Retiro Cuaresma 2022

Instituto Secular Vita et Pax
“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!
Por: M. Carmen Martín Gavillero. Vita et Pax. Ruanda

 

Son tantas las voces que se levantan a lo largo del día, tantos los discursos y palabras, tantas las urgencias que reclaman… que es difícil hacer silencio para escuchar y, aun haciéndolo, el silencio puede estar lleno de voces que no son la voz que nos da Vida.

No es fácil escuchar, hace falta mucho. Hace falta afinar el oído, discernir, para no dar crédito a voces falsas. Hace falta ordenar, elegir para aclararnos bien hacia dónde queremos ir y descartar lo que no conviene. Hace falta soltar lo que pueda ser un lastre que nos detiene. Hace falta acallar los ecos que puedan confundirnos…

Por eso, necesitamos tiempo y deseo sincero de ponernos en disposición para escuchar, de verdad, esa voz que está en lo más hondo de cada una, que se nos ofrece como don generoso y nos habla de Vida y “Vida en abundancia” (Jn 10, 10).

La Cuaresma 2022 viene con esta hermosa invitación expresada en el Salmo 95: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”.  Porque Yahveh es un Dios que habla, es la voz que acompaña permanentemente a su pueblo; y esa voz se hizo carne en Jesús: “¡La voz de mi amado! Miradlo cómo viene” (Ct 2,8). “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré” (Ap 3,20). “Se oyó una voz desde los cielos: ‘Tú eres mi hijo amado’” (Mc 1,11). “Me volví para mirar de quién era la voz que me hablaba” (Ap 1,12). “… lo siguen pues conocen su voz” (Jn 10,4b) …

Hacia Él vamos en esta Cuaresma, por ese camino, a veces nada fácil, de vivir atentas, en escucha permanente, hasta que su voz resuene en nosotras libre, inconfundible y segura. Entonces diremos como el discípulo: “Es el Señor” (Jn 21,7).

Escuchar para vivir

“¡Escuchadme y viviréis!” (Is 55,3). La escucha en su significado bíblico más profundo es la verdadera condición para vivir. “Hoy pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si escuchas… vivirás…” (Dt 30,15-20). Los profetas denuncian la sordera voluntaria de quienes endurecen su corazón y cierran sus oídos a la voz de Dios (Jr 6,10).

Esta escucha no es para saber ni conocer más, sino para vivir y quien vive encerrado en sí mismo está ya encerrado en la muerte, sólo puede renacer en el momento en que decida abrirse a Dios y a sus palabras de Vida.

Jesús nos invita a hacernos conscientes de las “sorderas” que pueden estar presentes en nosotras y que nos impiden alcanzar la Vida en plenitud. Lo mismo que el sordomudo del evangelio (Mc 7,31-37) podemos vivir rodeadas de vallas que nos insonorizan y nos mantienen recluidas en nuestras pequeñas fronteras, que impiden que llegue hasta nosotras el rumor de la Vida.

Podemos hacer eco de cuatro sorderas:

  • La sordera del individualismo: todo nos invita a escuchar lo primero, lo segundo y lo tercero al propio “yo”, silenciando las voces de los otros.
  • La sordera del relativismo: nos dejamos llevar por esa corriente donde todos vamos a la vez y todo puede ser legitimable. ¿Si todas lo hacen, por qué no yo? La responsabilidad personal se disuelve en una masa de responsabilidad colectiva que nos disculpa.
  • La sordera del hedonismo: la necesidad de pasarlo bien, de no sufrir, de que nada ni nadie nos incomode, de tener lo que deseo al momento. La fuerza de voluntad y el sacrificio no está de moda.
  • La sordera del activismo: puede hacernos caer en la trampa de dejar actuar a nuestro yo protagonista siempre. Ese protagonismo impide saber retirarse a tiempo, impide silenciar el deseo de estar siempre donde nos gusta estar.
  • Otras sorderas.

La curación del sordomudo nos invita a dejar que Jesús siga realizando con cada una de nosotras su gesto sanador remediando nuestras sorderas y tartamudeos. La misma palabra dirigida al sordomudo: “¡Ábrete!”, resuena esta Cuaresma en nuestros oídos y en nuestro corazón.

Necesitamos estar atentas porque, a veces, podemos escuchar voces que no nos llevan a la vida, sino que nos desvían. El propio Jesús lo experimentó con Pedro, pero lo puso en su lugar: “Apártate y ponte detrás de mí Satanás…” (Mc 8,33). Jesús supo descubrir en Pedro, en ese momento, una voz tentadora, una voz a evitar para no terminar yendo donde no quería.

