Palabras de Monseñor Ramazzini en la recepción del premio “Pacem in Terris”

premio "Pacem in Terris"
Monseñor Álvaro Leonel Ramazzini recibe premio “Pacem in Terris”

DISCURSO EN LA CEREMONIA DE RECEPCION DEL PREMIO “PACEM IN TERRIS”

DIOCESIS DE DAVENPORT,  IOWA. OCTUBRE 2, 2011.

 

 

 

INTRODUCCION:

Agradezco a Dios  estar hoy entre ustedes.  Al recibir este premio tengo en mi pensamiento y en mi corazón a hombres y mujeres que en Guatemala y en otras partes luchamos para que los derechos humanos sean respetados. Como quienes han recibido anteriormente este premio queremos y esperamos un mundo diferente, en paz, fundado sobre la justicia, la verdad, la libertad y la caridad.

Agradezco a  la coalición Quad City Pacem in terris haberme escogido, sin mérito alguno, como recipiendario de este premio. Este gesto me anima y me compromete mucho más en mis opciones que no  son sino las de Cristo Jesús nuestro SENOR.

1 . EL CONTEXTO ACTUAL

El beato Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris, escrita dos años después de la construcción del muro de Berlín y unos meses después de la crisis de los misiles cubanos, enfatizó la importancia del respeto de los derechos humanos como una consecuencia esencial del pensamiento cristiano sobre la persona humana.  En otras palabras: eres cristiano, defiende y promueve el respeto de los derechos humanos. Si no lo haces estás en el riesgo de ser considerado falso e hipócrita.

Hoy el muro de Berlín ha caído pero se han construido nuevos: en la frontera entre Estados Unidos y México, en  los territorios palestinos,  en las costas del mediterráneo entre Europa y Marruecos. Lo peor: los seres humanos hemos creado muros mentales que nos separan y alejan: el muro del racismo, la xenofobia, las leyes injustas que consideran a los migrantes criminales e invasores.

La crisis cubana en un modo u otro fue resuelta, pero hoy día, las guerras  con toda la tecnología militar sofisticada destruyen vidas humanas, causan heridas profundas y el ideal de un mundo unido no por la fuerza de la violencia sino por la fuerza del amor  queda muy lejos de la humanidad . La frustración más profunda que el ser humano experimenta es la  de querer vivir en paz sin lograrlo.

El planeta tierra se ha convertido en la así llamada “aldea global”. Globalmente hablando estamos en una nueva década, con nuevas dinámicas. La crisis financiera, las hambrunas y la falta de comida en muchos lugares,  el aumento de enfermedades como la tuberculosis, la diabetes, el VIH Sida, el cambio climático y sus consecuencias, la emergencia de países como la India y la China, el aumento de compañías que buscan aprovecharse de los recursos naturales de muchos países como es el caso de las industrias extractivas de metales y minerales u otras semejantes, los riesgos del uso de la energía nuclear, ponen en duda la sostenibilidad de los modelos económicos dominantes y exponen las dificultades de lograr un balance justo y equitativo del poder  entre los países y las regiones.

Estamos en la década del plazo (deadline) fijado para alcanzar los objetivos del Milenio del Desarrollo proclamado con tanta euforia por las Naciones Unidas y debemos reconocer con honestidad que a cuatro años de este plazo los compromisos adquiridos por los países no se han cumplido: todo lo contrario: la inversión de los países ricos en programas de desarrollo a favor de los países más pobres se reduce drásticamente y en lugar de aumentar estas inversiones se inyecta más capital a los bancos.

Pareciera que como en otras situaciones de la vida los compromisos se hacen para mantener una buena cara y salir adelante en momentos históricos precisos y determinados.  La preocupación por un futuro de bienestar para la humanidad entera y alcanzar el Bien Común global quedan sujetos a los intereses del momento o a estrategias que si toman en cuenta el futuro para los beneficios propios de los sectores que dominan los países.

La crisis es global pero sus efectos y circunstancias  son diferentes. Por un lado constatamos que a pesar de esta crisis el estilo de vida de un excesivo bienestar y de un consumismo ilimitado se mantiene en los países ricos quienes se encierran más y más en la protección de este estilo de vida.

