Por: Maricarmen Martín
El mes de Noviembre siempre nos evoca la visita a los cementerios y la celebración de la fiesta de todos los santos. Esta fiesta nos anima a la reflexión sobre la santidad. Bajo el hálito del Espíritu, surgen en la historia de la salvación y en la historia de la iglesia “distintos modelos de santidad”. Ya desde las páginas dela Biblia, hay modelos de santidad paradójicos y contradictorios. Modelos de santidad de “desobediencia”, como las parteras de Egipto que desobedecieron la orden del Faraón y, gracias a ellas, ¡Moisés, nada menos! fue salvado (Ex 1,17ss).
Hay modelos de santidad de “rebeldía”, como Débora (Ju 4-5). Modelos de santidad de “astucia”, como Ester; de valentía y riesgo, como Ruth; de aplomo en el reclamo de sus derechos, como las hijas de Selofjad (Nm 27), que no tuvieron miedo de apelar a la máxima autoridad para reclamar que no hubiera discriminación de sexo en un asunto legal.
Hay modelos de santidad “para la vida” que se expresa en las mujeres profetas, como Miriam, que guía al pueblo de Dios cantando a la cabeza del Éxodo (Ex 15); como Juldá que inspira, apoya y guía la reforma al rey Josías (2 Re 22); como las mujeres profetisas de los Hechos de los Apóstoles, que anuncian la vida nueva derramada por el Espíritu (Hch 2,17).
Una santidad de “lágrimas por la justicia”, como Raquel que llora por los hijos muertos, víctimas inocentes del Herodes de turno (Jr 31,15). Santidad de “la oración continua”, con la insistencia confiada de la mujer conocedora del corazón de Dios (Mt 15,21ss).
Hay una santidad del “perfume” y de la proclamación valiente, enamorada, silenciosa y regalada a Jesús, como el Ungido, el Cristo, a través del nardo derramado capaz de dar fragancia a la iglesia y al mundo entero.
Este modelo de santidad escandaliza a los que se ocupan de contabilidades, de sociedades de consumo, de afán de poder… porque es una santidad de la buena noticia, del derroche, de la gratuidad, de las personas movidas por el Amor (Jn 12,1-11; Mc 14,3-9).
La mayoría son modelos de santidad que molestan. No sabemos qué hacer con ellos, los olvidamos, no los leemos, no nos parecen “piadosos”, ni nos inspiran devoción. La invitación es a integrar esta santidad paradójica, la santidad que nos sorprende.
Abrirnos al Dios de las sorpresas y a las manifestaciones del amor que siempre crean y hacen algo nuevo sin proponérselo. Invitar a dejar al Espíritu en su novedad total y creativa, capaz de inventar constantemente en las distintas situaciones de la vida las más variadas respuestas.
Lo fundamental es descubrir que en ellas y ellos actuó el Dios de la Vida, ya sea resistiendo a la orden de la muerte dada por el Faraón o engendrando la vida secreta del Padre en la sombra del Espíritu, como en María.
Lo importante es la manifestación del Dios de la Vida que nos lleva a admirar la santidad más allá de nuestros “santos conocidos”. Hablar de la vida desde el punto de vista de Dios es hablar del Espíritu Santo, del cual decimos en el Credo que es el “Dador de Vida”.
Conviene señalar que el Catecismo de la Iglesia Católica, reconoce y rescata estas mujeres santas: “Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María” (n 64).
Porque mantuvieron viva la esperanza es por lo que queremos estar en su compañía, hacer fiesta y dar gracias a Dios por esta “comunión de las santas”.