Solidaridad Otra forma de decir Fraternidad

Solidaridad Otra forma de Fraternidad
VITA ET PAX
Retiro de Cuaresma 2023
M. Carmen Martín

                   SOLIDARIDAD: otra forma de decir  FRATERNIDAD

 

Solidaridad es hoy una palabra emblemática, lema privilegiado de esta generación, ideal propuesto y deseado en muchos ámbitos de la sociedad y sólo parcialmente realizado.

La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece una acertada definición de solidaridad: es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos (SRS 38). De ahí que podemos decir con verdad que solidaridad es otro nombre de fraternidad.

En este tiempo de Cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a detenernos en nuestra vida cotidiana y acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, es bueno tomar conciencia de nuestra solidaridad.

Reconocer y afirmar la fraternidad universal tiene como primera consecuencia la solidaridad con las personas empobrecidas. Hoy en nuestro mundo hay hambre. Mientras un grupo reducido de la humanidad comemos, al menos, tres veces al día, tenemos lo necesario y más para vestirnos, poseemos casas cómodas y muchas posibilidades para acceder a diferentes medios de todo tipo, millones de personas no pueden comer lo necesario para satisfacer su necesidad más básica. ¡Tienen hambre!

En la solidaridad con los empobrecidos, los cristianos y la Iglesia nos jugamos la fidelidad al Evangelio. La existencia de personas hambrientas es la negación de la vida, de la dignidad y de la fraternidad. Vita et Pax está llamada a ser cuidadora de la vida y de la existencia digna, llamada a ser un camino de fraternidad en el mundo.

Aunque estemos rodeadas de debilidades, de años y dificultades, conservamos la capacidad de reconocer que la existencia de personas hambrientas no es una realidad natural, es un ataque contra la naturaleza humana, es una radical injusticia. Lo justo es que todas las personas puedan vivir de acuerdo a su dignidad. Que muchas personas no puedan hacerlo es una injusticia, la mayor injusticia de nuestro mundo.

Nos va acompañar en nuestro camino cuaresmal un texto de la Palabra de Dios que es iluminador en relación a la solidaridad, la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-35). Esta parábola es otra forma de expresar la pregunta siempre nueva e inquietante que Dios nos dirige: ¿Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana? (Gn 4,9).

  1. La gran parábola de la solidaridad

Lucas sitúa la parábola exactamente después de la gran cuestión que un legista ha planteado a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?” (Lc 10,25). Y el legista continúa preguntando: “Y quién es mi prójimo” (Lc 10,29). Aquí está la clave de la parábola ¿quién es prójimo?

En la tradición judía era frecuente traducir prójimo por próximo, vecino, cercano, de los míos, de los nuestros. En este sentido el prójimo era el miembro de la propia familia, del grupo, del pueblo. Sin embargo, un samaritano no era de los suyos para un judío. La parábola cambia el enfoque y da otra definición de prójimo. Prójimo es el que “practicó la misericordia con el herido” (Lc 10,37). Prójimo no es el que está próximo a mí porque pertenece a los míos. Próximo es el que se aproxima al herido, al necesitado, a la víctima. Prójimo soy yo en la medida que me aproximo o me hago próxima a la otra persona con misericordia, con solidaridad… Por consiguiente, amar al prójimo no es sólo amar al próximo; es sobre todo aproximarse al que está necesitado de solidaridad.

La parábola nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamada a volverme yo un prójimo de los otros.

Hoy, la historia del samaritano se repite a gran escala, no hay una persona tirada al borde del camino, sino millones: 53 guerras activas en el mundo, 82 millones de desplazados fuera de sus hogares, hambruna en muchos pueblos de África, miles de emigrantes a la deriva en el mar o desamparados en las calles de nuestras ciudades…

  1. La solidaridad supera las exigencias de la justicia legal

El samaritano no se aproxima, no se hace prójimo del herido porque está obligado por ley, sino porque se ve obligado y exigido por la necesidad ajena. No es la ley la que exige solidaridad; es la necesidad del otro o de la otra, de la víctima, la que reclama la solidaridad. Son las heridas de la víctima, su sufrimiento, su situación de postración, su indefensión… lo que demanda la aproximación solidaria de los viandantes.

