabajar, progresar, conocer y poseer el mundo. Para el pueblo de Israel es un fin en sí misma.
La paz hebraica es capaz de expresar las esperanzas del pueblo. Israel tiene sus esperanzas. Es un pueblo dirigido hacia el futuro. Israel espera. No cree que todo le ha sido ya dado, que todo le es conocido. Israel espera la paz. Ahora bien, el shalôm es siempre un don, esperado, pero incierto. La paz hebraica es naturalmente de naturaleza religiosa. Es un concepto que parece haber nacido para expresar el contenido del mesianismo bíblico. Se puede decir que es en Israel donde nació la idea de una paz definitiva, estable, perpetua, no como simple utopía, sino como posibilidad. El ideal de una paz definitiva forma parte de la constitución misma de Israel (Jer 29,11).
Es sobre todo en el libro del Deuteronomio (Dt 7,6-14;28,2-10) donde encontramos que la definición más exacta de paz es bendición. Una paz no del alma ni individual, sino la paz del pueblo. Una paz real, concreta. Pero que a la vez no es producto de una solución de conflictos. Israel no espera la paz por acuerdos políticos con los vecinos o por una pacificación de los imperios contrincantes. Israel espera la paz como don de Dios. Una paz para él, para sí, una paz en la historia.
Una paz en la historia, pero no una paz de la historia. La historia de los pueblos es la historia de las guerras. El pueblo bíblico no espera la paz como consecuencia de una buena política, ni de una evolución espontánea de factores históricos, sino de Dios que es el Señor de la historia y de todos los pueblos (Is 2,2-5). La paz es de Dios, mientras que la guerra no viene de Dios. La paz es el don mesiánico por excelencia. El Enmanuel será el “príncipe de la paz” (Is 9,5).
La paz es, pues, una realidad prometida pero no debemos ver en ella un sueño lejano e inconsistente; al contrario, por la fe las realidades que se esperan son ya actuales. Si los pueblos deben un día vivir en paz entre ellos, no hay razón para que no tiendan a ella ya desde el momento de la promesa, porque no hay promesa que no sea al mismo tiempo una obligación, una tarea. Así lo entendieron admirablemente los profetas (Is 2,2-4; 11,6-8; Za 8,20; Miq 4,1-4; Os 2,20). El shalôm aparece como el valor central del humanismo profético.
En los Evangelios nos encontramos que la séptima bienaventuranza llama hijos de Dios a los pacificadores (Mt 5,9). Jesús no aporta ni promete a sus discípulos la paz según el mundo. Es más, declara que no ha venido a traer la paz sobre la tierra, sino la división (Mat 10,34; Lc 12,51). Jesús no deja dudas en cuanto a su rol mesiánico. La paz que El da es la suya, es decir, aquella de la que El es autor y mediador (Jn 14,27; 16,33). Esta paz no es el resultado de negociaciones o transacciones humanas, sino que se recibe en la fe por el Espíritu Santo (Jn 20,19.22).
En tanto que gracia ofrecida, don de Dios, la paz es Cristo mismo (Ef 2,14-17). Pero esta paz de Dios que se recibe por la fe en Jesucristo es una paz que debemos de vivir y construir. De ahí que la predicación del evangelio de la paz conlleva también la exhortación a vivir en paz (Rm 12,18), a estar en paz (Rm 14,19), a buscar la paz con todos (2Cor 13,11), a proclamar que los frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz (St 3,14-18).