Vocación de Moises
Por: Secretariados de Formación y Espiritualidad de Vita et Pax.
El encuentro decisivo en la vida de Moisés ocurre durante un día normal de trabajo: “Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios” (Ex 3,1). Moisés era un hombre extranjero que trabajaba para vivir. Como tantos hombres y mujeres de su tiempo y del nuestro. Durante ese trabajo humilde y por cuenta ajena es cuando ocurre el acontecimiento que cambiará su historia.
Las fábricas, las oficinas, las aulas, los campos, las casas… pueden ser y son el lugar de los encuentros fundamentales de la vida, también del encuentro con Dios. Los momentos decisivos nos llegan en los lugares de la vida ordinaria, mientras trabajamos o simplemente, vivimos y convivimos. A veces, podemos participar en liturgias, hacer peregrinaciones, retiros espirituales y vivir experiencias espléndidas. Pero los acontecimientos que nos cambian ocurren en la vida diaria, cuando, sin buscarla ni esperarla, una voz nos llama por nuestro nombre en los lugares humildes de la vida. Fregando los platos, corrigiendo los deberes, conduciendo un autobús, haciendo la compra o pastoreando un rebaño junto a las zarzas que arden en nuestras periferias.
Moisés no es elegido por ser bueno o por ser mejor que otros u otras. Moisés sabe escuchar la voz que le llama y responde “heme aquí”. Una voz que, encima, no conoce. Moisés no se había educado con su gente. Había crecido con los egipcios, había vivido en un pueblo extranjero, con otros dioses. No había oído las historias de los patriarcas en las largas noches bajo la tienda. Los mismos nombres de Abraham, Isaac y Jacob le decían poco o nada.
Por eso, Moisés dialoga con Dios, discute con Él, le pregunta su nombre, le pide señales, se resiste, presenta objeciones y al final se pone en camino: “Ahora, pues, ve…”. En este diálogo se nos desvela una dimensión esencial de toda vocación profética. No es tener mucha capacidad para hablar ni tener mucha técnica lo que da contenido y fuerza a la profecía. Hay profetas que han salvado y siguen salvando a gente sin saber casi hablar ni escribir, profetas que han hablado y escrito palabras de vida.
La profecía es gratuidad, y su primera expresión es reconocer que la vocación recibida es un don, no mérito humano. La persona llamada no es dueña de la voz. Las únicas palabras que el profeta necesita saber decir es: “Heme aquí”, como Moisés. Y Dios no es un soberano que imparte órdenes a sus súbditos. Es el Dios de la alianza que dialoga, convence, se enfada, argumenta… Y necesita el sí de Moisés para actuar en la historia, como necesitará más tarde el sí de María y ahora nuestro propio sí para seguir actuando en el hoy de la historia.
Si quieres ir descubriendo lo que Dios espera de ti, te ofrecemos acompañamiento vocacional a través de nuestro Secretariado de Espiritualidad. Puedes ponerte en contacto con:
- M. Carmen Martín Gavillero. Teléfono 678 89 88 38.
- M Jesús Antón Latorre. Teléfono 660 76 91 28.
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