Santísima Trinidad. Ciclo C
Por: Rosa Belda Moreno. Grupo Mujeres y Teología de Ciudad Real
Proverbios 8, 22-31
La sabiduría del Señor, esa que a menudo no pedimos, esa que olvidamos… y sin la cuál nada es lo que es, pues nada tiene sujeción, ni relieve. Antes de penetrar en el Misterio, quizá hemos de pedir sabiduría. No un conocimiento cualquiera, ni un arte adivinatorio, ni siquiera una mirada perspicaz. Tal vez, la sabiduría de Dios tiene que ver con la liberación de los prejuicios, con la lucidez del que quiere conocer con los ojos de la fe.
Salmos 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.
Con el salmo alabamos a Dios que ha puesto “todo” en nuestras manos, y hacemos un homenaje a esta Tierra, maltratada y dominada con nuestro afán utilitarista. Ni los pequeños ni los grandes (a nivel de posibilidades de transformación) estamos logrando tener una relación armónica y simbiótica con la Madre Tierra. Cantamos a Dios, verdadero Señor, pidiendo sabiduría para gestionar mejor el regalo de vida que pone en nuestras manos.
Lect. de la carta del apóstol san Pablo a los romanos 5, 1-5.
“La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Con esta frase, y con el texto entero, Pablo me invita a recordar lo que siempre permanece, lo que no será destruido, y como un torrente llegará a nosotros, anclados a la promesa, en la certeza de que alcanzaremos la gloria de Dios, de la que somos coparticipes, eso que no se nos arrebatará pase lo que pase.
Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 12-15.
Jesús sigue intentando transmitir que el Espíritu habita en nosotros, entre nosotros. No se cansa de mantener la llama encendida y ardiente. Solo así podremos esperar. La esperanza no tendría fundamento si todo acabara en la muerte. En este día especial, el anuncio del Espíritu se enmarca en la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu, las tres formas que dicen “Dios”. De la mano de la sabiduría de Dios me adentro en este misterio de comunión, que me llama a permanecer unida, dentro, en Él, viviendo más armónicamente, proclamando la misericordia, haciéndola cada día un poco más verdad en mi vida. Llegados a este punto, es como si el círculo, señal de plenitud, se cerrara, y sobraran todas las palabras. A veces no podemos con tantas palabras, ya lo decía Jesús. Vanamente intentamos abarcar con palabras la profundidad del ser y del amor. Vanamente, muchas veces, tratamos de dar razones que sostengan en el sufrimiento. Tal vez hoy no hagan falta muchas explicaciones. Basta con forjar tú y yo, nosotras, una vida de comunión que exige sabiduría, regalo de Dios que habla a lo profundo del corazón y que pide ser escuchado. Vida que alaba y protege la Tierra y todo lo creado. Vida que exige renuncia, constancia en la tribulación, como dice Pablo. Vida que anuncia la gloria de Dios que vive.