Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
Por: Rosa María Belda Moreno. Grupo Mujeres y Teología. Ciudad Real
Por fin llegó el día. El día en que estalla la alegría, al mismo tiempo que la naturaleza se despliega y el corazón se anima con la nueva luz y los torrentes de agua viva. Llegó el día en el que la fe tiene mucho que decir.
Y es que Él ya no está, ya no está como le conocimos. Ahora aparece con otro modo de presencia que tiene que ver con la fe, que pone a prueba la fe, que atraviesa los umbrales de la muerte para decir que la Vida Es, que la muerte no se ha llevado todo.
Le mataron
“Lo mataron colgándolo de un madero”, así dice Pedro en la lectura de los Hechos. Sí, se refiere a Jesús, “que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con él”. Aún es imposible borrar la imagen de la tortura y el maltrato que puede ejercer el hombre contra el hombre. Aún es más difícil digerir la certeza de que ya no está aquel inocente, que pasó curando y haciendo el bien. Aún no sabemos cómo se hará presente entre nosotros, cómo notaremos la fuerza de su Espíritu. Aún es tiempo de incertidumbre.
Y mientras tanto, la débil luz de la fe se va abriendo paso en el corazón para hacerse cada vez más potente. El corazón, que no es solo residencia de la emoción sino, centro de la sabiduría, “corre” buscando una señal. Corremos en la oscuridad con la certeza de que hay algo más, de que encontraremos la puerta, la luz, el sentido, una nueva manera de vivir que nos haga más felices.
María Magdalena fue al sepulcro
Así es, María de Magdala fue al sepulcro, posiblemente en busca de consuelo, llevando sus perfumes. Con el intento, una vez más, de derramar olor y lágrimas ante aquel al que tanto amó. Pero encontró la losa quitada del sepulcro. Y buscó corriendo a Pedro y a Juan. Y ellos a su vez corrieron a ver, y las vendas y el sudario no contenían nada. Y al ver, creyeron. Y al ver, no pudieron contener su alegría.
¿Qué significa esto? Afirmar, pese a todos los mensajes en contra y la propia evidencia de la realidad, que Dios vive, es un milagro. Sí, un milagro que alegra el corazón. Dice Pablo: “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”; nuestra vida pobre, insatisfecha, ajetreada, a veces enferma y cansada, a veces cargada de dolor. Resulta que vivimos en Dios, con Jesús que se ha hecho carne con nosotros, y ha experimentado el dolor, la injusticia y la muerte. Jesús no se ha escapado. Jesús lo ha vivido intensamente hasta el final, carne de mi carne.
Para mí, escuchar el corazón en este día, conectando con lo más íntimo de mi intimidad, me habla del amor de María de Magdala, de Pedro y de Juan, amor que desgarra las tinieblas, que ha infundido vida a lo que estaba muerto, amor que es certeza de que Él vive de otra manera en mí y en el mundo. Me imagino corriendo con ellos, buscando a Jesús, pero sin saber muy bien cómo, a tientas, sin todas las certezas, iluminada por el amor y por la fe en una promesa.
Si somos conscientes de que es el amor el que queremos que nos mueva en la carrera de la vida, y para eso hay que pararse y orar, y si además nos dejamos llevar por ese amor en cada acto de la vida, quizá la fe sea más sencilla, menos proceso demostrativo, más verdad escondida que inyecta alegría en el corazón contando con toda nuestra intelectualidad, más encuentro que degusta el corazón contemplativo, más esperanza inexplicable que corre al encuentro con Él. Un amor que responde a un Amor… que sólo se puede creer.