Y vendrá un profeta soberano…

Por: D. Cornelio Urtasun

Qué emoción para mi alma el encontrarse en la puerta de entrada del nuevo Año Litúrgico, con su Liturgia pletórica de ilusión, de optimismo y alegría. Yo no sé qué virtud mágica tiene esta Liturgia del Adviento que cada año que pasa me parece más bella, más nueva, más soberana, más divina, más para mi alma, hambrienta, sedienta del que es mi VIDA.

Ha terminado el Año Litúrgico y por más que muchos hemos correspondido tan mal, la Liturgia del Adviento no dice una palabra más alta que otra: … a buscar el remedio de nuestros males, el agua para nuestra sed, la medicina para la enfermedad, la VIDA para nuestra vida: ¡¡J e s u c r i s t o!! La Iglesia, a través del Año Litúrgico, llena de inagotable paciencia y comprensión, sale a nuestro encuentro para decirnos que lo que no se ha hecho en el año anterior se puede hacer en este, que dando de lado al pesimismo y al desaliento es hora de despertar del sueño y es cosa de “forrarse” de Jesucristo.

No hay género de dudas: viene el Señor. Vuelve a venir. ¡Cómo es posible que un corazón enamorado no enloquezca de entusiasmo al sentir los primeros pasos rumorosos del Amado que vuelve en plan de “compadecerse de los pobres, de hacer nacer la justicia y la abundancia de la Paz”!

¡Cómo no vamos a alegrarnos nosotros! Si sabemos que esa venida es ni más ni menos que “para visitarnos en la paz”; para mirarnos con compasión y hacernos crecer en santidad; para multiplicarnos y establecer con nosotros la alianza” que un día se consumará en las Bodas eternas.

¡Alegrémonos! ¡Alegrémonos y miremos con redoblada ilusión, con más ilusionada esperanza a esta nueva venida del Señor en la Navidad que se acerca!

VENDRA EL GRAN PROFETA Y ÉL MISMO RENOVARÁ A JERUSALEN ALELUYA.

¡Oh Profeta soberano, Jesús Rey nuestro, ven! Tú has visto lo mal, lo horrorosamente mal que nos ha ido lejos de Ti, haciéndote poco caso. Por eso ahora te buscamos con más ahínco, con más fervor, con más confianza porque sabemos que en Ti está nuestro remedio y sabemos que vienes de nuevo en la Navidad.

¡Ven, Profeta soberano, Señor Jesús y ven a renovar la Jerusalén de nuestras almas! Quita de ellas todo lo que sobra y pon tanto y tanto como falta. Límpianos de nuestros egoísmos, de nuestras envidias, de nuestras medias tintas y dadnos, Señor, danos temple para el sacrificio, amor a la pobreza, al vivir escondidos contigo en el seno del Padre, sin reparar demasiado en lo que pasa en este valle de lagrimas.

Viene el Señor con paso decidido.

¿Llegará hasta tu alma, hasta la mía? ¿Nacerá en nosotros, en ti y en mí, ese Jesús, por cuyos ojos suspira la tierra entera?

Tú y yo tenemos la palabra. De nosotros, entiéndeme bien: de ti y de mí, depende el que venga, y el que venga a todo plan, o con planes muy raquíticos: “El Señor vendrá a nuestra alma únicamente en la medida que lo deseemos” (P. Baur).

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