Domingo 20 TO. Ciclo C
Por: Paky Lillo. Vita et Pax. Alicante
Ver a Dios metido en un conflicto de guerras parece algo que choca. ¿Qué hace Dios que se le supone Padre de todos y bueno, el único que es Bueno, en un lugar cómo ese? Ver a Dios entregando su pueblo a un país extranjero, te provoca una y mil preguntas y un nivel alto de estupefacción. ¿Estamos ante un Dios guerrero se preguntarían? Dios llevaba la batuta del caminar de su pueblo porque “no sabemos pedir al Espíritu aquello que nos conviene”. Como buen Padre pone su sabiduría a nuestro servicio. Y manda a su mediador, al profeta Jeremías.
Hay invitaciones de Dios que nos llegan de donde menos esperamos y nos invita a lo que nos parece poco probable y, a veces, nada razonable…, no le entendemos; porque a Dios no se le entiende desde la razón, ni, a veces, desde el corazón…, se le entiende desde las entrañas o sencillamente, nos es necesario una confianza plena. Lo seguro es que Dios no se mueve en un contexto violento, sino en espacios de unión, de invitación a la concordia.
En la carta a los hebreos se nos muestra la imagen de una carrera en la que uno de los participantes ha superado todos los obstáculos y ha alcanzado la meta: Jesús. El tener siempre presente el ejemplo de Jesús y sus enfrentamientos con los responsables del orden (desorden) social injusto, debería servir a todos los creyentes para mantenerse y no decaer en la lucha por un mundo ordenado de acuerdo con el mensaje de Dios.
Lucas nos cuenta en el evangelio que Jesús no ha venido a traer la paz (la sumisión, la permisividad…,) esa paz que no es la verdadera, porque esa paz esconde injusticia.
Los que apostemos por el proyecto de Jesús nos podemos ver enfrentados a aquellos que ofrecen una resistencia insistente a los cambios, a intentar que vivamos en un mundo donde la injusticia desaparezca, es una decisión personal, aunque también podría ser de grupo. Tenemos que apostar por una fraternidad universal y esa actitud podrá llegar a enfrentarnos, incluso a romper con relaciones ya establecidas.
Los cristianos y cristianas de este siglo y siguientes debemos cuestionarnos hasta qué punto estamos dispuestas a complicarnos la vida para ser testigos de la palabra Dios, del mensaje de Jesús, de su buena noticia, porque Jesús vino y con él el conflicto: “Aunque no hemos llegado a la sangre en nuestra lucha por el cambio de este mundo”, porque aunque nuestro tiempo es otro, sí es cierto que pueden surgir sufrimientos y agravios…, ¿estamos dispuestos?