Seguidoras y Seguidores de Jesús “Sin Equipaje”

Seguidoras y Seguidores de Jesús "Sin Equipaje"

 

Seguidoras y Seguidores de Jesús “Sin Equipaje”
XV Domingo del TO.
Por: Francisco Gijón. Escritor. Alicante

Textos Litúrgicos:

Am 7, 12-15
Sal 84
Ef 1, 3-14
Mc 6, 7-13

La Lectura que nos propone la Iglesia este domingo se queda en nada si no tratamos de entender qué mensaje nos es transmitido por los Evangelios y desde los Evangelios, desde el tiempo y la finalidad.

Si estamos todos de acuerdo en que los cuatro textos dan testimonio de la vida y obra de Jesús, de su predicación y divinidad, cosa que está fuera de toda duda, no es difícil colegir que contienen un mensaje que sólo podremos entender si atendemos a la palabra y obra de Cristo, a su actitud y carácter, así como a su modo de relacionarse con los demás.

Casi cualquier duda que le surja a un cristiano a lo largo de su vida puede ser resuelta con una cuestión muy simple: «¿Qué habría hecho Jesús en mi lugar?». Sin embargo, resulta curioso cómo muy a menudo incurrimos en actitudes que son abiertamente criticadas y señaladas acusadoramente en el Nuevo Testamento. Acaso sea porque no nos preguntamos qué haría Jesús en nuestro lugar o qué espera Jesús que hagamos con nuestras vidas.

En el Evangelio de hoy Cristo no puede ser más claro: Jesús envía a sus discípulos “sin equipaje” a curar en su nombre. Y esta escena muy bien nos podría llevar a otra que a mí se me antoja la más relevante de todas las que protagoniza con sus discípulos: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Marcos 16, 15-18). Nótese que no dice que escriban un libro.

El mensaje del Dios vivo es universal, está destinado a todo el mundo. Jesús vino para todos y por todos, en todo tiempo y lugar, para proponernos un modelo de vida radicalmente nuevo: seguirle a Él y hacer lo que Él. Y cuando manifiesta que Simón será la piedra sobre la que levantará su Iglesia (ekklesía), queda taxativamente claro que no quiere un templo ni un organismo de poder, sino una asamblea de seguidores que, en Su nombre, sean conocidos por sus frutos, identificados por su forma de vida y que ésta consista en extender la Buena Noticia resumida en las Bienaventuranzas.

Jesús acudía al templo para cumplir con la Ley como un buen judío, pero las más de las veces sabemos que se retiraba a la soledad de la naturaleza a orar. Él mismo nos dice que recemos en secreto en nuestras habitaciones porque Dios, que ve en lo oculto, nos escuchará. Nos invita a que no presentemos ofrenda ante el altar si no nos hemos reconciliado primero con el hermano que tenga quejas de nosotros. Percibimos en Él una serie de actitudes muy alejadas del comportamiento de los fariseos, que eran los “posturales” de aquella época.

Al católico el proselitismo le causa rechazo porque desde la Reforma todos los proselitismos se han hecho en contra de la Iglesia Católica (institución de poder) para plantear otro modelo de Iglesia (asamblea). Las contradicciones entre esa invitación a salir en Su nombre sin equipaje ni comida para curar y predicar y la propia institución que nos propone la lectura, e incluso entre el texto y la mayoría de los católicos que la van a escuchar hoy es manifiesta. Y yo me pregunto por qué no es además lacerante.

Ayer y ahora Jesús es un gran provocador que rompe nuestros esquemas en cada página de los Evangelios. Sin embargo, parece que nos hayamos acostumbrado a leer y escuchar “sus hazañas” sin que éstas hagan mayor mella en nuestros corazones que buscar cumplir cada día con nuestras piedades personales y con los sacramentos de la Iglesia. Todo conjugado en “mío, nuestros, nuestras”. Dicho de otra manera: vamos a misa, cumplimos ¡y a casa! Es cierto que tratamos de ser buenas personas en nuestro mundo cotidiano, pero no lo es menos que solemos pasar desapercibidos para no sentirnos señalados, obligados a dar explicaciones, a justificarnos… o evitar burlas y chascarrillos.

Esto da lugar a situaciones extrañas que se repiten año tras año, como que los cofrades de Semana Santa brillen por su ausencia de Pascuas a Ramos, que muchos católicos de buena voluntad acaben cayendo sin darse cuenta en prácticas paganas o que algunos perciban su catolicidad como la pertenencia a un club selecto, logia o fratría.

Podemos echarle la culpa de esta situación a unos tiempos especialmente relativistas, pero es un concepto muy maniqueo porque los tiempos siempre han ido a lo suyo a lo largo de la Historia. También podríamos hacer autocrítica y replantearnos en qué falla nuestro apostolado o si peca de comodidad: si nos limitamos, acaso, a una audiencia que ya viene a nosotros claudicada y pasiva y a la que no vamos a sorprender con nada nuevo.

Sin embargo, ¡es tan bonito ver cómo le cambia la vida a un converso! (es decir, “ver como alguien es curado en el nombre de Cristo”). Pero ateos y paganos, herejes y nuevaeristas no van a las Asambleas a escuchar el Evangelio. Hay que buscarlos fuera y correr riesgos. Hay que ir a ellos sin equipaje ni derrotismos. Pues para mí que de eso nos habla el Evangelio de hoy y que habrá quien sostenga todavía después de leerlo que no todos estamos llamados a ir afuera, a predicar de palabra el Evangelio. De palabra no, pero aspirando a la ejemplaridad y sintiéndonos orgullosos de nuestro Dios, sí.

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