Domingo VIII del T.O. Ciclo A
Por: Teresa Miñana. Vita et Pax. Valencia
Yo no te olvidaré!!!
Es la rotunda respuesta que el Señor da a su pueblo temeroso. Temor originado por la desconfianza. Pero el Señor nunca abandonará a su pueblo. Así nos presenta Isaías el amor incondicional que Dios tiene a sus criaturas. Un amor irreversible, permanente, fiel a la palabra dada.
Y esta fidelidad inquebrantable de Dios a cada uno de nosotros pone de manifiesto la debilidad de nuestras respuestas ante tanto bien recibido y nos impulsa a rezar con agradecimiento el salmo 61: Dios es mi roca firme, mi salvación y mi gloria.
En la carta a los Corintios, Pablo afirma que el único juez es el Señor. Solamente Él puede evaluar las acciones de sus criaturas. Si pretendemos juzgar a los demás entramos en un terreno en el que únicamente tiene acceso Dios. Solo Dios puede juzgar con verdad y benevolencia porque se adentra en el corazón de la persona. En el amor no hay temor y el amor compasivo de Dios nos llena de confianza filial.
La enseñanza del evangelio nos presenta dos actitudes contradictorias: el afán por el dinero y por las cosas materiales o la actitud de quien vive confiado en la providencia de Dios. El punto central del texto evangélico nos anima a buscar sobre todo el Reino de Dios y su justicia. Consecuentemente la preocupación fundamental de los discípulos de Jesús será orientar la existencia hacia Dios para poder vivir la confianza gozosa en el Padre. Así podremos eliminar los agobios que el deseo de las cosas materiales puede generar. Optar por la fe exige una libertad interior, relativa especialmente a todo lo que puede atar al mundo.
Esta actitud de fe, no elimina responsabilidades concretas como es ganar el pan con el esfuerzo y el trabajo personal. Pero hay además una exigencia relativa a la justicia. Los que tienen el dinero como ídolo esclavizan a sus semejantes. La desesperanza, la miseria, el hambre, las guerras y todo tipo de injusticias que tanto sufrimiento generan, tienen su origen en la acumulación de dinero y poder que está en manos de unos pocos.
Estas realidades y la fuerza que emana de Jesús de Nazaret deben despertarnos del letargo en que estamos metidos y abandonar la tentación del consumo. Frente a la fascinación del dinero Jesús hace un llamamiento a la reorientación teocéntrica del vivir humano, porque no es posible eliminar la inquietud que produce el deseo incontrolado de tener, de atesorar, sino es practicando la justicia nueva que se define en las bienaventuranzas.
El evangelio proclama claramente que la misión del cristiano es buscar el Reino y cada persona tendrá que ir descubriendo, a lo largo de la vida, mediante qué tareas podrá construirlo.
Oración:
Señor, anhelo con tu gracia corresponder a tu amor.
Concédeme abandonarme en tu providencia con espíritu filial.
Dame generosidad para cuidar y compadecerme de mis hermanos que sufren y también de tu creación.
Ayúdame a actuar como profeta denunciando el mal y anunciando el Reino.