El espíritu del consumismo y del gozar de la vida sostiene modelos económicos que se expresan en sistemas políticos y mecanismos comerciales que no toman en cuenta las necesidades de los más empobrecidos  y vulnerables. Es un espíritu materialista  que siembra semillas de injusticia y egoísmo  e impone la mentalidad según la cual es más importante el tener que el ser. Para sostenerlo, si es necesario, se inventan  guerras y se organizan conflictos. Es el límite de lo absurdo: para mantener mis privilegios de una Buena vida destruyo las vidas de los demás y el medio ambiente.

Fruto de este espíritu consumista y hedonista es el aumento de las drogadicciones que ha generado ahora un comercio de la droga  violento y salvaje  que involucra a jóvenes asesinos a sueldo y a campesinos pobres que ignorantes de los efectos siembran la droga para recibir un poco de dinero que los ayude a sobrevivir.

En otras circunstancias, en los países empobrecidos como Guatemala, de donde vengo, el modelo económico neoliberal fundado sobre la ganancia y el lucro, que busca  el estilo de vida antes mencionado, aumenta las desigualdades y las exclusiones haciendo que los niveles de pobreza crezcan, los niños sufran de malnutrición en la edad más importante para su desarrollo: 1 a 5 años, los jóvenes, mayoría de la población no tengan horizontes de un futuro mejor, los campesinos apenas sobrevivan, aumente el número de migrantes que buscan venir al Norte de América, el crimen organizado sea más poderoso y  así la paz deseada y anhelada tampoco llega.

He hablado de sistemas económicos que  generan estilos de vida consumistas y hedonistas, producen injusticias y exclusiones, usan la fuerza y el poder para sostenerse, hacen a los pobres más pobres y a los ricos más ricos, ponen en grave peligro  el medio ambiente en el que vivimos y crean una conflictividad permanente. En ellos existe una concepción materialista del ser humano, individualista y egoísta.

2 . LA ACTUALIDAD DEL MENSAJE DE LA ENCICLICA PACEM IN TERRIS.

Para el beato Juan XXIII el ideal de un mundo ordenado, descubierto así a través de los avances tecnológicos y científicos  es el regalo que Dios ha dado a la humanidad.  La fuerza y el poder de la inteligencia humana  son fruto de la grandeza de Dios, creador del ser humano y del universo.

Pero la realidad contrasta con este ideal en diversos aspectos. Así fue en los tiempos del Papa Juan XXIII y así lo es en la actualidad. Por ello es necesario reafirmar  algunos contenidos esenciales expuestos en la encíclica:

a. El principio fundamental que cada ser humano es verdaderamente una persona. No un objeto, menos todavía un objeto desechable; tampoco una mercancía, aunque en la actualidad las mercancías tienen más derechos que la persona;  ni siquiera un medio para alcanzar fines. Somos personas desde el momento de nuestra concepción hasta la llegada de la muerte. Somos seres libres e inteligentes. Nadie es tonto y nadie es esclavo.  (Esto me recuerda el sistema de fincas en san Marcos en el que prácticamente las personas son tratadas casi como esclavos….)

b. Como personas tenemos derechos y deberes: universales e inviolables.

c. El primero de los derechos enunciados es el derecho a vivir: derecho a la integridad física y a los medios necesarios para el propio desarrollo de esta vida, particularmente el derecho a la alimentación, al vestido, a la casa, a los cuidados médicos, al descanso, a los servicios sociales. Estos derechos exigen ser cumplidos en aquellas situaciones en que el ser humano es más vulnerable: la enfermedad, la viudez, el desempleo forzado, la edad avanzada.

d. El derecho al trabajo y a la libre iniciativa en el trabajo que realiza.

e. El derecho a emigrar e inmigrar. En palabras del Beato Scalabrini: “si el propio país no te el pan que necesitas, tienes derecho a salir a buscarlo en otros lugares que no sean tu patria.”

Ciertamente el Papa Juan XXIII hablaba también de las obligaciones que estos derechos comportan, obligaciones que tienen su fundamento en la ley natural. Para el Papa Juan XXIII  los pilares de una sociedad bien ordenada, creativa y de acuerdo con la dignidad humana eran: la Verdad, la Justicia, la Caridad y la Libertad.

