Domingo 24º del T.O. Ciclo B
Por: Cecilia Pérez. Vita et Pax. Valencia.
El Año Litúrgico avanza y acompañados por el profeta Isaías, el apóstol Santiago y el evangelista Marcos vamos a dejarnos acompañar por la Palabra de este domingo XXIV que nos invita a reflexión y a confesión.
La pedagogía de Marcos nos ha introducido en el capítulo 8 que nos ha hecho encontrarnos con el Jesús compasivo que, conmovido por el desfallecimiento de la gente, invita a sus discípulos a repartir con ellos lo poco que tienen.
La pregunta raya en lo razonable: “Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto..” Y sí, hay Alguien que puede.
*¿Qué les/nos está enseñando Jesús?
A continuación hace ver al ciego de Betsaida que esperaba solamente que le tocara con sus manos. Jesús le coge de la mano, le saca del pueblo y toca sus ojos con saliva… y al hacerlo su visión se va haciendo clara y perfecta.
*¿Qué es este modo de hacer, de amar, de actuar?
Y ahora, hoy, seguimos viéndoles caminar…
Veo la primera de las enseñanzas: No podemos ser de los suyos desde una actitud pasiva, cómoda y simplemente observadora. Cansancio y polvo en los pies mientras el corazón se enternece y llena de compasión, es lo que se espera.
¿Y vosotros?
¿Quién decís que soy?
Entonces y ahora, la pregunta crucial. Entonces y ahora la exigencia de una respuesta coherente. Coherente, sí: eres el Cristo, eres el Mesías, exige actitudes que deben ser la base de esa confesión que brota del corazón enamorado de Pedro pero que él todavía debe descubrir, QUE BROTA DE NUESTRO CORAZÓN pero que, a lo mejor, no hemos descubierto todavía.
Por eso el Maestro comienza a instruirles planteándoles la cruz como condición indispensable para ese seguimiento que gozará con la gloria, con la suya, pero que debe purificarse y ser auténtico con la entrega, el amor hasta el extremo, la generosidad, el dar la vida.
¡Pobre Pedro, cómo se sentiría! Jesús le llamó Satanás, le llamó tentador. ¿Cómo entender al Maestro?
Y de qué forma le hace Jesús comprender que son los criterios de Dios los que nos hacen vivir en fidelidad. Me imagino a Jesús mirando a Pedro con ternura para hacerle aceptar y comprender lo, para él, incomprensible.
A él y a mí; a nosotros, nos dice eso de que “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.”
*¿También a mí me asusta seguir a este Señor, a quien proclamo Cristo, Mesías, Señor, Salvador, Amigo, con estas premisas?
Le fue difícil, les fue difícil comprender y nos es difícil comprender y descubrir que es posible si sabemos y aceptamos que es el Señor quién me/nos da fuerza, quién me/nos salva “estando yo sin fuerzas” (Salmo 114). “Tengo cerca a mi defensor” (Is. 50,5-9a)
¡Qué Dios el nuestro!, el de Jesús, el que cuando le invoco “Señor, salva mi vida” se muestra compasivo y misericordioso. El Salmo nos ayuda también a hacer un propósito Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Vuelvo a la pregunta “quién decís que soy yo” y veo que es actual, es atemporal; es de entonces, de ahora, de siempre. Es pregunta personal, eclesial.
Es una pregunta decisiva que nos lleva a profundizar sobre la calidad de la confesión de una fe que si no tiene obras a nada conduce y a nadie convence. (St.2,14-18).
En la aclamación al Evangelio, con San Pablo que todo esto lo entendió muy bien, vamos a repetir lo de Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor…quién decís que soy yo
Ahí es nada. ¡Feliz domingo!