En este sentido, el concepto de solidaridad se aproxima mucho al concepto de justicia propio de los profetas de Israel. Los profetas no conciben la justicia desde las exigencias de la ley. La medida de la justicia que reclaman está en las necesidades que acosan a las víctimas: pobres, huérfanos, viudas, extranjeros…

  1. La solidaridad no es opcional es obligatoria

Con frecuencia se ha interpretado la solidaridad como un mero gesto de generosidad, de buena voluntad. La solidaridad sería libre, opcional, sería ese plus que ponen, libre y voluntariamente, las personas generosas, sólo porque son “buenas”. Pero eso no es la solidaridad.

La solidaridad es moralmente obligatoria y vinculante. Y lo es, simplemente, porque toda persona tiene derecho a su dignidad humana. Por lo tanto, tiene derecho a disfrutar de todas las condiciones personales y sociales que hacen posible esa dignidad.

Ser solidario no es dar gratuitamente a otra persona lo que no le es debido. Es reconocer a la otra, al otro, sus derechos y hacer posible que los ejercite. El herido del camino tiene derecho a la asistencia. Su problema es nuestro problema. Es problema de todos los caminantes. La sociedad neoliberal en la que estamos inmersas es incompatible con la solidaridad, pues se trata de una cultura que se empeña en dejar a cada cual solo o sola con “su” problema. Se empeña en conseguir que cada cual se desentienda de los problemas de los demás: “este no es tu problema”, “ese no es mi problema”. Ese tipo de reacciones es el camino más directo hacia la insolidaridad total, hacia la soledad más radical.

  1. La solidaridad no es puntual es un proceso

Si la solidaridad fuese sólo puntual como reacción ante una catástrofe o desgracia, se parecería mucho a la limosna y también a un “acalla” conciencias.

Tenemos que ir formándonos en la solidaridad. La solidaridad no se improvisa, es un proceso de acercamiento, de acompañamiento, de hacernos próximos, de irnos aproximando a las víctimas, a los heridos del camino y caminar con ellos.

La solidaridad, volvemos a repetir, va más allá de la misma justicia legal. Traspasa las fronteras de la mera obligación legal y hasta moral. La solidaridad no es un simple gesto para acallar la mala conciencia, no es un simple sustituto de la justicia; es un plus añadido a la justicia imperfecta, hasta que la justicia sea total y la solidaridad se haga innecesaria.

  1. La solidaridad es la medida de la humanidad

Pero la solidaridad no es sólo un derecho de las víctimas, es también una necesidad para todos los seres humanos. Es exigida por la propia naturaleza humana. Mientras haya víctimas no es posible ser humanos sin ser solidarios. La solidaridad con las víctimas es la medida de nuestra humanidad.

Nadie puede considerarse plenamente humano mientras haya personas cuyos derechos humanos no sean reconocidos y respetados. No podemos considerarnos plenamente humanos hasta que todas las personas recuperen su dignidad humana. En este sentido, la solidaridad con el herido del camino, la aproximación a él, no sólo humaniza al herido; humaniza también a la persona que se aproxima y le cura las heridas. La solidaridad nos hace prójimos, que es la forma más auténtica de ser humanos.

  1. La solidaridad es un camino hacia la paz

Vivimos en un mundo interdependiente. Cada vez se da más el hecho de que los hombres y mujeres, en muchas partes del mundo, sienten como propias las injusticias y las violaciones de los derechos humanos cometidas en países lejanos, aunque nunca los hayan visitado. Nada es ajeno, todo afecta a todos.

La respuesta a esta conciencia creciente de interdependencia es la solidaridad. La solidaridad como camino hacia la paz, porque la paz no es solo la ausencia de guerra sino el empeño solidario por construir día a día un mundo más justo.