Aun reconociendo los avances que las sociedades modernas han hecho para ser sociedades en paz debemos aceptar que el camino es muy largo todavía para  muchos países entre los cuales desgraciadamente está Guatemala.

Las preguntas fundamentales que los cristianos y hombres y mujeres de Buena voluntad debemos hacernos es: ¿qué impide que alcancemos la realización de una sociedad  unida y bien ordenada? ¿Hay una relación entre el Reino de Dios anunciado por Jesús  y la construcción de sociedades de acuerdo a la enseñanza de Juan XXIII y de otros  Papas?  Si esta relación existe, ¿cuál es entonces la misión y responsabilidad de los cristianos en el momento histórico que nos toca vivir?

3 . RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS:

El paradigma del Evangelio  en el relato de las tentaciones puestas a Jesús me reafirman en la convicción de que existen tres realidades que, si dominan el corazón de la persona, logran crear dinamismos totalmente opuestos a la voluntad de Dios. Estas realidades son: el afán desordenado de las riquezas, el dinero, del poder y del placer.

San Juan las llama las concupiscencias de la debilidad humana. Los deseos desordenados, las tendencias poderosas que conscientemente aceptadas construyen las sociedades actuales en las que Dios queda a un lado, dando lugar a las nuevas idolatrías, a los nuevos dioses que deciden el futuro de la humanidad.

Estas tendencias están escondidas en lo más profundo del ser humano, y no importa de qué ser humano hablemos, sea pobre o rico , con influencia o sin ella, sin educación formal o con ella, de cualquier raza, de cualquier clase social.  Sin embargo se aparecen con un rostro determinado y  demuestran su fuerza a través de estructuras sociales, económicas y políticas, fruto de las decisiones personales de quienes consciente o inconscientemente se dejan dominar por ellas. Las estructuras sociales son siempre el resultado de las decisiones personales o colectivas que se hacen.

El poder del dinero se demuestra cuando la corrupción  entra dentro de la organización social y económica y se cometen grandes fraudes, y se hacen especulaciones financieras e inversiones a favor de los más  astutos;  tenemos muchos ejemplos a la mano.

Pero también el poder del dinero se demuestra cuando los campesinos pobres son explotados o los migrantes o las mujeres, o cuando se busca explotar los recursos naturales de un país: el agua, el petróleo, el oro, la plata, el koltan, el litio, destruyendo el medio ambiente  dejando al país una miseria de sus ganancias y provechos. Es el dios dinero quien manda en las bolsas de valores en Wall Street o Toronto; quien regula ahora los precios de los alimentos y de las materias primas o de los recursos energéticos, empobreciendo a muchos y enriqueciendo más y más a pocos.

Por el dinero se mata  y se engaña. Es el dios dinero quien organiza los negocios más rentables en la actualidad: la venta de armas, el tráfico de drogas, la trata de personas.

Es el dios dinero que en alianza con el dios placer organiza los grandes eventos en las nuevas catedrales en las que se les rinde culto: los estadios, los centros de diversión. Vivimos ahora de Nuevo la euforia de los tiempos del imperio romano: pan y circo.

Y qué decir del dios poder: la fuerza de las armas y de las estrategias militares, las guerras actuales, la geopolítica al servicio de los más poderosos, el desprecio a los minusválidos, la biogenética que se olvida de la existencia de un Dios creador, los experimentos científicos que atentan contra la naturaleza humana, la convicción equivocada de que somos nosotros quienes decidimos qué es el bien y qué el mal.

Estas realidades impiden que el mundo viva en la paz anhelada y ofrecida por Jesús: “Mi paz les doy, no la doy como la da el mundo”. Estas realidades no nos permiten vivir como una sola familia, sin distinciones ni de raza ni de clase social. El sueño de una familia humana unida está lejos de nosotros todavía. Porque somos una familia, y la propuesta de vida nueva que Dios nos ha dado por su Hijo Jesucristo es para toda la humanidad, los cristianos no podemos quedar al margen de la construcción de una sociedad fundada sobre los valores del evangelio.

