Retiro de Adviento 2023

Retiro de Adviento 2023
Retiro de Adviento
Por: M. Carmen Martín. I.S. Vita et Pax. Madrid

 

Palabras para el Adviento

 

El Señor viene. La Palabra más importante pronunciada por Dios, Jesucristo, está de camino. Viene cada día, cada noche, cada tarde… en el momento más inesperado. Sólo la que sabe esperar tendrá el privilegio de acogerla, hablar con ella y, sobre todo, hablar como ella. Este Adviento nos invita a la finura, a la coherencia en nuestra palabra para que sea lo que es, imagen y semejanza de la Palabra de Dios.

No es fácil comunicarse con otras personas; hablar, conseguir expresarse es, a la vez, una alegría y un sufrimiento. Una alegría porque podemos formular nuestros deseos, pensamientos, descargar una preocupación o decir a alguien que le queremos. Pero también hablar nos hace sufrir, a veces no conseguimos alcanzar la comunicación deseada o no nos sale expresar lo que de verdad queremos decir y, terminamos hiriendo o heridas.

A Dios tampoco le fue fácil comunicarse con los seres humanos. Primero lo hizo a través de signos y prodigios como el arco iris que recuerda la alianza (Gn 9,12-16) o la nube signo de la presencia de Dios (Ex 13,21-22), después a través de los profetas… Pero tanto por un lado como por otro no dio resultado, o las gentes sentían temor ante los signos o les resultaba molesta la palabra de los profetas. Dios no acababa de conseguir comunicarse con la humanidad, pero no por eso dejó de intentarlo.

Este Adviento nos propone reflexionar sobre las palabras: la Palabra de Dios y la palabra humana y cómo comunicarnos mejor.

 

  1. La Palabra de Dios

La Palabra es el modo habitual con el que Dios se comunica con la humanidad; Palabra muy particular que tiene características propias:

  1. Palabra creadora

La primera Palabra de Dios es una Palabra creadora. La Palabra audible que procede de su boca tiene el poder de crear todo lo que proclama. En el relato de la Creación de Génesis 1, la expresión “dijo Dios” se usa repetidamente (Gn 1,3.6.11.14…). Las palabras pronunciadas por Dios tienen tal poder que, cuando habla, aparece tierra seca, brotan plantas, florecen árboles frutales y flores, surgen animales, seres humanos…y ve que todo es bueno.

Hay una fascinante palabra hebrea usada en Génesis 1 para expresar la actividad creadora de Dios. Es la palabra bará y se usa solamente cuando Dios es el sujeto; es decir, únicamente Dios puede bará. Y no solo creó (bará) este mundo a través de su Palabra, sino que también lo mantiene y lo sustenta día a día a través de Ella.

  1. Palabra humana

Y vino el paso definitivo: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo…” (Hb 1,1-4). Para hacernos comprensible su Palabra, Dios la adaptó genialmente a la nuestra: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y así fue como, eterna y perfecta, tomó cuerpo y vida, se hizo visible y comprensible, en la carne de un niño, después hombre, compañero y amigo, Jesús.

Con razón podemos decir: ¡Qué bien te expresas ahora, Señor! ¡Qué bien comprendemos tu amor, tu cercanía!

En su Hijo ha resonado definitivamente la Palabra de Dios. Él es la Palabra de Dios: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). La Palabra toma el camino de la humanidad, se hace tierra fértil, posibilitadora de todo lo que existe, potenciadora de la vida. El “sí” de María, abre las puertas a la humanidad compasiva de Dios. En la noche, en el silencio, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14) superando toda expectativa, toda razón. “Carne” en el lenguaje bíblico significa el ser humano en su condición débil y mortal.

Jesús es mucho más que un simple mensajero de Dios como fueron los profetas. No solo es el mensajero, Él mismo es el mensaje. La persona de Jesús es más que un sonido, más que un discurso, más que un texto…; es la Palabra de Dios hecha historia y fragilidad. Toda la vida de Jesús se convierte en palabras vivas dirigidas a la humanidad.