  1. La solidaridad es un compromiso cristiano

Si todo ser humano ha de ser solidario para ser verdaderamente humano, con más razón lo ha de ser el cristiano. Si para todo ser humano la solidaridad no es un mero compromiso opcional, sino un compromiso obligatorio, con más razón ha de ser imperativo e irrenunciable para los cristianos y cristianas. Y lo es precisamente porque Dios es el gran solidario y la Encarnación el gran acto de solidaridad de Dios para con toda la humanidad.

Para quienes seguimos a Jesús todo ser humano tiene la dignidad de ser hijo o hija de Dios, y de ser hermano o hermana de todos los demás seres humanos. La filiación divina y la fraternidad humana son la fuente última de toda dignidad humana. Y son también la fuente última de la solidaridad.

Nuestra respuesta:

La fe cristiana es una fe comprometida. La persona creyente no sólo reconoce y confiesa su condición, sino que intenta poner en práctica su fe. El compromiso solidario hace verdad, verifica la propia fe que profesamos; pone cuerpo, hace realidad la vida cristiana. Nosotras, miembros de Vita et Pax, somos mujeres solidarias en la vida cotidiana y ponemos nuestro mayor esfuerzo para seguir creciendo:

  • Ser solidaria significa no dar acogida al individualismo, al contrario, hacer al otro, a la otra, un sitio en mi yo. Porque muchas veces creemos que el yo se reafirma si lo ocupa todo, en su tiránico egoísmo. Pero es al contrario, si la otra persona se aposenta en mi centro, yo no salgo perdiendo, sino que mi yo se amplía, se fortalece y la vida sale potenciada.
  • La solidaridad nos convoca a hacer camino de reconciliación, que no nos pueda el desamor, la desunión, la lejanía con quien tenemos dificultades de relación. Tratar de que el desaliento, la rutina, el cansancio no haga mella en nosotras y demos ya por perdida esta batalla de una vida reconciliada. El perdón es siempre algo gratuito. No obedece a ninguna ley, sino solamente al corazón. Por eso es algo que ennoblece a quien lo da y a quien lo recibe.
  • Esta solidaria Cuaresma nos invita a volvernos cercanas, prójimas unas de otras, a acercarnos, a inclinarnos, preocuparnos, interesarnos, ser solidarias unas con otras. Y esto en el día a día, con gestos sencillos de la relación diaria con las personas con las que vivimos y con las que se entrecruzan en nuestra vida.
  • Ejercer, crecer, arriesgar en solidaridad. La respuesta que damos al sufrimiento del otro nos hace sujetos morales, es decir, dice qué clase de personas somos: ¿nos importa el sufrimiento del otro, somos solidarias?, entonces somos buenas personas. ¿No nos importa y no somos solidarias?, no lo somos. Incluso más: ¿somos personas solidarias?, somos seguidoras y seguidores de Jesús. ¿No somos solidarias?, no lo somos. Hay dos tipos de personas, las que se aproximan y las que dan la vuelta.
  • La solidaridad nos ayuda a renovar nuestra fe. Los que pasan de largo en la parábola eran personas religiosas, indica que el hecho de creer en Dios no garantiza vivir como a Dios le agrada. A veces, da la impresión de que nuestra fe se adormece, que aburre y nos aburre. Quizá lo que nos carga no es la fe sino una religiosidad cansina y repetitiva. ¿Cómo darle brillo a nuestra fe en esta Cuaresma? ¿Cómo no abandonar el amor primero? Cuidemos todos los días ese amor, renovemos cada mañana la búsqueda de Aquel de quien nos hemos fiado y a quien le hemos entregado nuestra vida.
  • Cuidar la casa común y los bienes comunes. La fraternidad nos remite también a la solidaridad con la naturaleza. La naturaleza es un bien en sí misma, criatura de Dios con valor propio no sólo en relación al provecho humano. Es además un bien común, de toda la humanidad, y un bien limitado, por eso, es responsabilidad nuestra que pueda ser disfrutado por nosotras y por las futuras generaciones.
Reflexión personal: Medito nuevamente la Parábola del Buen Samaritano y escucho la voz de Jesús que me dice con cariño: “… haz tú lo mismo”.

Cómo puedo concretar hoy en mi vida este mandato de Jesús.

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