Domingo 15 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Por: Avelino Castells. Sacerdote secular diócesis de Valencia.
En estos domingos hemos ido escuchando cómo el Señor va haciendo camino con sus discípulos. Han ido viviendo la llamada, la invitación a seguirlo, han sido testigos de cómo enseña en parábolas y habla del Reino, y también de cómo los milagros son signos de la nueva vida que trae Jesús. Y todo esto encontrando también ya rechazo y resistencia desde los inicios.
Y en este domingo el Señor ya deja claro que el seguimiento, que caminar con Él, que estar en su discipulado es para la misión, no para la autocomplacencia. Una misión que tiene el anuncio del Reino como principal encargo, sabiendo que ya está en medio de nosotros porque Jesús lo ha iniciado y que es como una pequeña semilla que va creciendo sin que nosotros lleguemos a comprender cómo. Su ritmo y su tiempo son los de Dios que no deja en su empeño y que es fiel a su proyecto de salvación.
Y Jesús los envía. Y lo hace con instrucciones muy concretas. Qué importante es volver siempre el corazón al Evangelio, tenemos siempre que aprender, que empaparnos si queremos vivir esta aventura del discipulado con autenticidad.
Llamada y envío van juntos. Siempre para estar con Él y para ser testigos. El encuentro con Jesús es vital y transformador. Y el envío es tarea de fidelidad y comunión.
El ser enviados de dos en dos, nos recuerda la importancia de la comunidad, nunca soy yo solo, ni solo mi palabra. Es la fuerza, el aval, el contraste de dos para dar un testimonio de fiar. Pero a la vez es ya testimonio de vida, de ejemplo concreto de mirar como se aman, como buscan la verdad.
Una misión que tiene siempre la vinculación directa con Jesús, es Él quien llama y les da poder sobre los espíritus inmundos. El poder no lo reciben por méritos sino por y para el encargo recibido. Y es un poder no sobre los demás si no sobre el mal. Nosotros que hemos sido llamados y enviados por nuestra condición de bautizados, por la vocación concreta de cada uno se nos ha dado poder, fuerza ante el mal. Sin olvidar nuestra debilidad pero precisamente en ella se manifiesta su fuerza.
Además ya dice el Señor cómo hay que ir a la misión, confiando en la fuerza del encargo recibido, y no en los medios. Precisamente ha de ponerse de manifiesto que confiamos en la fuerza del Evangelio. Y sin asustarnos del rechazo, continuando el camino. El Evangelio se propone, no se impone y se ha de hacer evangélicamente y no de otra manera.
Y ya sabemos que Él quiere contar con nosotros para continuar el anuncio y la construcción del Reino. Hagamos camino anunciando el Evangelio, que se vea en nosotros la apertura a la conversión que predicamos, nuestra disponibilidad a ungir, a tocar, acariciar a los enfermos de nuestro mundo. Sabiendo que la fuerza de la fe, que nos da esperanza y nos llena del amor misericordioso de Dios, puede expulsar los demonios del miedo, de la desesperanza, de la injusticia que atenazan nuestro mundo.
Nuestra misión que participa de la de Cristo por el bautismo y nos hace pueblo real, sacerdotal y profético nos mueva a no hacernos atrás porque sabemos Quién nos ha llamado, como al profeta Amós, y nos mueva a bendecir siempre y en todo lugar a Dios por Jesucristo, por el derroche de su gracia en nosotros.