Reconocer a los profetas y profetisas hoy

Por: MaJesús Antón. Vita et Pax. Teruel

Domingo 14 del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Por la falta de fe en Jesús “no podía hacer allí ningún milagro”. Quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque “nadie es profeta en su tierra”. Y quizás, también nos escandalice a nosotras…¿o no?

No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como una de nosotras. A veces quisiéramos que Dios se nos manifestara de maneras espectaculares, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, acompaña nuestros pasos, viste nuestra ropa, es uno al que conocemos pero no re-conocemos.

Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia.

Muchas veces nosotras tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es más fácil esperar cosas extraordinarias y grandes o mirar a alguien que viene de fuera que ver a hermanos o hermanas en la vida cotidiana que se gastan y desgastan trabajando por la vida aunque les cueste la vida, aceptar los signos de solidaridad y fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que “quizá vendrá”, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto sería más fácil, pero ¿no estaremos dejando a Jesús pasar de largo?

Los enviados de Dios ya están advertidos que en el curso de su misión “encontrarán a hijos testarudos y obstinados” (Ez.2,4) que tal vez no escuchen, pero al menos “sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”.

Sin pretender ser un “profeta” admirado, sí que debemos ser, como mínimo un profeta anónimo, un cristiano ordinario que se toma en serio su deber profético: vivir la verdad, denunciar la mentira y la injusticia, combatir la corrupción, ser misericordioso, ir a la búsqueda del “otro mundo es posible”.

La profecía no es un deber para personas especiales, es deber de toda persona cristiana por seguir a Jesús, y de toda persona bautizada, por participar en Jesucristo Sacerdote, Profeta, Rey.

Muchas preguntas se hacían los contemporáneos de Jesús al oír y ver lo que él decía y hacía. Inquietaba, molestaba. Es también para nosotras una invitación a responder nuestras cuestiones de fe.

Es verdad que muchas veces decimos, nadie es profeta en su tierra. Pero, ¿somos hoy en medio de la familia, trabajo, en nuestra vida cotidiana.. gente que cuestiona, que crea interrogantes ante nuestros hechos y dichos? ¿incomoda mi estilo de vida por querer ser semilla del Reino de Dios?, ¿creo interrogantes? ¿me complica la vida? ¿me resisto a la voluntad de Dios?

Quien quiera tomar a Jesús en serio, tendrá que estar preparado para convertirse en un profeta y un místico. En la historia de Israel antes de Jesús, los profetas eran gente rara. Jesús se propuso abrir el espíritu de profecía a todos. Todos y todas tenemos que llegar a ser lo bastante valientes para alzar la voz de los profetas.

También podemos llegar a ser místicos –la profecía y  la mística van unidas-.Los místicos son apreciados actualmente como personas que toman a Dios en serio. No sólo creen en la existencia de Dios, sino que afirman que han experimentado la presencia de Dios en su vida y en el mundo.  Es impensable que una persona pueda ser profeta que apueste por la justicia, la fraternidad, el cambio social sin tener alguna experiencia de unión con Dios. La vida de Jesús se comprende a la luz de su experiencia de Dios y su Reino.

El Señor guía a su pueblo,  hace surgir profetas de generación en generación:

“De muchas maneras has hablado y sigues hablando hoy por medio de los profetas. Reiteraste, además tu alianza a los hombres y mujeres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de la salvación…”

Envíanos Señor,  nuevos profetas que nos hagan revivir con pasión  lo mejor que tú has puesto en nuestro corazón: el amor por la humanidad.

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