Domingo 3º de Cuaresma, Ciclo C
Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real.
Podemos considerar a Moisés como uno de los grandes místicos de la historia. Sus experiencias espirituales son extraordinarias. Los sacerdotes egipcios y los especialistas de la época quedaban anonadados, no estaban a la altura de aquel disidente que regresaba transformado del desierto. Lo que sorprende es el contenido de su revelación particular, Dios le explica a Moisés algo que él ya sabe: los israelitas viven oprimidos por los egipcios. No era necesario cruzar el desierto y subir al Horeb para descubrir esto. La situación de los hebreos era conocida por todos. Pero quizá no todos eran conscientes de que Dios también lo sabía y no estaba, precisamente, de acuerdo.
La gran revelación del Horeb no es un conocimiento nuevo, no es la transmisión de una verdad escondida y reservada. La novedad es dar a conocer que Dios no tolera la opresión, más aún, toma partido en favor de las víctimas de la injusticia. El Todopoderoso no está en el bando de los dominadores sino en el de los oprimidos. Y va a poner todos los medios para que esa situación cambie, por eso, llama a Moisés para que libere al pueblo.
Lo que más llama la atención es el medio del que se vale Moisés para ejercer su liderazgo. El liberador de Israel moviliza a todo el pueblo a partir de una ilusión, de una esperanza: llegar a la Tierra Prometida. ¡Qué importante y necesario es esto! Porque estar ilusionadas implica estar motivadas, que hay algo que nos empuja a vivir. Implica que estamos interesadas por la vida y por el mundo, y por esta razón nos comprometemos con la realidad. La ilusión marca una meta hacia donde dirigirnos. De este modo, abandonamos el lamento, la queja, el desencanto, el inmovilismo estéril para comprometernos plenamente en la construcción de nuestro porvenir como individuos y como pueblo. Estar ilusionadas o ilusionados es vivir intensamente la vida y, por tanto, ser plenamente humanos.
Nadie duda del peligro de las ilusiones, pueden ser un elemento que mantiene a las personas e incluso a los pueblos en un estado infantil. Cuando la ilusión se antepone a la racionalidad, entonces el ser humano se vuelve iluso, cándido, crédulo. También pueden servir para evadir de una realidad que no resulta agradable y sumergir en un delirio más o menos querido; o peor, al rechazar el presente la persona se instala en un futuro que nunca será, con lo cual acaba generando la peor de las frustraciones al no ver nunca logrados sus propósitos…
Por tanto, una ilusión puede ser un espejismo muy peligroso que nos desorienta y nos hace perder por el desierto. O, por el contrario, nos indica el sentido de nuestro viaje; la brújula que nos guía en la exploración de las veredas de la vida; una imagen anticipada de la meta hacia la que nos dirigimos. Hace falta una ilusión para tener un referente que oriente y motive la construcción de un mundo mejor. Y qué duda cabe, nuestra sociedad actual está carente de líderes y, sobre todo, de líderes disidentes del sistema que aporten ilusión.
La ilusión no nace en el vacío sino que es engendrada por un deseo que, a su vez, nace de una necesidad capaz de hacer salir al ser humano de sus letargos y lo espolea para vivir intensamente. La ilusión nos hace confiar que existe respuesta a nuestra precariedad. Por eso es un estímulo que nos empuja a avanzar. El pueblo de Israel desencantado, sin la esperanza en una Tierra Prometida, es más fácil de someter, más fácil que caiga en las trampas de la magia (becerro de oro) o más fácil que se conforme con las migajas de la vida (los ajos y cebollas de Egipto).
El deseo de liberar a los israelitas y de conducirlos hasta la Tierra Prometida es la ilusión que mueve a Moisés. Tiene el coraje suficiente para cruzar el desierto y dirigir a un pueblo numeroso, porque en su corazón hay una esperanza que lo fortalece. Puede afrontar las dificultades y los peligros porque su vida tiene un sentido.
Sin miedo a exagerar cabe decir que sin ilusión o, mejor aún, sin capacidad para ilusionarnos no podremos llegar a ninguna parte, de ahí la invitación en esta cuaresma a la conversión y, tal vez, la conversión hoy tiene nombre de ilusión, que no es lo mismo que hacerse ilusiones sino tener la ilusión de que un mundo mejor es posible y luchar por ello.