Por: M. Carmen Martín. Vita et Pax. Ciudad Real.
Vivir la Cuaresma con el Dios enamorado
1. De la mano del profeta Oseas
A pesar de ser el primero en la nómina de los llamados Profetas Menores, Oseas es un gran profeta. Una de sus mayores virtudes es, sin duda, la de proponer la imagen matrimonial como símbolo y clave de interpretación de las relaciones entre Dios e Israel. Otros profetas, como Jeremías o Ezequiel, lo seguirán en esto. Una lectura del libro revela inmediatamente un léxico particular, el del amor. Amar, seducir, esposa, matrimonio, esposo mío, hablar al corazón, noviazgo, regalos de amor, abandonar, olvidar, traicionar, mentir, adulterio… es el lenguaje de un enamorado traicionado que no sabe dejar de amar.
De Oseas no sabemos el año en que nació ni el de su muerte. Sabemos que vivió en el Reino del Norte, en el siglo VIII a.C. El profeta tuvo una experiencia matrimonial dolorosa (Os 1,2-9;2,4-15;3,1-3). Estaba casado con Gómer, de este matrimonio nacieron tres hijos, pero Gómer fue infiel y lo abandonó. Además de tener que soportar su tragedia matrimonial, Oseas fue objeto de burlas y chanzas por su condición de engañado. La vida de Oseas está bajo el signo de la ternura pero de la ternura herida.
Esta trágica experiencia matrimonial le sirvió para comprender y expresar las relaciones entre Dios y su pueblo. Y hace la comparación: Dios es el marido, Israel la esposa. Esta ha sido infiel y lo ha abandonado para irse con otro dios: baal (4,12b-13; 7,14b; 9,1) o con los países potentes de la época: Asiria y Egipto. Por eso, cuando Oseas habla de los pecados del pueblo los califica de “adulterio”, “prostitución”; y cuando habla del amor de Dios lo concibe como un amor apasionado de esposo, de un esposo capaz de perdonarlo todo y de volver a comenzar.
Baal, en hebreo, significa “el que domina a otro”, “el amo”, “el dueño”. Quien domina produce siempre esclavitud. Los israelitas, al asentarse en Palestina y dedicarse a la agricultura, pensaban que Yaveh no podía ayudarlos en este nuevo tipo de actividad. Lo concebían como un Dios guerrero y volcánico, capaz de derrotar al faraón y lanzar truenos desde el Sinaí, pero que no sabía nada de agricultura, por eso los israelitas acudieron a baal, dios cananeo de la fecundidad, al que atribuían el pan y el agua, la lana y el lino, el vino y el aceite (2,7).
Además, Israel le ha sido infiel también a Yahveh con Asiria y Egipto. En una época de grandes convulsiones, cuando está en juego la subsistencia del país, los israelitas corren el peligro de buscar la salvación fuera de Dios, en las alianzas con Egipto y Asiria, grandes potencias militares del momento, que pueden proporcionar caballos, carros y soldados. Entonces, Asiria y Egipto dejan de ser realidades terrenas; a los ojos de Israel aparecen como nuevos dioses capaces de salvar.
Dios se ha manifestado como un Dios personal que establece relaciones personales con su pueblo, capaz de amar sin medida… Tolerar los baales es dejar al ser humano dominado por las esclavitudes de estos ídolos, que no son otras que las propias esclavitudes personales engendradoras de odio, destrucción, injusticia. Confiar en los baales es fiarse de unos ídolos que tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven (Sal 115); no tolerar baales es no tolerar que nadie esclavice al ser humano, criatura de Dios, y mostrar al mismo tiempo que sólo las relaciones de amor incondicional con un Dios personal son las que liberan a la humanidad, pues es un amor libre y liberador.
Lo que hace de Oseas un caso inolvidable es que no sólo pronuncia oráculos, sino que su vida amorosa es un oráculo, ve su matrimonio como una parábola de la relación Dios-Israel. El salto que Oseas da desde su experiencia personal a su experiencia de Dios, le permite una mirada de fe ante esta realidad y descubrirá una salida. Nos encontramos así con un aspecto importante, las experiencias vividas por la persona creyente en cualquier nivel de su personalidad, afectan a la persona en su globalidad, incluida su experiencia de fe. Por ello, es necesario descubrir la acción de Dios en nuestra vida cotidiana y hacer de ella el camino”normal” de nuestro crecimiento integral, también crecimiento en la experiencia de Dios.
2. El Dios enamorado
Toda la historia de Israel es una historia de pecado y rebeldía. La pregunta es qué actitud tomará Dios ante esta cadena de infidelidad. Oseas plantea tres posibilidades que Dios tiene ante el comportamiento infiel de su pueblo. El poema que aparece en 2,4-25 nos las ofrece:
a) Dios puede ponerle a su esposa una serie de obstáculos para que no se vaya con sus amantes y termine volviendo al marido (vv. 8-9).
b) Castigarla públicamente y con dureza (vv. 10-15).
c) Perdonarla por puro amor, hacer un nuevo viaje de novios, un nuevo regalo de bodas que restaure la intimidad y sea como un nuevo matrimonio (vv. 16-25).
