Urge la paz

Urge la paz

Santa María, Madre de Dios. Jornada Mundial de la Paz 2014

Por: Mª Carmen Martín Gavillero. Vita et Pax. Ciudad Real

Desde 1968, se viene celebrando cada uno de enero la “Jornada Mundial de la Paz”. La tradición judía no entiende la paz, shalom, en contraposición con la guerra, sino en contraste con todo aquello que pueda perturbar el bienestar colectivo del pueblo en todos los ámbitos de la vida. La paz no es sin más un estado de ánimo, sino una situación social y política jamás alcanzada plenamente, que depende de Yahve, como vemos en la primera lectura de hoy.

Sin embargo, “si yo hablo de paz, ellos prefieren guerra” (Sal 120,7). Estas palabras son hoy más reales que nunca. Todos los días los periódicos, las emisoras de radio y cadenas de televisión revelan el deseo humano desvergonzado de poder, de luchar y de ser la superpotencia más fuerte. En nuestro mundo no se oyen a menudo auténticas palabras de paz; y cuando se pronuncian, la mayoría de las veces se desconfía de ellas, sencillamente, porque cuando una sociedad deja morir de hambre a millones de personas está en guerra. La paz solo es posible cuando alborea la justicia (St 3,18).

La paz ha sido y sigue siendo un don, pero también una tarea, un reto, un desafío. El siglo XXI será el siglo de la paz: “Todo tiene su momento… tiempo de callar y tiempo de hablar… tiempo de guerra y tiempo de paz…”, dice el Eclesiastés. Este es el tiempo de hablar a favor de la paz porque sin paz no habrá vida. Estamos llamadas a que todo cuanto hagamos, digamos, pensemos o soñemos forme parte de nuestro interés por la paz. Ser artífices de paz es una vocación a tiempo completo y, en este momento de la historia, tal vez, la más urgente de todas las tareas.

Ya hemos convivido demasiado con los que odian la paz. Nos hemos dejado impresionar durante mucho tiempo por “los reyes de la tierra, los nobles, los grandes jefes militares, los ricos y poderosos…” (Ap 6,15) que tratan de decirnos que la situación política es tan compleja que no podemos tener una opinión sobre la posibilidad de la paz y que para alcanzarla se necesita la guerra. Jesús dijo: “Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Estas palabras no pueden permanecer por más tiempo en el trasfondo de nuestra conciencia. Estas palabras irrumpen en nuestra vida con tanta urgencia que sabemos que ha llegado el momento de ser personas auténticas constructoras de paz.

La guerra no nace en los campos de batalla, entre soldados con armas, sino en la misma casa, en la intimidad de la familia o de la propia institución. Mucho antes de empezar a guerrear, matar o destruir naciones, ya hemos matado a las personas mentalmente. Cuánta violencia fue mental antes de convertirse en violencia física. Se comienza a decir “sí” a la muerte mucho antes de decir “sí” a la violencia física. De ahí que, decir “no” a la muerte exige un compromiso profundo con las palabras de Jesús: “No juzguéis” (Mt 7,1). Exige decir “no” a toda la violencia del corazón y de la mente. Con mis juicios divido mi mundo en dos partes -los buenos y los malos- y así juego a ser Dios. Pero quien juega a ser Dios termina actuando como el demonio (Rm 2,1-2).

Poniéndolo en positivo podemos afirmar que la tarea más importante que tenemos no es la de luchar contra los signos de muerte sino inspirar, afirmar y nutrir los signos de vida allí donde se manifiesten. Porque la vida es muy vulnerable, es algo muy pequeño, frágil y no se abre paso por la fuerza. El “no” a la muerte sólo puede dar mucho fruto, cuando se dice y se actúa en el contexto de un humilde y compasivo “sí” a la vida. Construir la paz se convierte en una tarea verdaderamente espiritual cuando nunca se separa el “no” a la muerte del “sí” a la vida. Trabajar por la paz es trabajar por la vida. Vida y paz unidas por el Espíritu (Rm 8,6).

El camino de Jesús es un camino sin anatemas ni armas ni violencia ni poder. Para él no hay países que conquistar, ni ideologías que imponer, ni pueblos que dominar. Tan sólo hay niños, mujeres y hombres a los que amar. Y el amor no hace uso de las armas. El amor no se manifiesta en el poder, sino en la falta de poder. Jesús nos urge a seguir este camino. Es el camino de la resistencia desarmada, no violenta y sin poder. Resistir al odio, la división, el conflicto, la guerra y la muerte es un acto litúrgico; es adorar a Dios.

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