Por: Teresa Pascual Rubio. Religiosa Compañía de María. Zaragoza.
En estos últimos siete años (2007-2014), siento que la vivencia y experiencia de vivir cerca y acompañar a personas que están en la cárcel y a sus familias, ha sido el GRAN REGALO de mi jubilación.
De manera inesperada y sorpresiva, comencé a participar como voluntaria en el Proyecto que Cáritas Diocesana de Zaragoza tiene para la cárcel: “Acompañamiento individualizado”. Al iniciarlo, creí que siendo un campo totalmente desconocido e invisibilizado para mí, carecía de recursos y habilidades específicas.
Poco a poco he ido aprendiendo y también experimentando que el acompañar a personas es un proceso educativo y que ahí llevaba un bagaje de muchos años y un carisma Compañía de María que no había más que ponerlo al servicio de unas personas que son y las hacemos excluidas entre las excluidas.
Con ellas he compartido vivencias y dimensiones hondamente humanas, que me han “tocado” y afectado a mi sensibilidad y a mi vida. Nunca regreso de la cárcel, igual que voy.
Estas personas presas:
Me han enseñado a valorar más la dignidad de cada persona, esté donde esté y haya hecho lo que haya hecho.
Me han hecho sentir la alegría que se experimenta al ser acogidos, llamados por su nombre, al ser escuchados narrando esos tramos oscuros y difíciles de su vida y que con tanta sencillez nos regalan, al ser abrazados y queridos. “En todos estos años que llevo en la cárcel, los vuestros son los únicos abrazos que he recibido”(Carta de Miguel, de 40 años, con varias entradas y salidas de la cárcel)
Me han aportado dimensiones nuevas del espacio y del tiempo; un espacio en el que viven encerrados y sin libertad y un tiempo…que allí tiene otra óptica, con condenas a veces tan largas, que para sobrellevarlas necesitan enormes dosis de paciencia, de motivación, de buscar en ellos mismos y en lo que pueden recursos que les apoyen en esa dura rutina. “Desearía tener ilusiones, proyectos, metas…queridos amigos. Ojalá seáis capaces de comprender y entender la sinceridad, frustración e inquietud de estas letras. Os estoy pidiendo que me enseñéis y ayudéis a saber vivir cuando abandone este infierno” (Carta de Ángel, de 54 años; treinta y tantos años preso).
“Estoy cansado, aburrido, saturado de recuentos, de bajadas al patio, de saber qué voy a comer y qué cenar con sólo pensar en qué día estamos, todo lo más, puedo ver cómo cada semana por las noches cambia la forma de la luna y salen las estrellas y saber que los míos están bien”(Carta de Pablo, 42 años y muchos años de condena por delante)
Me han hecho entrar más dentro de mí y de la condición humana, para conocerme más y para sentir que todos y todas necesitamos asumir nuestra cota de responsabilidad y del mal causado a otras personas y sentir la necesidad de reconciliación y de perdón. Este es un proceso muy lento que tiene que tener en cuenta a las víctimas y a los victimarios. “No me encuentro bien, estoy muy cansado de librar la batalla diaria contra mí mismo. Veo lo que fui en mi pasado, lo que soy en mi presente, pero no veo lo que seré en mi futuro. Tengo miedo, no quiero ser la misma persona. Esa persona era mala, le gustaba hacer sufrir, fanfarrón, mentiroso, egocéntrico, ¿quién quiere ser una persona así?. Estoy derrotado, ¿qué puedo hacer?” (Carta de Roberto, de 27 años, desde los 9 en centros de menores y desde los 18 en prisión)
Me han hecho partícipe de momentos dolorosos de sus vidas. Uno de los más fuertes ha sido dar la triste noticia de la muerte de su madre a Carlos. Ese reducto chiquito de la prisión donde estábamos con él, se cargó de toda la densidad humana de acompañar, estar, llorar, abrazar, callar…Salimos de allí en silencio y llevándolo en el corazón. “Sé que os ha sido duro darme esta amarga noticia, pero quiero agradeceros esos abrazos, esa comprensión, mejor así enterarme por gente que me quiere, porque de otra manera no sé cómo hubiera reaccionado”(Carta de Carlos ,de 41 años y con 20 de condena; lleva cuatro en la cárcel y en ese tiempo han muerto su padre y su madre)
También me han hecho partícipe de momentos alegres, de disfrutar con ellos en representaciones de teatro, en días de puertas abiertas, con pequeños logros personales, con permisos bien vividos y también con risas distendidas ante sus anécdotas y ocurrencias. “Aquí sigo, tratando de mejorar, intentando pensar que va a ser para bien; quiero ganarme mi derecho a vivir en soledad, que por fin los míos se sientan orgullosos de mí”(Carta de Juan de 27 años, guineano. Vino a España por reagrupación familiar y ha sido expulsado a su país)
Han sido significativos los momentos de acompañarlos a juicios en los que sólo podemos ofrecerles nuestra presencia silenciosa y nuestra mirada de apoyo y refuerzo.
Las despedidas de personas inmigrantes expulsados a su país han estado cargadas de impotencia y de preguntas.
He podido comprobar la importancia del permanecer al lado de…, la necesidad de que las familias puedan estar cerca, de la significación tan profunda que es la madre para cada preso; ellas son las que permanecen cerca, le van a ver, le llevan ropa, se movilizan por donde pueden, le ponen dinero en el peculio aunque se lo quiten de lo más necesario para ellas.
En la primera Eucaristía de navidad que celebré en la prisión con ellos, sentí que ese Jesús, de Belén, para que fuese entendido y realmente lo sintiesen suyo y con ellos, tenía que ser uno de tantos, uno que se pone a la fila como ellos, que tantas filas hacen al cabo del día (para comer, para que les reciba el médico, para entrevistarse con la trabajadora social…), una persona sometida, frágil, pobre y a la vez cercano, liberador y que les abre a la esperanza.
En cada una de estas experiencias podría añadir, a modo de letanía, un GRACIAS de corazón. Las recojo todas ellas y expreso mi AGRADECIMIENTO más profundo a cada una de las personas presas con las que he compartido estos años de mi vida y también al Equipo de Cárcel de Cáritas.
Ha sido un disfrute para mí trabajar con él. Juntas y juntos hemos ido formando un verdadero grupo humano, hemos acompañado y nos hemos acompañado, hemos sentido impotencia, cansancios, interrogantes, alegrías, búsquedas, compartires, necesidad de denunciar injusticias, de sensibilizar a una sociedad que tiene gran parte de responsabilidad, de sentir que la cárcel no rehabilita y lo difícil que les resulta reinsertarse después en la sociedad; hemos celebrado y nos hemos ido de excursión. El cariño y la apuesta por cada persona presa nos ha hecho quererlos y querernos.
Es verdad que el corazón está lleno de nombres. “Si alguna vez vuestro trabajo os maltrata y llega a agotaros, saber que somos muchos que gracias a vuestros esfuerzos y buen hacer, hemos encontrado coraje y ánimos para seguir y mejorar cada día, hoy tengo salud, actividades, un lugar donde vivir, alimentarme y hasta una paga… (Carta de Bartolomé, ya con 65 años y en libertad).
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino…Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber…estaba en la cárcel y vinisteis a verme” Mt 25, 34-36
Una experiencia en la cárcel