Lo que termina triunfando es la tercera opción, el amor de Dios, que acoge de nuevo a su esposa, incluso aunque ésta no se encuentre plenamente arrepentida. A partir de su experiencia personal, el profeta descubre el cariño, la ternura de Dios, su hésed. Bajo esta luz, todo adquiere un sentido nuevo. La ley del Sinaí no es simplemente un contrato, sino una alianza (como anillo que se ponen dos que se aman), que une a dos seres en el amor. En virtud de la alianza sinaítica, el Señor es el Dios de Israel, el pueblo de Dios. Es decir, es el esposo profundamente enamorado de Israel, su esposa: Tú-eres-mi-pueblo y él (Israel) dirá Tú-ere-mi-Dios (2,25).
Suele traducirse hésed como bondad, amor fiel, cariño gratuito, amor misericordioso. A la traición de la esposa colmada de dones, que persigue la ilusión de otros amores, corresponde la fidelidad del Señor, que permanece aguardando en el hogar vacío. El sabe que algún día los pasos de la mujer amada resonarán de nuevo y él la acogerá. Entonces todo se transformará en una nueva y gozosa primavera. El paisaje que los rodea se transformará en una reedición del jardín del Edén (vv. 20,23).
Si Oseas vivió este tremendo dolor, un día de repente se le iluminó, y en lo hondo de su amor dolorido descubrió otro amor más alto y profundo: el del Señor por su pueblo. También Dios ha amado como marido enamorado, también lo ha traicionado su esposa, y a pesar de todo sigue amando, no puede menos que amar (Cant 8,6ss). El profeta se fija cómo trata Dios a Israel y así aprende cómo ha de tratar a Gómer. Aprende a perdonar como Dios perdona. La salvación, la conversión, no es fruto de un esfuerzo ético del ser humano, sino un acto gratuito de la voluntad amorosa y fiel de Dios, de su hésed.
Si Os 2,4-15 representa al dios celoso que todo exige y nada soporta, los vv. 16-24 muestran la gratuidad de su amor que, sin esperar ningún cambio en la actitud de su pueblo, todo promete, todo soporta, cree, espera y tolera (Cfr. 1 Cor 13,7). ¡Qué duro es amar a quien nos ha decepcionado! Pero esa es la actitud constante de Dios con el ser humano. Y, una vez más, Dios, no sólo se queda aguardando, sino que inicia una nueva seducción para restaurar la historia de amor (2,16-25). Su misericordia es la clave que nos abre a la esperanza. Dios nos ama no porque seamos buenas, sino para que podamos llegar a ser buenas.
Se trata de rehacer la historia desde su comienzo. Desde allí hay que reemprender la vida. La primera experiencia ha sido negativa. En vez de conquistar la tierra, Israel fue conquistado por la vida cananea y sus ídolos. Es necesario volver a comenzar la aventura. Por eso, la vuelta al desierto es un verdadero retorno a los orígenes, a las fuentes del amor. En el desierto no hay dioses de fecundidad y, por lo tanto, allí se renueva el destino de Israel, únicamente, en la fecundidad del amor de su Dios. El castigo se convierte, paradójicamente, en el primer acto de gracia. Dios ama entrañablemente a Israel, por eso, lo lleva al desierto, el lugar del primer desposorio de la Alianza, el lugar del retorno al Señor. Es en el desierto, sin los baales, donde se juega el futuro de Israel, invitado a escuchar al que le habla al corazón.
Ante este Dios que perdona sin condiciones, todas podemos ser capaces de conversión. Pero no implica volver al pasado, sino experimentar una nueva seducción del amor de Dios. Solamente una nueva apertura radical al amor gratuito de Dios será capaz de hacer de nosotras verdaderas creyentes.
3. La lógica “ilógica” de Dios
Todo el mensaje de Oseas tiene algo de desconcertante y se observa muy bien en el poema 2,4-25. Nuestra lógica religiosa sigue los siguientes pasos: pecado-conversión-perdón. Es casi la misma que tenía el pueblo de Israel en muchas etapas de su historia. Lo vemos, por ejemplo, en el libro de los Jueces. Desde el punto de vista religioso, el pueblo se va degradando, alternará la fidelidad y la infidelidad, la gracia y el pecado. Esta alternancia la encontramos a lo largo de todo el libro, por ejemplo: Jc 3,7-11: Los israelitas hicieron lo que desagradaba a Yahveh (pecado)… se encendió la ira de Yahveh y los dejó a merced de Kusan (castigo)… los israelitas clamaron a Yahveh (conversión)… Yahveh suscitó un libertador que los salvó (perdón)… En los textos encontramos repetido con precisión casi matemática el siguiente esquema en cuatro tiempos: pecado-castigo-conversión-perdón/salvación.
