6º Domingo del T.O. Ciclo B
Por: Dina Martínez. Vita et Pax. Madrid.
Todos estamos enfermos de lepra
Al leer la Palabra de Dios que nos propone la Iglesia en este domingo VI del tiempo ordinario, he sentido la necesidad de escuchar este mensaje desde mi realidad concreta: una ciudadana occidental del siglo XXI, que vive en un mundo globalizado.
¿Quién es el leproso en nuestro mundo actual?
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Muchos lo encontrarán en los Yihadistas o en Boko-haran, esos terroristas que están matando a miles de personas en el Norte y en el Sur y que están creando el miedo y el terror en la población mundial…
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Otros verán al leproso en el mundo de la apropiación ilícita del dinero: la explotación de personas, el comercio de drogas y de armas, la manipulación de los mercados, el robo de materias primas, las mafias…
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Algunos situarán al leproso en el mundo del poder político y económico, de la autosuficiencia, del engaño encubierto, que provoca la violencia y la ira de los que se sienten manipulados…
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Tampoco faltan los que ven al leproso en esa masa numerosa y anónima, que vive al margen de los problemas reales del mundo, que pasa muchas horas delante de la televisión o del móvil (según la edad que tengan) buscando pasárselo bien y deseando que los dejen tranquilos. Lo único que les hace reaccionar es que les exijan un esfuerzo o les priven de lo que ellos consideran sus derechos.
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Todos estamos enfermos de Lepra
Estos y otros grupos aparecen en los periódicos y en los mensajes televisivos (dependiendo de quién financia la publicación), con estos titulares: “El grupo que presente estos signos es un peligro para la humanidad y se le perseguirá despiadadamente”. Estos titulares de nuestros medios de comunicación, son muy parecidos a lo que declaraba la Ley de Moisés cuando encontraban a un hombre enfermo de lepra: “andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!” Es curioso constatar que en el siglo XXI seguimos actuando como en el Antiguo Testamento.
Sí, también hemos globalizado el pecado y nadie nos sentimos responsables de nuestro propio sufrimiento y menos aún, del que causamos a los demás y llegamos a estas conclusiones:
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Sí, hay gente que muere de hambre porque algunos acaparan todo…
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Los yihadistas nos matan porque son fanáticos, salvajes y criminales…
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La epidemia de ébola sigue activa en África porque los africanos no tienen los conocimientos necesarios para combatirla…
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Los emigrantes vienen a España a quitarnos los puestos de trabajo porque aquí se vive mejor…
Pero si solo escuchamos este mensaje, como ciudadanos del mundo, seguramente es porque nos queremos evadir de nuestra propia responsabilidad, por tanto nos interesa mucho escucharlo desde nuestra realidad concreta: personal, familiar, profesional, social…, pues todos estamos enfermos de lepra (el pecado), lo que nos produce sufrimiento y nos aleja de nuestros amigos y de nuestros seres queridos. Pero este análisis solo lo podemos hacer cada uno de nosotros, desde la fe y la humildad, que son las dos actitudes que empujaron al leproso a ponerse delante de Jesús para pedirle:
“Si quieres, puedes limpiarme”.
El leproso, ha escuchado a Jesús, ha ido tomando conciencia de su situación y se dirige a Él para pedirle que lo cure. No exige, no razona ni justifica su petición con un largo discurso. La actitud del leproso es la actitud esencial del creyente, pues ante Jesús, como ante Dios, sólo cabe la humildad, el reconocimiento de la propia pequeñez, la radical debilidad del hombre en el mundo, dañado espiritual y corporalmente, esto es, la apertura sincera y humilde del corazón ante Dios.
Nadie puede llegar a creer que no necesita curación, que no está herido o enfermo, pues precisamente el hecho de creer que no necesitamos curación es la prueba de nuestra enfermedad más profunda: el orgullo, el creernos autosuficientes, el que podemos hacerlo todo solos, resumido en la postura de permanecer “en pie” ante Dios. De este modo, si no doblamos nuestras rodillas no podemos acercarnos a Jesús y quedamos apartados, no sólo de Él, sino también de toda la comunidad y permanecemos excluidos de la vida, de la compañía de los hermanos, como el leproso que habita en los descampados y está abandonado a su propia suerte. Jesús responde sin tardar:
“Quiero, queda limpio”
Sí, la respuesta de Jesús, además de rápida, es consoladora: ¡claro que quiero! Porque esa es la misión de Jesús: limpiar, curar, animar, fortalecer, levantar al caído, acompañar en toda circunstancia buena o mala; reintegrar a la vida, a la familia, a la comunidad de discípulos. Devolvernos la corriente de la historia, para que allí, donde estemos, afrontemos con todo poder y energía los desafíos de la vida.
La curación es la experiencia más maravillosa que podemos vivir. El leproso nos lo muestra muy bien con su comportamiento. El que vivió años sufriendo físicamente, estigmatizado y arrinconado, evitado por los suyos y avergonzado, pasó a ser el testigo, el que anuncia a Jesús con prontitud y sin miedo, como aquel que sabe que no se equivoca y que está ofreciendo lo mejor.
Ojala que este mensaje nos cale profundamente y nos decidamos a dar este paso liberador para nosotros y para la humanidad. Que se mitigue el sufrimiento, que se borren los titulares engañosos, que cada uno asuma su propia responsabilidad en la marcha del mundo, de la familia, de la comunidad y así vayamos construyendo ese mundo humano y fraterno que nos anuncia Jesús.