Domingo 15 º Del T. O., Ciclo A.
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Seglar de Ciudad Real.
Hoy también hay señales de permanecer cerrado y embotado el corazón de este pueblo. En nuestra sociedad occidental marcada por estilos y sueños configurados por el placer, los deseos materialistas y el hedonismo, las personas oyen hablar de Dios, pero no están dispuestas a escuchar el mensaje de amor, misericordia y perdón que Él siempre está dispuesto a ofrecer. El hombre en esta época, bien por las imágenes de los medios de comunicación o por la facilidad de viajar, puede mirar todo lo que acontece a su alrededor: la bella naturaleza creada por Dios; los monumentos y manifestaciones culturales, hechos forma y vida por el hombre, pero no se detiene en contemplar que todo es para alegría, gozo y bien de toda la humanidad.
Dios no se conforma con crear la naturaleza y el ser humano, con entregarle las plantas y los animales, con darle el dominio sobre todo lo creado, Él desea la felicidad de todos, quiere que su reino se vaya construyendo porque sabe que es la salvación de todos los hombres. Nos ofrece su palabra para dar fecundidad a nuestro ser y obtengamos abundantes frutos.
Dios da plena libertad al hombre, pero es conocedor de que éste a pesar de tener oídos no escucha, a pesar de mirar con los ojos bien abiertos no llega a ver lo cercano y menos aun lo que está lejos en el horizonte, porque tiene un pensamiento y un corazón sólo para sí mismo, sobre todo porque se le olvida con frecuencia que a quién tiene que mirar, escuchar y amar es a los otros; a la persona que está a nuestro lado porque forma parte de nuestra familia; al que vive en nuestro pueblo y en nuestro país porque sufre la falta de empleo o está enfermo; al que habita en otro continente pasando hambre, soportando la injusticia y humillada su dignidad.
Por eso viene Jesús, su Hijo, para sentarse con nosotros, para mostrarnos su paciencia, para hablarnos a nuestro corazón, para utilizar un lenguaje que todos lo entiendan, para darle fuerza y sentido a la palabra, de manera que pueda ser comprendida por todos.
Jesús vino dispuesto a sembrar, a extender su mano para dejar caer la semilla en esa tierra que somos cada uno de nosotros, que no siempre estamos con la misma disposición y actitud de acogerla.
Sabemos que hay personas que están tan cerradas en sí mismas, tan seguras de sí, tan poco acogedoras, tan alejadas de los otros, autosuficientes, que no queda una rendija en la tierra para que pueda penetrar la semilla.
También sabemos de otras en las que la semilla brota pronto, muestran buenos deseos, ponen buena cara, presentan buenos proyectos, dan a conocer sus sueños, pero cuando surgen las dificultades, sobreviene algún fracaso o el proyecto parece inalcanzable, todo se viene abajo porque falta hondura de pensamiento y vida.
Otros gozando de buena tierra, la semilla muere y crece la planta, pero pronto es asfixiada y sofocada por estilos de vida marcados por la moda, las marcas comerciales, la envidia, los deseos de tener, la ostentación de bienes y anhelos de poder.
También hay otros dispuestos a escuchar con profundidad la palabra, a abrir su corazón a lo que procede de Dios, a promover el Reino, a hacer crecer la paz, a proclamar y luchar por la libertad y la justicia, a ser testimonio de entrega y amor, ser al mismo tiempo tierra fecunda y semilla que muere siguiendo a Jesús para dar fruto abundante de alegría y felicidad.
Tal vez no seamos cada uno de nosotros siempre la misma tierra y seamos, según qué momentos, situaciones o etapas de nuestra vida, un tipo de terreno u otro, pero si hemos de estar seguros que Jesús es la buena semilla que se esparce con amor y esperanza para que produzca en nosotros una conversión agradecida al amor del Padre.