En esta importante tarea de escuchar no estamos solas, el Espíritu es “oído” en nosotras que nos facilita escuchar la voz cargada de ternura y misericordia, que nos llama hijas e hijos, y nos hace pasar como al hijo pródigo de la muerte a la vida (cf. Lc 15,11-24). La voz que invita no espera de nosotras muerte sino vida. Es voz amiga que seduce y pone en movimiento.

Para la reflexión: En este tiempo de Cuaresma agradezco a Dios todas las veces que me ha curado de mis sorderas y agradezco que hoy me siga curando; agradezco que me ayude a escuchar la voz que me da Vida.

 

Lugares donde escuchar su Voz, hoy

Escuchamos la voz de Dios en la naturaleza, en la vida, en nuestra propia debilidad, en la historia, en los seres humanos, especialmente, se torna clamor en los pobres y enmudecidos. Saber escuchar y no cerrar el oído es hacernos semejantes al Dios en el que creemos, cuya primera señal de identidad ante Moisés fue: “He escuchado el clamor de mi pueblo… conozco sus sufrimientos” (Ex 3,7) y ésta es, a su vez, una de las peticiones más repetidas por el mismo Dios: “Escucha Israel” (Dt 6,4), “Este es mi hijo amado, escuchadle” (Mc 9,7) …

  • La creación: Lo primero que nos encontramos al abrir la Biblia es la voz de Dios. Dios habla para crear: “y dijo Dios…”; para crear un mundo cuya característica fundamental es que es bueno y en el que la armonía en lo creado es signo de su presencia, pues no tiene que competir para sobrevivir; un mundo en el que las diferencias no son para la rivalidad, sino para la complementariedad, y en el que el ser humano es imagen del autor que crea por medio de su palabra. Hoy nos habla en la belleza de cada nuevo amanecer, nos habla en el canto del pájaro que rehace su nido, en la tierra reseca y estéril por la explotación y el abuso constante, hoy nos habla en las aguas descompuestas y malolientes de los ríos contaminados…
  • La historia: Dios habla a través de la vida, por medio de los hechos cotidianos; habla en la historia y en nuestra historia personal. Y habla porque primero escucha (Ex 3,7). Hoy nos habla en las mujeres y hombres anónimos que, desde la sencillez, allí donde están, luchan por la paz, la justicia, la fraternidad o salvan vidas del mar. Nos habla en “el panorama” que contemplamos, al despertarnos cada día, en nuestras casas; en la propia vida cotidiana cuando convivimos día a día con la enfermedad; nos habla en nuestro cuerpo envejecido, desgastado o dolorido por el sufrimiento; en nuestro deseo de seguir respondiendo fielmente a su llamada con nuestras fragilidades y limitaciones; en el anhelo de seguir compartiendo con los demás lo que somos y tenemos…
  • Los pobres: Desde el inicio de la Sagrada Escritura y hasta el final, Dios se identifica con los más necesitados: las viudas, los huérfanos, los extranjeros… (Dt 10,17-18). El mismo Jesús en la sinagoga de Nazareth hace de los pobres los primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc 4,16-30). Hoy nos habla en el hambre y muerte violenta en tantos pueblos de la tierra; en el grito de las mujeres violadas; en las niñas y niños convertidos en mercancía de los que se usa y abusa sexual y laboralmente; hoy nos habla en esa persona que busca y busca y busca trabajo, pero no se abren puertas para ella; en los miles de personas que se ven obligadas a dejar sus hogares y que caminan errantes con las fronteras cerradas…
  • La comunidad: Jesús Resucitado envía a las mujeres a restablecer la comunidad rota por la huida de los discípulos y su abandono en la pasión: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). El primer efecto de la resurrección es constituir la comunidad de vida que Jesús había mantenido con sus discípulos y discípulas para que puedan continuar con su misión (Mt 28,18-19). Hoy nos habla en la palabra hecha cuerpo, hecha “vida entrega” y muchas veces también “sangre derramada” de personas sencillas que viven la fraternidad hasta sus últimas consecuencias; nos habla en los grupos cada vez más amplios de ciudadanos que nos están gritando que otro mundo y otra Iglesia son posibles; en los movimientos de liberación: pacifistas, ecologistas, feministas… En la voz de mujeres y hombres que no se conforman pensando que estamos en el mejor de los mundos posibles. Nos habla en este proceso sinodal por el que caminamos en sinodalidad.

