Asunción de la Virgen María, Ciclo C
Por: Rosa María Belda Moreno. Grupo Mujeres y Teología. Ciudad Real
Es este un día especial en el que en muchos lugares celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Grandes misas solemnes, y aquí y allá, más de una semana de festejos que nada tienen que ver con lo religioso, recuerdan que la alegría y la alabanza, cada uno como la entienda, está en medio del corazón del pueblo. Para vivir de un modo especial este día, me dispongo a escribir una carta a María.
Mujer vestida de sol (Ap. 12, 19)
¿Qué pasaría hoy si tú, pobre María, te pasearas por nuestras capillas y catedrales y vieras a una señora llena de joyas y con manto de pedrería, subida en pedestal, arropada de flores e inciensos? Y en la procesión, más bien te pondrías la última de la fila, al lado de alguna mujer que no sabe si cree, y que camina por las calles y reza en el corazón. Quizá no entenderías nada, y por supuesto no creo que verías tu rostro reflejado como en un espejo en estas imágenes ostentosas.
Mujer sencilla y de mirada asombrada, ¿qué ídolo hemos hecho de ti? Tendemos a entronizarte, a cubrirte de aspecto inalcanzable, así de pobres somos los humanos, que lo que admiramos lo ascendemos a otro lugar, sin saber que tú estás más cerca, más abajo, más dentro, más allá.
¡Ojala entendiéramos en profundidad lo que significa vestirse de sol, del sol de Dios! Nos emocionaríamos entonces reconociéndote en la cercanía del sufrimiento, pues dudo mucho que hubiera sido otro tu deseo que la presencia activa entre las personas pobres, enfermas, tristes y solas. Tus gestos eran acompañantes de Jesús, tú señalabas el camino del discipulado desde antes su nacimiento y hasta su muerte y resurrección.
Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc. 1, 46)
Estas palabras, pronunciadas en tu visita a Isabel, son el comienzo del canto de liberación más interesante, e incluso inquietante, del Evangelio. Una mujer alaba a Dios, nuestro Salvador, y reconoce que nos ha mirado, y que somos dignos de felicitación. Porque al canto de María se unen todos nuestros cantos, como una única voz que grita al Señor, ese que hace obras grandes aunque seamos pobres, ese que no aprueba el gesto soberbio, o la acumulación de riquezas y poderes, ese que es misericordia para todos, y en especial, para los más pequeños ante los ojos del mundo.
Cuando leo este tu anuncio, cada vez que lo pronuncio, se me ensancha el corazón, se me abren las manos, se me escapan las ambiciones, se me pone la sonrisa en el rostro, y la mirada al cielo y a mis hermanos se convierte en una única mirada.
¿Cómo no me di cuenta antes? Solo quien está preñada de Dios, solo quien se abre plenamente a que su voluntad sea posible a su través, solo quien vive en la búsqueda expectante de Dios, y lo mastica en el corazón, solo quien es sencillamente de Él puede decir palabras así. Solo quien se arriesga sola, sin seguridades y se pone en camino, yendo aprisa a donde hay necesidad, solo quien está dispuesta a encontrarse plenamente con el otro/la otra, puede proclamar a Dios transmitiendo tanta intensidad.
María, siempre estás ahí. Ese nombre quise para mi hija, como el de la mujer única y exclusiva llena de Dios. Siempre tengo a mano, tu imagen, la de la mujer real cuya presencia traigo a mis recuerdos en los momentos de dificultad. Sí, para mi es consuelo y señal, mujer a través de la cual veo a Dios. Me resulta fácil y accesible rezar contigo, una mujer como yo en el silencio del misterio de la vida.