“Si creció el pecado, más abundante fue la gracia”

“Si creció el pecado más abundante fue la gracia”
 I Domingo de Cuaresma
Por: Inés Escobar Calle. I.S. Hogar de Nazaret. Badajoz

Textos Litúrgicos:

Gn 2,7-9; 3,1-7
Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17
Rm (5,12-19)
Mt (4,1-11)

“Si creció el pecado más abundante fue la gracia”

 

Estamos en el primer domingo de Cuaresma. La liturgia de la Palabra nos recuerda la tentación y el pecado: la desobediencia a Dios.

Hablar de obediencia o desobediencia nos resulta difícil en el mundo de hoy, pero es una realidad: somos tentados a desobedecer a Dios hoy, y a lo largo de toda la historia; Jesús venció al mal guiándose de la Palabra de Dios y viviendo una amistad profunda con el Padre… Esta es la gran verdad que nos enseña la vida de Jesús entre nosotros.

La Primera Lectura nos recuerda la primera tentación y el pecado: la desobediencia. Ni el hombre ni la mujer supieron cortar a tiempo la sutileza del engaño que astutamente los llevó a pensar mal de Dios, y a desobedecerlo, ¿no nos ocurre hoy algo así?

San Pablo nos recuerda que la obediencia de Cristo es la antítesis de la desobediencia de Adán. Nos advierte sobre el contagio del mal, pero nos revela la extraordinaria fuerza de “la gracia”. Hoy Jesús nos trae esta Buena Noticia: Sí se puede vencer la tentación. Vencer la tentación consiste en pensar bien de Dios, recordar sus palabras y atenerse a ellas, convencidos que por nosotros mismos sólo podemos perdernos. Pero, con una gran confianza en Dios, podemos todo. ¿Cómo es mi confianza en Dios?

 “Todos” participamos de una responsabilidad con nuestras vidas y así sembraremos: “pecado”, para el futuro, con el que nosotros mismos nos hemos encontrado, o podemos sembrar “gracia” para el bien de toda la humanidad y de nosotros mismos. No podemos caer en la desconfianza y desesperación porque sabemos de Quien nos hemos fiado, tenemos la promesa firme de la gracia, garantizada por la entrega misma de la vida de Jesús para vencer, esta “situación original” de pecado que todos encontramos al nacer.

En el relato Mt 4,1-11, nos dice: El Hijo de Dios vive nuestra existencia “de verdad”, va más allá de lo puntualmente “histórico”, para ser un ejemplo vivo en la comunidad de cómo hay que luchar contra lo que nos deshumaniza en razón de una falsa “divinización”. Porque la divinización es pecado cuando viene de nosotros mismos que, no aceptamos nuestra vida ni la de nuestros hermanos los hombres; pero es gracia y salvación cuando viene de Dios como don de la creación y de la redención. ¿Lo creemos así?

Podemos constatar que Jesús como hombre, como persona, igual que nosotros, vence con opciones personales, al ponerse en manos de Dios fundamentándose en la Palabra de Dios:

1) rechazando convertir las piedras en pan ha amado con todo el corazón;

2) al rehusar poner a Dios a prueba inútilmente, ha amado con toda al alma;

3) no aceptando los reinos que le ponen a sus pies, ha amado con todas las fuerzas.

El rechazo de Jesús a todo lo que se le ofrecía no es una victoria humillante, sino que era lo único que verdaderamente le podía mantener unido a Dios y a todos los hombres. Son las fidelidades de Jesús a Dios Su Padre, las que se muestran a lo largo de su vida y, que lo hacen más humano y más cercano al hombre y a la humanidad de todos los tiempos, es esa fidelidad la que ha de animarnos e impulsarnos a vivir y caminar con esperanza.

Ya que, el hombre no vive sólo de pan, sino de todo aquello que procede de Dios, es decir: de toda la realidad de la vida, en cuanto entregada a él para que la domine y le sirva en el bien y en el Amor. Es evidente que hay que satisfacer el hambre, pero sin esperar en los milagros para ello; es evidente que hay que convertir los desiertos en pan, pero no a base de rogativas, sino por el esfuerzo humano y la confianza en Dios Padre con la seguridad que: “Si creció el pecado más abundante fue la gracia”.

Intensifiquemos esta Cuaresma con nuestra oración, limosna, ayuno, compartamos con los más desfavorecidos y con quienes están a nuestro alrededor y pidamos al Espíritu Santo que fortalezca nuestra Fe, nuestra esperanza, nuestro amor, nuestra confianza … en definitiva nuestra obediencia a los planes de Dios.

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