Para la reflexión: A lo largo de mi vida, dónde he escuchado la voz de Dios; dónde la escucho hoy. Qué me dice.

Escuchar su voz es responder

“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”. En esta escucha, cada persona es invitada a responder. En la Sagrada Escritura, el verbo escuchar es el noveno más usado, lo que indica su importancia. La escucha bíblica implica llevar a cabo algo, poner en práctica, obedecer. La obediencia no es una palabra de moda hoy. Suena a sumisión, a derrota, a servilismo. Pero entre tanta mala prensa, la palabra encierra una verdad profunda, la libertad que da entregarse a alguien, a Alguien; escuchar a quien nos llama y dejar que nos atraiga con fuerza irresistible. Es nuestra hora y nuestro momento. Toca obedecer a esa voz amiga que invita a más vida, aunque no nos evite el sufrimiento:

  • Escuchar reclama silenciar esa tremenda voz ajena que es la del mundo consumista que nos rodea. Dejar que nuestra voz aflore libre y propia, acogiendo la necesidad justa y no las múltiples necesidades agregadas que se nos van contagiando más que la Covid; será un camino de libertad permanente en este mundo que vivimos.
  • Escuchar requiere ser oyente de la Palabra, acoger la Buena Noticia que se nos proclama hoy: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Escuchar con atención e interés a Dios en la historia, en el Evangelio, en la vida, en las personas. Escuchar lo que Él me dice y eso requiere dejar que el eco de su voz resuene en cualquier lugar y hora, a tiempo y a destiempo.
  • Escuchar exige establecer y mantener un proyecto de vida no solo desde mis intereses, sino en contraste con el proyecto del Reino, con los valores evangélicos. No se puede dedicar la vida a mantener la rutina espiritual adquirida. La voz de Jesús nos dice cómo él se juntaba con pecadores, llamó a las mujeres a seguirle, se enfrentó a los escribas y los fariseos, irritó a los líderes de la religión y del gobierno… Escuchar la voz requiere despertarnos del letargo, que el rincón donde vivimos cada una se vuelva un lugar mejor por haber pasado nosotras por él, que ese rincón huela a Reino.
  • Escuchar implica dejarse interpelar especialmente por la presencia de Dios en los “periféricos”, en los pobres, los últimos, los desfavorecidos… Que nuestra sordera física no nos impida escuchar a los sin voz. Escuchar conlleva ayudar a nacer lo nuevo, lo divino de cada una para sostener a los abatidos, hacer caricias a los maltratados y justicia a los oprimidos, enjugar el sudor de los cansados y las lágrimas de los afligidos, sanar los corazones de piedra, levantar del polvo a los pobres, curar las heridas de la vida, abrazar a los hijos pródigos, danzar con los tullidos o con los que van en sillas de ruedas, hacer sonreír a todos…
  • Escuchar significa recuperar la dimensión profética, como aquellos otros profetas bíblicos, personas sencillas como nosotras: pastores de ovejas, dueños de pequeños negocios, agricultores, soñadores… No tomaron un camino fácil. Eligieron la valentía. Eligieron la vida. Eligieron luchar por lo que debe ser en lugar de conformarse con lo que es. Escucharon la voz y se comprometieron con ella sin importar el precio. Escuchar hoy, como ayer, significa desvelar el mal, denunciar la injusticia, proclamar a los cuatro vientos el amor encarnado de Dios. Sí, hoy también hay profetas, son personas que viven intensamente el presente trabajando por un futuro mejor, aunque ellos y ellas no lo vean.
  • Escuchar conlleva reconstruir la fraternidad de Jesús. La otra persona se vuelve espacio privilegiado donde escucharnos y escuchar la vida que desafía mi egoísmo. La otra persona me empuja a abrirme, a no quedarme encerrada en mis voces. No es fácil ser hermana de todas las hermanas. ¡Qué gozoso es sentirse hermana de algunas! ¡Qué costoso de otras! Reconstruir la fraternidad de Jesús supone concederle a la otra o al otro voz, aunque su palabra sea distinta a la mía. Dejar espacio para que se exprese la discrepancia, tener la cortesía de escuchar con tiempo y atención a la que piensa y dice de otro modo. La difícil tarea de “hacernos silencio” para que el otro o la otra “sea palabra”.

Para la reflexión: “¡Ojalá escuches hoy su voz!”. ¿Hacia dónde te encamina esa voz: cuál es tu respuesta?

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