13º Domingo del T.O. Ciclo C
Por: Lorenzo Tous
“Otro le dijo:
-Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó:
-El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios”.
Jesús obedeció a sus padres siendo niño o adolescente, Lucas 2, 50. A sus treinta años aparece como misionero itinerante del Reino de Dios, independizado de su familia, Lucas 3, 23. “Ni sus parientes creían en él”. Juan 7, 5, y sus paisanos le rechazan, Lucas 4, 29. Jesús no mantiene una idílica relación con su familia; según Marcos 3, 34 no parece añorarles mucho. Su madre María le siguió siempre hasta la muerte con la fidelidad que sólo una madre tiene.
Los ángeles encargados del exterminio de la ciudad de Sodoma le dijeron: “Ponte a salvo; no mires atrás…la mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal”. Génesis 19, 17.26.
Este hecho es un buen comentario a la radicalidad que Jesús exige al que recibe su llamada. Si no seguimos su llamada, corremos el peligro de quedarnos estancados y dejar de crecer, como la mujer de Lot.”La vida trastoca su rumbo en cada esquina”.
Mirando hacia atrás
En distintos momentos de su vida miró Jesús hacia atrás y dijo:-¡Te doy gracias, Padre…porque ocultaste estas cosas a los entendidos y se las revelaste a los ignorantes! Mateo 11, 25… he manifestado tu nombre a los hombres sacados del mundo que me confiaste… Juan 17, 6. El salmista expresa para nosotros el mismo sentimiento: “El Señor ha estado grande con nosotros y celebramos fiesta”. Salmo 126,3.
El proceso de los años y la sabiduría trabajosamente adquirida, nos enseñan a mirar hacia atrás. La sabiduría del corazón y la experiencia, impulsada por la fe, nos dan luz para ver a Dios y nos sumergen en las profundidades del misterio. “Enséñanos a llevar buena cuenta de los años, para que adquiramos un corazón sensato”. Salmo 90, 12.
Viendo en su conjunto la evolución social y los cambios que experimentamos en nosotros, surge un interrogante sobre la propia libertad, acompañada de la misteriosa gracia de Dios.
Ante la pregunta de qué significa la fidelidad de un ser humano inmerso en el devenir de la historia, también el salmista da una respuesta al creyente:”Sabed que el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos”. Salmo 100, 3. El Padre no renunciará nunca a su propiedad sobre su amada criatura, pase lo que pase. En esa verdad radica nuestra confianza y serenidad ante el misterio.
El Reino de Dios que Jesús predicaba es el que tiene que hacer fermentar para Dios la historia en continua evolución. Precisamente esta circunstancia es la que hoy en día crea problemas de pastoral.
Algunos “siguen mirando atrás” como la actitud más ortodoxa, por eso promocionan y apoyan la pastoral de mantenimiento. Todo lo quieren como antes, como siempre se hizo. No se han enterado del Concilio Vaticano II ni del cambio de la sociedad. Su mensaje se adapta generalmente a personas mayores. Tienen también seguidores entre jóvenes y nostálgicos, incapaces de crear algo nuevo con fidelidad a la Iglesia de los apóstoles. No escuchan al profeta:”No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?. Isaías 43,18. En el fondo les cuesta aceptar humildemente las palabras de otro profeta:”Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor”. Sofonías 3, 12-13.
Esta pastoral de mantenimiento, ante el miedo a plantearse un análisis sincero de la realidad actual, porque le exigiría profundos cambios, suele engañarse embelleciendo externamente lo cristiano, su culto, sus fiestas y sus tradiciones; se alimenta en gran parte de religiosidad popular que, aunque tiene valores, no es todavía la fe; ésta exige una personal conversión del corazón a Jesús resucitado y un gozoso replanteamiento de la vida; se alimenta de la oración y de la eucaristía sin rutina.