  1. Palabra expuesta

Según el diccionario de la RAE, una de las acepciones de exponerse es ponerse a la vista, correr riesgo, aventurarse… Y eso es lo que hace Dios en su Palabra.

Dios se expone en su primera Palabra, la creación, se pone fuera de sí mismo, sale de sí, de su eternidad, para entrar en el tiempo y en el espacio de la existencia humana, para contar su historia en metros y segundos, por un amor tan grande que lanza a la existencia esta maravilla que es el universo. Un universo siempre amenazado por la ambición y la codicia humana.

Dios dice su segunda Palabra en la encarnación de su Hijo Jesús, donde se dice a sí mismo de manera definitiva. En Jesús Dios se hace próximo, cercano, uno con el ser humano. En Jesús, Dios se expone, se arriesga, corre peligro al presentase entre nosotras en la debilidad de una existencia que se acerca sin ninguna fuerza armada ni institucional, sino tan sólo con la autoridad que brota de su propia persona. Jesús es la Palabra humilde de Dios que no se impone sino que se propone.

Reflexión: Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14). Medito agradecida los esfuerzos de Dios por comunicarse con la humanidad.

¿Pongo yo también mis mejores esfuerzos por comunicarme con las y los demás?

 

  1. La palabra humana

 

Las personas poseemos la palabra, se nos ha regalado este gran don y, al igual que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, la palabra humana es también imagen y semejanza de la Palabra de Dios y, de alguna manera, comparte con ella esas tres mismas características.

  1. Palabra ‘creadora’

La palabra humana tiene fuerza vivificadora. Hablar a otra persona es tanto como decirle que ella existe para mí. Es elevarla a mi nivel. Dirigir a otra mi palabra es hacerla mi interlocutora, es promoverla, es ponerla en la categoría de prójimo.

Cuanto más alto está o es más importante aquel o aquella que nos dirige la palabra, tanto más nos sentimos elevados a su nivel (Rey, Directora, Papa…). Por el contrario, negarle la palabra a alguien es tanto como decirle que no existe para mí, es anularlo, dándole a entender que es insignificante.

La palabra humana tiene fuerza transformadora. Hay palabras que nos dirigen y se quedan para siempre dentro, en la mente y en el corazón (consejos de los padres, maestros, palabras de amigas, compañeras…). La palabra se desliza en el interior y tiende a permanecer en la intimidad. Se parece a una semilla que se siembra en lo profundo donde germina. En cierto sentido cada persona somos el resultado de las palabras que hemos recibido y han permanecido en nuestro interior.

  1. Palabra ‘humana’

La palabra humana participa de la grandeza de la Palabra de Dios, pero, a la vez, es muy frágil y tiene fuerza ambivalente. Una palabra puede ser un puente o provocar la ruptura de un vínculo. Las palabras elevan o hunden, construyen o destruyen. Las palabras refuerzan y hacen sentir al otro fuerte, o aumentan la fragilidad y el sentimiento de vulnerabilidad. Las palabras acercan o alejan. También se puede traicionar con la palabra, chismorrear con la palabra, humillar con la palabra, dividir con la palabra…

Para Dios sólo existe un tipo de Palabra, por desgracia para los seres humanos existen diferentes:

La mentira: La experiencia dice que nos hacemos tolerantes a la mentira. Es fácil. Una vez que nos acomodamos a la mentira, vivir con mentiras deja, aparentemente, de generarnos problemas de conciencia. El ser humano es tendente a hacerse práctico y la mentira es algo así como “lo menos malo” o “un mal necesario”, tanto que, desde antiguo se habló de “mentira piadosa”. Argumento como mentir para no hacer daño, para no preocupar, para no generar conflictos, para justificarnos…son los que ‘las personas de bien’ utilizamos en el día a día para seguir mintiendo. Por otra parte, las mentiras repetidas una y otra vez, se convierten en un hábito y acabamos creyendo que son la verdad o, incluso, que son la realidad.