La gran novedad de Oseas, lo que le sitúa en un plano diferente y lo convierte en precursor del NT es que elimina el castigo e invierte el orden. El perdón antecede a la conversión: pecado-perdón-conversión. Dios perdona antes de que el pueblo se convierta, es más, aunque no se haya convertido. Dios nos perdona antes de que nos hayamos convertido, aunque no nos hayamos convertido. San Pablo repite esta idea cuando escribe a los romanos: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores (Rm 5,8). Y lo mismo dice Juan en su primera carta 1Jn 4,10: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Esto no significa que la conversión sea innecesaria. Pero sí que se produce como respuesta al amor de Dios, no como condición previa al perdón.
Este tema es importantísimo en Oseas. Lo vuelve a retomar en el capítulo 11 bajo una nueva imagen: Dios ya no es el amante de su esposa infiel, sino un Padre. Israel es el hijo, un hijo prototipo del hijo rebelde que, según la Ley, debe ser ajusticiado (Dt 21,18-21). Ante la inminencia del castigo divino, Israel pide ayuda a baal, pero sin éxito. Cuando todo presagia el desastre total, Dios lucha consigo mismo y la misericordia (hésed) vence a la cólera (11,8-9).
Ante un comportamiento así por parte de Dios, no es difícil que se nos “remueva” el interior y pensemos : “¡algún tipo de conversión o gesto de arrepentimiento será necesario para obtener el perdón de Dios!”; o que nos surja casi espontáneamente la pregunta: “¿cómo es posible la justicia de Dios ante tanta infidelidad si su respuesta es el amor?”; o que concluyamos diciendo: “ante un Dios así, entonces todo vale pues vamos a ser perdonadas igualmente”… Si este tipo de cuestiones surgen en nosotras, lo mínimo que se pone en evidencia es nuestra lógica que, en el fondo, se apoya en la del libro de los Jueces, no en la lógica “ilógica” de Dios.
Tenemos muy dentro nuestro sentido de justicia: se comete un pecado, es necesario que la persona se arrepienta y, entonces, se puede proceder al perdón. En este esquema, lo que está latiendo es la necesidad de que el pecador se arrepienta, haga buenas obras y, entonces, se le perdonará. El perdón se apoya en las obras del pecador arrepentido no en Dios.
La lógica “ilógica” de Dios va más en la línea de nuestro refrán: El corazón tiene razones que la razón no entiende. Es el amor de Dios ofrecido incondicionalmente al ser humano el que puede hacernos cambiar. Si el pueblo de Israel y, por extensión, cada una de nosotras no nos convertimos por sentirnos amadas gratuitamente, sin requisitos previos, solamente por pura gracia de Dios, no nos convertiremos por nada ni por nadie. ¿Quién no ha hecho los mayores esfuerzos por cambiar algún comportamiento extraño en su vida cuando ese comportamiento no le hacía bien a una persona querida? ¿Acaso es duradera una conversión cuando ésta se basa en los buenos propósitos solamente?
Esta lógica de Dios, por otra parte, hace que nos tengamos que apoyar en Otro y en el Amor que es ese Otro, dejándonos sin la posibilidad de apoyarnos en algo nuestro (las obras), lo cual nos deja un poco a la intemperie y con la sola posibilidad de arriesgarnos a dejarnos amar por un amor de este calibre. Y un amor de este calibre desestabiliza todos nuestros esquemas porque nos fuerza a “desmontar” nuestros egoísmos más ocultos, nuestros méritos más sutiles, nuestras justicias “justicieras”, nuestros deseos conscientes o inconscientes del “ojo por ojo y diente por diente”.
Y aquí está la cuestión clave del mensaje de Oseas: la resistencia que tenemos a cambiar de esquema y la necesidad de lo que, en griego del Nuevo Testamento, será llamado metanoein. Metanoia para entrar en la lógica, gracias a Dios, ilógica de su amor. No es extraño que Oseas concluya su libro con una cuestión abierta (14,10): ¿Quién es tan sabio como para entender esto? ¿Quién tan inteligente como para comprenderlo? Los caminos del Señor son rectos, por ellos caminan los inocentes y en ellos tropiezan los culpables.
Lo entenderá muy bien, unos siglos más tarde, un tal Jesús de Nazareth, quien, para revelarnos el corazón de Dios, nos ofrecerá, también en parábolas, los ejemplos de los jornaleros contratados a la viña a distintas horas del día cobrando todos lo mismo (Mt 20,1-16) o el personaje sin igual, ese hijo pródigo que, ante el amor incondicional y sin reproches de su padre, deseará, como intuye algún autor, pasar de ser hijo a ser padre (Lc 15,11-32). Un Jesús, para el cual, el Reino de Dios no es algo que vendrá después de nuestra conversión, sino que el Reino ya está aquí, ya está entre nosotros. Sólo tenemos que acogerlo y entrar en su dinámica (Mc 1,15).
4. ¿Y nosotras qué?
Y entonces, en esta Cuaresma del año 2014, ¿qué hacemos nosotras?: NADA. ¿Y el ayuno, la oración y la penitencia?: NADA.
Déjate seducir, esta Cuaresma, por el Dios locamente enamorado de ti y que su amor te guíe.