13º Domingo del T.O. Ciclo B
Por: Kepa Ezeolaza. Sacerdote. Navarra.
Talitha kumi
Como todo domingo del año litúrgico, este décimo tercero del ciclo B del tiempo ordinario es una mina de metales preciosos. Entre todos quiero extraer algunos que a mí me han parecido particularmente valiosos. A cualquiera otra cristiana o cristiano le pueden impactar otras perlas escondidas o que aparecen claramente a la luz del día. Ésa es la fuerza de la palabra de Dios: suscitar en nosotros fuentes de “agua viva que broten para la vida eterna” (Juan 4, 14).
Lo primero que a mí me impacta es la actividad de un día cualquiera de Jesús. Está con el pueblo, a campo abierto, caminando, captando lo que vive la gente común. No está en el templo, -que también frecuentaba-, está poniendo en práctica lo que él mismo dijo: “créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte (Garicín) ni en Jerusalén adoraréis al Padre, llega la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre, en espíritu y en verdad” (Juan 4,21). Ahí es nada. Jesús hace una inversión de valores radical: lo que se haga -cualquiera que sea quien lo haga-, en espíritu y en verdad vale más que los templos, pagodas, mezquitas y catedrales del mundo entero.
Jesús no es solo un “buenazo”, que va repartiendo sonrisas. Para él cada persona es irrepetible, no es un número, como pasa frecuentemente cuando leemos, por ejemplo que tantos emigrantes en una patera se han ahogado. Jesús quiere conocer a cada uno o cada una personalmente, por su nombre, quiere dialogar con ella, para decirle que la ama, que la quiere libre, superadora y la invita a levantar el vuelo: “hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y con salud”. Jesús se manifiesta aquí en su verdadera dimensión: más allá del problema apunta a la plena realización de la persona según su vocación de hijo y de hija de Dios, aunque los mismos interesados frecuentemente no se den cuenta.
Jesús no va en un palanquín como un mandarín, ni siquiera como un Sumo Pontífice en su papamóvil blindado, ni bajo palio como ciertos magnates, va apretujado por la gente, que tampoco va en cadillac o en caballos elegantes. Jesús es el pueblo. Y decir esto no es un juego retórico.
La jornada de Jesús tiene otra protagonista, también mujer, una niña de doce años. El pasaje es espléndido, lleno de humanismo, de cariño, de poesía e incluso de humor, tanto que los circunstantes se reían de Jesús cuando este dijo: “la niña no está muerta, está dormida”. Como si la niña quisiera dar un susto de morirse solo de mentirijicas. Que humanismo el de Jesús cuando dice “dadle de comer a la niña”… con el hambre que arrastraría tanto tiempo enferma y muerta.
A mí, como filólogo, me encanta también la lengua que habla Jesús, que es la única que entiende la niña. Le dice: “Talitha, kumi”, es decir, “a ti te digo, niña, levántate”, es un dativo= “a ti, niña”, y un imperativo= “levántate”. Jesús se entrena para su misión fundamental: vencer a la muerte. Porque ese es el anuncio mesiánico de este hecho. Jesús ha venido a luchar por la vida, quiere a las personas de pie, dueñas de sí mismas, andando, para desplazarse, para correr y hacer deporte, para bailar, para ser pueblo en marcha de liberación. Y para que eso sea de verdad, a comer, niña.
He dicho que me encanta la lengua empleada. No era ni el hebreo elegante, ni el griego de los intelectuales, ni el latín de los imperialistas romanos, era el arameo del pueblo. La lengua de los esclavos judíos aprendida en Babilonia, que era la lengua de Jesús y de la niña. Dejar hablar la lengua del pueblo, y hablarla, otro gesto de Jesús.
Yo quisiera que de este día de Jesús, todos salgamos decididos a vivir, a dejar vivir, y luchar porque todos vivan y a no contentarnos con migajas sino que aspiremos a la vida en plenitud, como Jesús decía: en espíritu y en verdad.