Vivir en plenitud, vivir en Cristo Jesús

Ascensión . Domingo 7º de Pascua, Ciclo C

Por: M. Carmen Calabuig. Vita et Pax. Rwanda.

Vivir en plenitud

Llenos de la alegría pascual, celebramos hoy la Ascensión del Señor, un momento más del misterio Pascual, con el que forma una única realidad. Jesús inició su camino “despojándose de su rango y pasando por uno de tantos… hasta someterse a la muerte… por eso Dios  lo exaltó” (Fil, 2). Hoy, celebramos su exaltación, su glorificación, el reconocimiento que es EL SEÑOR, como escuchábamos domingos atrás, confesar a Tomás.

Jesús vivió en una entrega plena a la voluntad del Padre y, por ello, en una vida de amor y servicio, hasta el don total de su vida. En Jesús, la persona humana alcanza la plenitud de su dignidad: “porque  la  Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es nuestra ascensión,… en El nuestra naturaleza humana participa de su misma gloria.” (Or. Colecta y post comunión), es la esperanza a la que nos llama, a ser y vivir como hijos resucitados.

Los apóstoles y las mujeres, que habían vivido la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado y lo habían re-conocido de diferentes maneras: María Magdalena al escuchar su nombre de labios del Señor, Juan con su intuición, al verlo en la orilla, los discípulos de Emaús al partir el pan,… todos se llenaron de alegría con la seguridad de que estaba VIVO. Esta experiencia de que Jesús estaba VIVO cambió sus vidas y la presencia del Espíritu les hizo capaces de ser testigos de cuanto habían vivido.

La Ascensión, la separación de Jesús, no fue para ellos causa de tristeza. La presencia de Jesús llenaba sus vidas de un modo diferente, se sentían habitados por El, aunque quizá sin haber comprendido bien, todavía, su mensaje. Como nos dice la primera lectura, siguen preguntando “si es ahora cuando va instaurar la soberanía de Israel”… La paciencia del Señor es infinita porque “somos torpes y lentos para creer”.

La madurez humana y la madurez en la fe son un proceso que precisa de vaciamiento, de escucha, de entrega, para llegar a la plenitud como personas, como creyentes, hasta la identificación con Jesús. A esa esperanza estamos llamados… y en esa esperanza caminamos.

Los discípulos reciben de Jesús la MISION de ser testigos de su resurrección hasta los confines del mundo. Ser testigo es anunciar con la palabra y con la vida que  Jesús VIVE, QUE MURIÓ Y RESUCITÓ para que todos tengamos VIDA y VIDA EN ABUNDANCIA.

La vida de la persona humana debe ser valorada en toda su dignidad, es necesario poner todo nuestro esfuerzo en procurar que la gente viva en pie, con dignidad de personas y de hijos de Dios. Hay que  ascender la persona a su situación de dignidad, como Dios la ha creado.

No podemos resolver los múltiples problemas que encontramos a nuestro alrededor: explotación,  opresión,  guerra,  pobreza,  hambre, todas ellas fruto de la injusticia, pero nuestra vida no puede tener otro sentido que trabajar, en esas situaciones concretas que nuestro mundo vive, para devolver a las personas su dignidad. No podemos quedarnos “plantados mirando al cielo”.

Trabajemos para que toda persona pueda desarrollarse y vivir en plenitud, para llevar a todos la felicidad del Evangelio. Los gestos de acogida, cercanía,  comprensión,  misericordia, les harán más cercana, a las personas que nos rodean, la presencia de Jesús.

Jesús, que se despojó de su rango y pasó por uno de tantos, nos dejó claro el camino para vivir en plenitud como personas y como creyentes: “el que pierde su vida la gana…”,  “el primero entre vosotros que sea vuestro servidor”. Sólo desde la entrega y el servicio, en especial, a los más necesitados, llegaremos a alcanzarla.

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