Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo,
Rey del Universo. Ciclo C
Por: Luis López Hernández. Sacerdote Diócesis de Alicante
- A Jesús le hemos dado diversos nombres: Redentor, Salvador, Rey, Libertador, Mesías. Esto significa que Jesús es un Rey especial, ya que se ocupa de aquellos de los que no se ocupa nadie. Podemos acercarnos a Él agradecidos ya que Él se ocupa de los más pobres y marginados de su Reino. Por eso, Jesús se presenta como testigo fiel del amor de Dios y de una vida en la que se identifica con lo más pobres y marginados; se identificó tanto con ellos que al final, acabó como ellos, como un malhechor, y en la cruz. Nunca acabaremos de entender la odisea de este Dios, manifestado en Jesús, que se identifica con los más desfavorecidos hasta morir por ellos. Somos nosotros los que deberíamos estar en su lugar.
- Antes que Pablo escribiera sobre la teología de la cruz, entre los pobres de Galilea ya lo confesaban así: “ha muerto por nosotros” para defendernos hasta el final. Porque Jesús se atrevió a hablar de Dios como defensor de los últimos. Su vida y su compasión tenían unos preferidos: los pobres, marginados, los olvidados. Cuando Jesús visita la sinagoga de su pueblo en Lc. 4, 14-21, leyendo el Profeta Isaías, lo que hace es presentar “su programa”; proclama “para qué” ha venido: “el Espíritu está sobre mi porque me ha ungido, me ha enviado a evangelizar a los pobres… Esta es la tarea de este rey nuestro.
- Por eso al celebrar hoy a Cristo Rey hemos de hacer memoria de qué clase de Rey es éste. Un crucificado por predicar la verdad y el amor, por haberse puesto de la parte de los humillados de la tierra, este rey es algo especial, cuando alguien le pide algo, se lo concede rápido, como al ladrón de la crucifixión: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Confesar la fe en el Crucificado no solo es hacer grandes profesiones de fe, la mejor manera de aceptarlo como Señor y Redentor, es imitarle viviendo con aquellos con los que él se identificaba, con aquellos que sufren injustamente. Jesucristo no es un rey para mandar, sino un rey para salvar amando. Así debe ser nuestro amor: un amor que salva porque redime, porque se da para que otros vivan. Un rey al que podemos imitar.