Vivir la Resurrección

Vivir la Resurrección

Domingo XXXII del TO, ciclo C

Por: Concepción Ruiz Rodríguez. Mujeres y Teología de Ciudad Real.

Las lecturas de este domingo nos hablan de la Resurrección:

La lectura del 2º libro de los Macabeos  destaca cómo los muchachos que mueren inocentemente, que son martirizados, alcanzarán la resurrección. En estos textos ya se considera la resurrección como una dicha, como un espacio liberador, de felicidad plena. Como la recompensa al sufrimiento humano.

San Pablo en la 2ª carta a los Tesalonicenses muestra a Dios como Padre amoroso proveedor de consuelo y esperanza eterna.

En el evangelio de S. Lucas, los Saduceos (grupo formado por jefes de sacerdotes, senadores y ancianos notables, que no creían en la resurrección) plantean a Jesús una cuestión sobre la resurrección. Él responde que la vida después de la muerte no es comparable con la vida terrenal, por tanto, no podemos emplear los criterios terrenales para entenderla. Recurre a Moisés para afirmar que “…DIOS NO ES UN DIOS DE MUERTOS SINO DE VIVOS…”

En ocasiones, nos tomamos esto de la Vida Eterna como una carrera de fondo: salvar obstáculos, alcanzar metas, hacer promesas,… convirtiéndose todo ello en una carga pesada, para alcanzar la otra vida.  Al igual que conquistamos: el trabajo, el sustento, un techo, los afectos, … También queremos tener garantizada la salvación. Todas son seguridades  muy lícitas, pero… seguridades.

Prefiero acoger la resurrección desde el Dios que me habita. No necesito hacer méritos para conseguir su aprecio y aceptación. Soy su hija, me ama como soy, estoy salvada por Él. Sólo tengo que buscar dentro de mí. Escuchar el corazón, dejar que su palabra me ilumine, fortalecer el espíritu con el alimento de la Eucaristía, recibir su fuerza, el aliento de su Espíritu para llevar humanidad y vida, esperanza y ternura donde hay desolación, pobreza y muerte.

Se trata de hacer creíble la resurrección en un mundo de muerte y sufrimiento.  Si Dios es un Dios de vivos, donde habita Dios florece la vida, la paz, la esperanza. Cuando nos sentimos habitadas por Él nuestras vidas son plenas, vivimos el don de Dios, el amor. Gastamos nuestras vidas acompañando, sufriendo y levantando situaciones de muerte.  Entonces saboreamos en  pequeñas dosis lo que será la felicidad futura, la resurrección, que no es otra cosa que vencer la muerte con la VIDA.

Se trata de vivir como personas resucitadas. Mujeres y hombres de esperanza. Que hemos experimentado la misericordia de Dios en nuestras vidas y no tenemos más remedio que transmitir esta misericordia a los demás, desde las situaciones concretas de cada una.  “Las mujeres corrieron a contar a los demás que habían visto al Señor resucitado”.

¡Corramos nosotras también a anunciar, compartir, arriesgar y gastar nuestras vidas como testigos de la Resurrección!

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