Domingo II del T.O. Ciclo A
Por: Rosamary González. Vita et Pax. Tafalla. (Navarra)
Hace una semana celebrábamos la fiesta del Bautismo de Jesús dentro de las fiestas navideñas y hoy nos encontramos con el relato evangélico del bautismo de Jesús narrado por Juan. ¿Podemos añadir algo más de lo que se decía en el comentario del domingo pasado?
No gran cosa, pero sí que lo primero que llama la atención es que un mismo hecho, contado desde una profunda experiencia de fe, es vivido y narrado de manera diferente por cada persona que participa en él.
Para Mateo, el evangelista del domingo pasado, es fundamental el diálogo entre Jesús y Juan. Pone el acento en enaltecer la figura de Jesús, en la humildad y sencillez de Juan; la autoridad de Jesús da paso a lo que para Él es lo importante: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere”.
En el relato evangélico de hoy narrado por Juan sobran los diálogos en el encuentro; Jesús viene hacia él, lo ve y exclama: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No tiene dudas: “no lo conocía, pero lo ha visto” y ha creído. La presencia del Espíritu sobre Jesús es el signo dado por el que le envió y le anunció que él bautizaría con Espíritu Santo.
La riqueza de símbolos en uno y en otro nos ayuda a intuir qué pudo pasar a orillas del río Jordán: La figura de Jesús al encuentro de Juan para ser bautizado antes de echar a andar para cumplir su misión, el agua que le purifica: “pasando por uno de tantos”; el Espíritu en forma de paloma que se posa sobre Jesús, TODO lo que allí aconteció estuvo invadido por el Espíritu del Señor.
Muchos acudían a ser bautizados, pero para Juan fue una experiencia única. Se sintió enviado a bautizar antes de que llegara Jesús, pero necesitó un encuentro con Él para sentir esa presencia de su Espíritu y dar testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios.
El profeta Isaías, en la primera lectura, se nos presenta como alguien que tiene conciencia de la acción de Dios en su persona desde el vientre de su madre y se siente llamado a una misión universal: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Pablo también manifiesta con rotundidad sentirse llamado: “Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús….” Y termina deseándonos la gracia y la paz de parte de Dios.
La MISIÓN para la que estamos llamados y llamadas es la que tiene que resituar nuestra vida de cada día, como lo fue para Juan, Isaías, para Pablo. Ésta tiene su raíz en la Misión de Jesús: amor incondicional, perdón, liberación, total cercanía con los excluidos y enfermos y poniéndonos siempre como referencia y en contacto con su Padre que es quien le daba y nos da la fuerza de su Espíritu para vivir con fidelidad y dar respuesta a su llamada.