Somos nosotros los llamados a colaborar en la construcción de este reino de Dios que es reino de justicia, de amor, de servicio. Es importante recordar que el ser cristiano es la llamada que hemos recibido a ser discípulos y discípulas del  Señor Jesús.  El nos ha invitado para que lo seamos y así seamos luz sobre las montanas, sal de la tierra.

Esta es una responsabilidad individual que la vivimos en comunidad: somos la comunidad de los discípulos y discípulas, con una misión especifica, con una responsabilidad Cristiana: hacer que los valores del evangelio encarnados en nuestra propia vida se encarnen en las estructuras sociales, económicas y políticas para transformarlas en estructuras que generen paz verdadera.

Desde esta identidad los cristianos en el mundo entero promovemos modelos económicos y sociales en los que  se supere la concepción materialista del ser humano, se domine el afán consumista y hedonista de la vida  y se elimine el afán de la ganancia y el provecho como motores del desarrollo humano.

Proponemos desde nuestra experiencia Cristiana  un cambio radical en nuestra manera de vivir y entender el cristianismo. Queremos vivirlo y entenderlo como una opción preferencial por los pobres y desposeídos de la tierra; como una búsqueda constante del Bien Común que ahora es también el Bien global, es decir, lograr que los seres humanos, sin exclusión alguna tengan aquellas condiciones sociales que les permita el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección (Pacem in terris, n. 58); el cuidado atento y constante de la creación para dejar a las futuras generaciones un planeta mejorado y no destruido;  esfuerzos grandes  para vivir el espíritu comunitario y familiar en lugar de las actitudes individualistas que nos aíslan y nos alejan.

Estoy convencido que solamente cuando los políticos y los que dirigen la economía sirvan al Bien Común Global buscando una distribución justa de la riqueza, del poder y de los recursos naturales y oigan las demandas y los gritos de los más empobrecidos  lograremos vivir en paz y armonía. Sin embargo debo reconocer que en muchos lugares, especialmente de la América Latina, y Guatemala no es la excepción, la conciencia de sus derechos y de la defensa de los mismos crece en las poblaciones autóctonas y se transforma en un dinamismo tremendo que ayudará a transformar el mundo en que vivimos: de peor a mejor.

Hoy el mundo está de cabeza y necesitamos enderezarlo. Este fue el mensaje de Juan el Bautista cuando invitaba a enderezar los caminos para prepararse a la venida del Mesías. Nosotros creemos ya en el Mesías y por ello la proclamación del Mesías en la sinagoga de Nazareth debe ser nuestro programa de vida. No vivirlo es traicionar nuestra identidad. Es no ser nosotros.

Cuando hablo que el mundo está de cabeza pienso en las contradicciones que ya señalé anteriormente y que el mismo Juan XXIII indicaba. Personalmente sin embargo creo que la mayor contradicción y confusión en la que vivimos es la de creer que el culto, consciente o inconsciente a la trilogía de las nuevas divinidades nos dará la felicidad verdadera.  La felicidad verdadera la encontraremos cuando ajustemos nuestra vida a las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el sermón de la Montaña.

Hoy el mundo necesita, más que defensores de doctrinas o conocedores de la verdad, testigos vivientes de la Verdad absoluta que es Dios, porque esa Verdad es Amor. Ahí nos encontraremos todos los seres humanos.

Si creemos que Jesús el Señor venció las tentaciones y venció definitivamente el mal con el poder de su Resurrección no podemos ni perder la esperanza que otro mundo es posible ni quedarnos indiferentes ante los desafíos del mundo actual.

Los testigos de la fe, los mártires, como Óscar Romero, y otros y otras, los que encarnaron en sus vidas el evangelio del amor como Madre Teresa o Dorothy Day, nos invitan a seguir su ejemplo,  su camino.

Personalmente para mí, haber recibido este premio, puesto en la línea de quienes lo recibieron anteriormente me compromete a seguir adelante confiando en la oración de ustedes y en el apoyo espiritual de miles de hombres y mujeres que luchamos por defender los derechos de los más desposeídos.

De nuevo mil gracias. Que la Paz del Señor nos acompañe siempre.

Álvaro Leonel Ramazzini Imeri
Obispo de San Marcos, Guatemala.

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