Recuerdo de D. Cornelio Urtasun

Por: Vicente Cárcel Ortí. Valencia.

El Jueves Santo del año 1999 fallecía don Cornelio Urtasun Irisarri, un nombre que dirá muy poco a los más jóvenes y, sin embargo, fue un personaje destacado de la Iglesia y de la sociedad valenciana en los años cuarenta y cincuenta.

Nacido en Espinal (Navarra) en 1917, Don Cornelio ingresó en el Seminario de Pamplona a los once años en 1928 y, en 1939, un año antes de cantar misa, el obispo don Marcelino Olaechea le llamó para que fuera su secretario particular y con él estuvo hasta 1946. Después se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma.

Secretario de don Marcelino Olaechea: Colaborador fiel de su obispo, don Cornelio intervino directamente en una actividad poco conocida de don Marcelino en aquellos años: tramitar peticiones de clemencia para evitar condenas a muerte y mitigar las severas penas impuestas a numerosos detenidos políticos por los vencedores de la guerra.

En el archivo personal de don Marcelino se conservan copias de las cartas que dirigió al general Franco, junto con largas listas de personas por las que el obispo intercedió. Don Cornelio, con quien entablé buena amistad en Roma, me contaba anécdotas inéditas de aquellos años tristes y cómo él pasaba días enteros acogiendo a familiares de presos que deseaban hablar con el obispo para invocar clemencia.

Todo eso lo hacía yo”, me decía, con legítimo orgullo, don Cornelio. “Yo preparaba el terreno, pues recibía y escuchaba a la gente; les entregaba donativos; escribía cartas y hablaba con las autoridades”. Todo lo hacía en nombre y por encargo de don Marcelino y luego él completaba personalmente las gestiones.

Tendrías que dar a conocer cuanto hizo don Marcelino en aquellos años, para que se le haga justicia a él y a la Iglesia me pedía don Cornelio, destacando que don Marcelino fue uno de los primeros obispos que condenó los horrores de la guerra a primeros de agosto de 1936; fue un apóstol de la reconciliación entre los españoles; trató de curar heridas corporales y espirituales; moderó el rigor de las autoridades y ayudó a las víctimas injustas de una represión implacable.

Valenciano de adopción: En 1949 don Cornelio llegó a Valencia con don Marcelino y aquí estuvo durante doce años, hasta 1957. También llegaron los hermanos Argaya, don Jacinto y don Baltasar. Fue profesor de Seminario de Moncada, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia y del Colegio de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. A partir de 1949 fue director del Convictorio Sacerdotal “San Eugenio”, fundado por el arzobispo con ese nombre como homenaje al Papa Pío XII (Eugenio Pacelli).

Pero don Cornelio fue, además, iniciador e introductor del movimiento de restauración litúrgica en la diócesis de Pamplona y autor de numerosos estudios litúrgicos y canónicos.

Promovió tres iniciativas, que echaron raíces profundas en Valencia: el Instituto secular “Vita et Pax”, la “Artesanía Litúrgica” y las librerías “Manantial” que estuvieron extendidas por diversas ciudades españolas y la “Sorgente” de la plaza Navona de Roma.

Desde 1957 don Cornelio residió habitualmente en la Ciudad Eterna, a pocos metros del Vaticano, en un piso desde el que se ve la cúpula de la Basílica de San Pedro, y se dedicó a seguir sus iniciativas, lo cual le obligó a viajar con frecuencia por numerosos países. También fue consultor de la Pontificia Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico y dio muchos ejercicios, retiros y charlas espirituales, tarea que desarrolló con gran espíritu y competencia. Pude comprobarlo personalmente en varias ocasiones. Vivió con gran pasión la vida de la Iglesia y el espíritu universal que sólo en la Urbe se respira porque está abierta al Orbe.

En Valencia tenía muchos amigos y cuando venía, con su habitual discreción y prudencia, procuraba pasar siempre inadvertido. Supo conectar con el carácter de los valencianos. Disfrutaba hablando de nuestras cosas y las seguía con mucho interés. Por nuestra ciudad y diócesis nutrió siempre una especial simpatía. Cuando participaba en las fiestas que en Roma organizaba el Colegio Español se unía con mucho gusto a los valencianos, pues nos decía que se encontraba en su casa. Nombres de personas y pueblos le evocaban recuerdos y emociones.

Porque quiso mucho a Valencia merece un recuerdo agradecido. Descanse en paz este gran sacerdote, espiritual, liturgista y canonista; este navarro dinámico y cordial, simpático, noble y generoso; este valenciano de adopción, que nos ha dejado una huella imborrable.

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