Por: Mª del Carmen Martín. Vita et Pax . Ciudad Real
Domingo 17º del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Las lecturas de hoy inician con la frase “En aquellos días, vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias…” y en estos días nos hemos acostumbrado a comprar el pan en los supermercados olvidándonos de lo que representa. El pan tiene un mensaje humano que es preciso descifrar, llega a nosotras gracias a muchas personas de Bal-Salisá, es decir, gracias a la suma de numerosas relaciones interpersonales. Todo su largo proceso de gestación se hace pensando en el ser humano: en su vida, la salud, el bienestar, saciar el hambre…
No hay cosa más preñada de humanidad que el pan. Se trata del pan humilde y grande que nos alimenta, repara nuestras fuerzas y comemos juntos y juntas para celebrar nuestro cariño y amistad. Es el primer don del ser humano al hambre de otro ser humano. Es la primera respuesta a la primera necesidad: comer para vivir. Es la primera expresión de solidaridad. Es la primera ofrenda del ser humano a Dios en agradecimiento por sus dones.
El pan es fruto del trabajo y del esfuerzo humano; está hecho gracias a la paciencia impresionante de los campesinos que deben producir el trigo con su ardua fatiga y una meteorología impredecible; el pan hecho con el trigo transportado hasta convertirlo en harina que deberá ser cuidadosamente fabricada con la técnica de obreros anónimos; el pan amasado por panaderas y panaderos que trabajan de noche, al calor de sus hornos para producir el rico pan de la mañana; el pan que se compra, la mayoría de las veces, con prisa, en la tienda de la esquina; el pan que comeremos a la mesa… El pan supone agricultura, economía, comunicaciones, distribución, política, técnica, ciencia y desarrollo.
El pan es síntesis de historia porque es el fruto del trabajo organizado y el esfuerzo combinado del individuo y de la comunidad. Es signo de nuestra dependencia social y comunitaria. En el pan es el ser humano el que está en juego, es signo de justicia, de paz, de bienestar, de compañerismo y de solidaridad. El pan es también la expresión de una comunión humana para la abolición del hambre y la miseria como manifestación de todas las injusticias que no permiten que el ser humano se alimente para humanizarse y realizar su dignidad. Sin el pan se da el hambre y en el hambre el ser humano se marchita, se amarga, se enferma, se violenta y se muere. El hambre es también la expresión de un sistema sociopolítico criminal que roba el pan de cada día.
En el evangelio de Juan se nos dice que había mucha gente y que entre la gente sólo se encuentran cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso pueden “sobrar” doce cestos de pan. Esta es su alternativa: una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.
En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte indiferente y egoísta, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses.
El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros haya hombres y mujeres amenazados de hambre. No lo hemos de olvidar. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad humana y cristiana. Jesús, a través de su cuerpo convertido en pan, nos invita a dejarnos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con paz y dignidad.
Para que el Evangelio pueda llegar a ser una “feliz noticia” en la tierra, en donde todavía no hay suficiente pan para todos y los seres humanos mueren de hambre, los cristianos debemos renovar y responsabilizarnos del sentido de nuestras Eucaristías que nos lleven a dar una respuesta a la más fundamental esperanza y necesidad de la humanidad: que haya pan para vivir, que haya pan para todas y todos. La llamada de hoy es a convertirnos en hombres y mujeres de Bal-Salisá que aportan su pan.