Domingo 3º de Pascua, Ciclo C
Por: Lorenzo Tous
“Jesús de acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”.
El evangelista describe, sugiere y deja que nuestra fe complete la escena. Cuando la iniciativa para pescar es de Pedro, el fracaso es total. Cuando estos pescadores se fían del Maestro y le obedecen, el resultado es admirable, 153 peces grandes.
Es el discípulo amado el primero que descubre lo que está pasando, se adelanta y dice: “Es el Señor”. El amor junto con la fe nos descubre a Dios.
Jesús, sin contar con los peces de la barca, ha preparado una comida: “Al saltar a tierra ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”. El Maestro se adelantó, les tiene preparado el almuerzo sin necesidad de los peces de la barca de Pedro. “Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó a la orilla”.
La admiración, hasta cierto vértigo espiritual, detiene en silencio a Pedro y sus compañeros. Acaban de palpar la cercanía de Dios: a toda la noche estuvieron fracasando, ahora, en cambio, tienen 153 peces grandes.
“Jesús se acerca”
El Papa Francisco nos está acercando a Jesús con su persona, su misión, su palabra, sus gestos y su estilo de vida. Está amaneciendo en la Iglesia; la esperanza se nos renueva; nos sentimos llamados a una conversión; llamada a orar con fe, a solidarizarnos eficazmente con los pobres, los enfermos, los humildes; a vivir más austeramente.
“Toma el pan y se lo da”
Son los gestos de Jesús en la Última Cena, los que el sacerdote repite en la eucaristía con densidad sacramental. Son los signos de su Presencia entre nosotros que actualizan esta aparición de Jesús Resucitado en nuestro camino de fe.
Ellos eran siete con Pedro, una comunidad de trabajadores en el lago que se transformarán en pescadores de hombres. Jesús dirige y fecunda la misión. El nos invita a comer el Pan y el pescado (“ijzys”, signo resumido de Jesús Salvador). Este almuerzo con el Señor, en silencio contemplativo como el de los siete apóstoles, es el secreto que da sentido a toda la vida de cada cristiano y de cada sacerdote.
“Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor”.
Desayunaban todos en silencio, espantados por la abrumadora sorpresa de los 153 peces grandes, salidos por voluntad del Señor, no del cansancio de sus brazos. Cuando es tan evidente la cercanía de Dios, sentimos espanto, como los tres discípulos en el monte Tabor. “Al entrar en la nube se asustaron”. Lucas 9, 34. Dios desmantela nuestras bases para obligarnos a emprender otro camino con él. Como le pasó a Pablo en el camino de Damasco: “¿Qué debo hacer, Señor? “. Hechos 22, 10.
Comiendo junto al lago el pescado preparado por Jesús, en medio del silencio general, se prepara el momento definitivo para Pedro, el jefe de los siete: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”.
Pascua es el contexto adecuado para este diálogo trascendental. La gloria de Jesús, palpada en la barca vacía que acabó rebosando de éxito, atrae tan intensamente a Pedro, que pasará humildemente por encima de sus miserables negaciones; fortalecido con el alimento que Jesús le ha preparado, responderá seguro, sin orgullo y con ecos de tristeza: “Tu sabes que te quiero”.
¿Por qué, Señor, se lo preguntas, si es verdad que “tú lo sabes todo”? Para que Pedro no tenga dudas nunca más y le sea fiel hasta el martirio.