La verdad relativa: En lo cotidiano, nos hemos acostumbrado a dejar hacer, dejar decir, como si una capa protectora de “ella lo ve así”, o “él lo vive de tal manera”, bastara para seguir admitiendo las verdades múltiples y sus consecuencias negativas. ¡No vale todo! Esta cuestión de la verdad “relativa” contagia todos los ámbitos de la vida, también la nuestra.

La verdad:  La verdad hace referencia a la autenticidad. La verdad es el acuerdo entre el discurso y los hechos. Es también la coherencia que implica ser consciente del mundo interior o exterior y comunicarlo. La verdad es la correspondencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.

Reflexión: “No salga de vuestra boca palabra dañosa. Sino la que sea conveniente para edificar…” (Ef. 4,29). ¿Qué predomina más en mi vida: la mentira, la verdad relativa o la verdad? ¿Qué necesitaría para llegar a ser, aún más, una mujer que vive en la verdad?

  1. Palabra ‘expuesta’

No vivimos aisladas sino que formamos parte de un grupo o familia al que nos sentimos pertenecer y con quien nos queremos comunicar bien. No es un grupo al que me enfrento, sino un grupo del que hago parte, un grupo que es mi familia. Y por lo tanto no voy al margen, sino a la par, por eso, las palabras que decimos nos exponen, de ahí que:

 

  • Haríamos bien en utilizar palabras lo más claras y comprensibles posibles ante el otro o la otra y, sobre todo, no decir a espaldas lo que no nos atreveríamos a decir en la cara. También moderar las valoraciones y los calificativos que damos a la persona ausente con la que tenemos alguna dificultad.
  • Sería conveniente contar hasta diez antes de responder y no enzarzarnos en discusiones estériles con quien sabemos que no va a cambiar. Tener ‘cintura’ para torear situaciones que encaradas de frente no llevan sino a aumentar la crispación.
  • Por otra parte, qué bueno sería quitar de nuestro vocabulario expresiones como “cada vez que hablas, lo estropeas”, ese tipo de palabras desautorizan, generan culpa, no nos ayudan a crecer. No sólo quitar de nuestro vocabulario sino, sobre todo, de nuestro diálogo interior que cada una llevamos dentro. Sucede que, a veces, hemos dominado la palabra que lanzamos, pero por dentro el menosprecio, incluso el insulto, sigue formando parte de nuestro interior: “Esta no da para más”, “no hay manera de que cambie”, “y tú más”, “la misma con lo mismo” … y un largo etcétera de palabras despectivas que nublan nuestra mente y enturbian la comunicación.
  • Hay palabras que nacen en el momento preciso, con la intensidad justa, que hacen bien. Si digo: “estoy contigo, pase lo que pase”, arropo con las palabras. Las palabras cubren la inseguridad, el miedo y manifiestan la condición de compañera fiel. Si digo “lo siento”, reconozco que no soy todopoderosa y lamento de verdad el daño que he hecho, muchas veces acompañado de mis palabras. Si digo “gracias”, no pretendo que sea un gesto de formalidad, sino que cada vez que pronuncio esta palabra, atraigo hacia mí y mi interlocutora todo el sentimiento de sincera gratitud que me desarma de orgullo, de exigencia, de obligatoriedad. Gracias debería ser una palabra que solo fuera dicha si de verdad se siente, no por puro formalismo. Y sería bueno decirla mucho más.

Reflexión: “Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvaros” (St. 1,21). Dios nos ofrece su mejor Palabra en este Adviento: Jesucristo, Compañero y Amigo, y nos haría mucho bien acogerla, de nuevo, en este tiempo tan oportuno. Y, a su vez, ofrecernos entre nosotras y a las demás personas nuestras mejores palabras. Estoy contigo, lo siento y gracias, en su sencillez, son muy especiales, son palabras de paz y ayudan a mejorar las relaciones en la vida cotidiana; bien pudieran ser PALABRAS para ofrecernos en este ADVIENTO.

 

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