Ser de la Luz
Textos Litúrgicos:
2Cron 36,14-16.19-23
Sal 136
Ef 2,4-10
Jn 3,14-21
A veces, el lenguaje de los textos que leemos en misa, no es tan sencillo. Ocurre así en este domingo, donde la espesura del Antiguo Testamento y del Salmo pueden no dejarnos ver con claridad. Para mí, que no soy exégeta, y sí mujer de a pié que trata de penetrar en las palabras, me queda más claro el Evangelio, y tampoco mucho.
Dios es amor
Dicho esto, resalto y corto algunas frases: “Tanto amó Dios al mundo…”; “Dios no mandó a su Hijo para juzgar al mundo”. En ellas, encuentro serenidad, sosiego. Es la gran noticia que revoluciona nuestra vida: Dios es amor. Tierno, paciente, inigualable, mayor que cualquier amor que pueda imaginar. Dios me abraza con entrañas de misericordia, y eso es incompatible con el juicio. No me juzga. Mientras el mundo, las personas, y yo misma, me juzgo, y con severidad, Él no lo hace. Ese mensaje, en medio de tantas palabras, me sirve, me prepara para la Cruz y alienta la Resurrección.
También me fijo en la frase: “los hombres prefirieron las tinieblas”. Y no me es ajeno. ¿Cuántas veces no me dejo arrastrar por pensamientos negativos, de desaprobación de mí misma o de los demás? ¿Cuántas veces dudo de todo? ¿Cuántas veces me desespero ante la adversidad, me angustio por la necesidad de ser bien vista, me exijo no fallar ante nada ni ante nadie? ¿Cuántas veces me arrastra el cansancio de bregar con propios y extraños en los avatares de la vida? ¿Cuántas veces me dejo llevar por la tentación de decirme sola, de encerrarme en la cueva de la soledad?
Para mí, esto son las tinieblas, la oscuridad. Y me quiero acercar a la luz, ser de la luz. Así empiezo mi día: que sea día de Dios, me digo, para que sea según Dios, según su plan y no el mío. Y que mi hacer, mi estar, mi ser, sea cada día más auténtico, más verdad, más de la Luz.
La carta del apóstol Pablo a los Efesios
Por suerte, la carta del apóstol Pablo a los Efesios, es hermosa. Así de sencillo dice: “Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó… nos ha hecho vivir con Cristo”. ¡Y esto por pura gracia! O sea, que no es mérito nuestro, y que no necesitamos dárnoslas de nada, que es cosa Suya. “Nos ha sentado en el cielo con Él”. Así llega a decir Pablo. Es para sentirse llena y exclamar: ¡qué suerte creer en este Dios que me sienta en el cielo con Él, que me tiene a su lado, que no me abandona nunca, nunca! Esa es la “inmensa riqueza de su gracia”. Lo dice tan claro que da gusto releerlo: “Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya”. Creo que no se puede decir mejor.
En este camino cuaresmal, en este tiempo especial en el que la enfermedad y la muerte ocupan tanto, y con las que nos enfrentamos a diario, estas palabras iluminan el sendero. Gota a gota nos empapamos del don de Dios, que nos ha elegido, que no nos deja, que nos quiere, aunque no hagamos ningún mérito. Y así nosotras deseamos aprender a amar incondicionalmente a tantos que tenemos al lado en la casa, en el trabajo, en la vida. Solo podemos darnos porque todo se nos ha dado.