Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Por: Mª Jesús Laveda. I.S. Vita et Pax. Guatemala
Textos Litúrgicos:
Is 50, 4-7
Sal 2
Flp 2, 6-11
Mc 15, 1-39
“Semana Grande de Nuestra Fe”
Con la celebración de este Domingo, que llamamos Domingo de Ramos, se inicia la Semana Grande de nuestra fe, conmemorando la muerte y resurrección de Jesús, el rabí de Nazaret, que pasó su vida haciendo el bien. Y a pesar de ello, no lo reconocieron como profeta de D**s, no acogieron su Palabra, ni siguieron su ejemplo, para llevar adelante el Reinado de su Padre D**s. Lo condenaron por afirmar que era Hijo suyo. Según el Sanedrín, una blasfemia suficiente para condenarlo.
Hoy escuchamos el relato de la pasión de Jesús, de la mano de Marcos, parco en palabras, pero claro en sus definiciones. Se va cumpliendo la Escritura de los profetas, en relación al Mesías esperado. Contemplamos la cena de despedida, la acogida del gesto gratuito de la mujer que lo unge, la entrega de su vida, la negación de Pedro, la traición del amigo, el falso juicio y la muerte en cruz. ¡Con qué facilidad olvidaron las experiencias vividas, que pareciera habían marcado su vida y relación con el Maestro!
Solo y en diálogo con su Padre, Jesús experimenta el abandono de los amigos y el fracaso de su misión. Conmueve ver a Jesús sintiendo un miedo profundo, que le ahoga el alma, pidiendo al Padre Bueno que lo libere de la muerte, pero firme en su decisión de cumplir con la tarea reconocida como propia y asumida como misión encomendada por Él. ¡Cuántas veces hemos pronunciado, también nosotras y nosotros ese deseo: tú lo puedes todo, ¡aparta de mí este cáliz! Pero Jesús asume su misión y da un paso adelante consciente y coherente con lo que ha sido toda su vida. Testigo del reino, anunciador de buenas noticias, denunciador de injusticias, ofertando la posibilidad de generar un nuevo estilo de vida y de relaciones de igualdad para quien quiera escucharle y acoger este regalo.
Hace poco leía “tener miedo no es malo, reconocer ese miedo no es algo negativo, pero no hay que dejar que nos apague la vida”. El miedo nos paraliza. No nos permite seguir adelante. Nos hace olvidar la misión y lo más importante, la conciencia de que no estamos solas, solos, en esta aventura de dar y generar vida abundante para toda la humanidad.
Dice el profeta Isaías en la primera lectura de hoy: “mañana tras mañana… me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás… no aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
Jesús, confía en la presencia de su Padre junto a Él, fortaleciendo su miedo, acompañando su soledad y dando sentido a su sufrimiento y muerte en cruz. Muere como un delincuente, abandonado de todos, y, aun tomando conciencia de ese momento de fracaso, sabiendo que va a morir, tiene claro que este no es el momento final de su experiencia. Ya sabrá D**s lo que tiene que hacer. No está solo con su miedo. No está solo con su angustia y su desolación. No está solo.
Y en esta actitud está también nuestra respuesta a nuestra propia soledad, miedo y tantas veces desesperanza, que nos empuja a olvidar la tarea como seguidoras y seguidores de Jesús, en la construcción de su reinado. Una nueva sociedad, una nueva forma de relación entre todas y todos, una vida digna y feliz para su pueblo, de manera especial, para los más débiles, vulnerables y sufrientes de nuestra historia actual.
¿Nos vamos a entusiasmar con los aplausos y reconocimientos verbales que nos hacen sentir bien, pero que están vacíos de compromiso? ¿Vamos a dormirnos por el cansancio que llevamos, ya que no siempre nuestros esfuerzos dan resultados positivos? ¿Está firme nuestra fe, conscientes de que somos parte del grupo de seguidoras y seguidores de Jesús, en la tarea de hacer presente, posible y creíble su proyecto de vida en una comunidad de iguales?
¿O va a ser un año más, en que participamos de la liturgia solemne, llevamos nuestras palmas y ramos para ser bendecidos… y todo acaba, al salir de la celebración?
Confirmemos nuestra fe en Jesús y en la presencia de su Ruah, el abrazo de su Padre-Madre que nos acompaña y no nos deja a nuestra suerte. La muerte no es el final de esta historia. La muerte ha sido vencida y con esta certeza, tenemos que iniciar esta andadura recorrida ya por Jesús de Nazaret y su invitación a que lo hagamos también cada una de nosotras y nosotros. En solidaridad con los que Jesús eligió, los más pequeños y vulnerables, los que confiaron en su Palabra y su Proyecto de vida abundante. No estamos solas, no estamos solos.
Fecunda Semana Santa.