Saborear el vino-Amor

2ºDomingo del T.O. Ciclo C

Por: Dina Martínez. Vita et Pax. Madrid

Saborear el Vino-Amor

Parece que cuando termina este tiempo de bullicio y de fiesta (Navidad, Año Nuevo, los Reyes Magos), todo se oscurece. Las luces de colores se apagan, las decoraciones navideñas se retiran, los niños vuelven a madrugar para ir al cole, los papás y las mamás, se incorporan al trabajo, si lo tienen, y los abuelos, en la mayoría de los casos, vuelven a sentarse delante de su fiel compañera la TV.

También en las celebraciones litúrgicas se constata este cambio: las canciones son más austeras, las flores menos abundantes, los belenes desaparecen y ya no vamos a besar al Niño Jesús. A veces nos entran ganas de cogernos unas vacaciones y no acudir al encuentro dominical. Con este ánimo me enfrentaba yo a preparar el II domingo del tiempo ordinario, pero la Palabra de Dios me ha despertado y me ha llenado de alegría y de agradecimiento, al descubrirme participando en el banquete de las bodas de Caná y saboreando el suculento vino que nos sirven. Intento compartir con vosotros la experiencia recorriendo juntos el camino.

La primera lectura (Is 62, 1-5) nos prepara para acoger el mensaje del Evangelio (Jn 2, 1-11). Los dos textos nos hablan de noviazgo, de bodas, de amor, de alegría, de plenitud… Isaías hace un anuncio, habla en futuro: “Como un joven se casa con su novia, así te desposará el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.   El Evangelio nos introduce directamente en la boda, el tiempo de la plenitud ya ha llegado: “Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él”.

Es hermoso que se emplee la imagen de una boda para hablarnos de las relaciones de Dios con los hombres y las mujeres, porque Dios se manifiesta en todos los acontecimientos que nos invitan a vivir y no quiere que renunciemos a nada de lo que es verdaderamente humano. Él quiere que hagamos experiencia de su presencia en lo que es cotidiano y normal, en eso que llamamos “humano”, como si estuviese opuesto a los “divino”. La idea del sufrimiento y la renuncia como exigencia divina es antievangélica. Eso conduce a explicarnos que el sufrimiento y la renuncia que se cierran en sí, y que pierden el norte, no llevan a Dios sino a nosotros mismos y a nuestra autocomplacencia moral.

Este gesto de Jesús nos ayuda a captar la orientación de su vida entera y el contenido fundamental de su proyecto del Reino de Dios. Mientras los dirigentes religiosos y los maestros de la ley se preocupan de la religión, Jesús se dedica a hacer más humana y llevadera la vida de la gente y en ese movimiento, Jesús explica que lo profundamente humano es el corazón de la divinidad, Él no opone una dimensión y otra, sino que las funde la una en la otra, como hace en el misterio de Belén encarnándose en la humanidad.

Lo que ocurrió en Caná es una descripción de lo que sucede cada día en cualquier rincón del mundo (en Siria, en la patera llena de emigrantes que atraviesa el Mediterráneo, en los campos de refugiados, en el hogar donde todos están en paro, en las cárceles, en los hospitales, en las familias unidas…), cuando conectamos con lo que, más allá de las apariencias, realmente somos. Caná es lo que sucede siempre que despertamos del engaño que nos hace reducirnos a la mente y “tocamos” la Vida que somos: es entonces cuando estamos por fin saboreando el vino nuevo, el mejor.

Pero para llegar a esta experiencia todos debemos actuar: “Haced lo que él os diga”. Unos llenan las tinajas, otros llevan el vino al mayordomo, quien al saborearlo va a felicitar al novio por la idea genial que ha tenido de guardar el mejor vino para el final. Los sirvientes siguen sirviendo el vino nuevo y todos disfrutaron de la fiesta, cada uno según su sensibilidad y su disposición. ¿No es esto lo que nos dice Pablo en la carta a los Corintios? (1 Co 12, 4-11). “Hermanos: hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos”.

A medida que vamos descubriendo a Jesús encarnado hoy en nuestro mundo, los relatos del Evangelio se hacen más cercanos y comprensibles porque se siguen repitiendo en la vida. Ni los ritos ni las penitencias pueden purificar al ser humano, si estos se cierran en sí mismos y pierden la dimensión o la referencia a lo humano. Solo cuando saboree el vino-amor, puesto en las manos de Jesús, quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de nosotros e identificado con todo nuestro ser, seremos capaces de vivir la inmensa alegría que nace de la unidad. Que nadie nos engañe. El mejor vino está sin escanciar, está escondido en el centro de nuestra vida.

Es bueno leer cada día algún relato evangélico escrito en la Biblia, pero sobre todo, descubramos los que se viven a diario en nuestro entorno, con o sin nuestra participación.

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