IV Domingo de Cuaresma
Por: Mª Jesús Laveda. Vita et Pax. Guatemala
“Yo soy la luz”
“Yo soy la luz…” y a pesar de la evidencia y claridad de los hechos de Jesús, seguimos siendo ciegos a su verdad.
Dice Jesús: “Para un juicio he venido yo a este mundo, para que los que no ven vean y los que ven se queden ciegos” Y es que hay que querer acoger la luz, la verdad del significado más profundo de la vida y del ser humano. Preferimos no “ver”, permanecer en una oscuridad tranquila que no nos complique la vida, que no nos exija desafíos, cambios, renuncias, nuevos modos de reconocer la verdad del D**s revelado por Jesús y encarnado en su propia humanidad.
El relato de la curación del ciego de nacimiento está lleno de datos que van en la línea de justificar si esa curación viene de Dios, si viene de un hombre que no guarda las leyes de Moisés, que está trasgrediendo el reposo del sábado, si de Jesús, una persona conflictiva, puede venir algo bueno como esa prodigiosa curación… Que no solo significa curación de la vista, sino que expresa el reconocimiento de que el ciego no sufre su ceguera por sus propios pecados o los de sus padres.
Disquisiciones en torno a la adecuación del milagro sanador o de la realidad de quien lo recibe, dejando de lado la profundidad y la verdad del signo que devuelve vida, presencia, luz en quien había estado ciego desde su nacimiento.
¿Cuántas veces nos enredamos en palabras, interpretaciones, comentarios que confirman nuestro saber, no nuestra experiencia de fe y relación con Jesús, dejando de lado la verdadera razón de la actuación, vida y palabras de Jesús de Nazaret cuando nos habla de su Proyecto, el Reino?
Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Primera cuestión. Nos justificamos con normas que hay que cumplir, como los fariseos que se enfrentan a Jesús porque no cumple la ley del sábado. Es ahí donde ponemos la fuerza y olvidamos a la persona que recibe el beneficio. Son más importantes las leyes, los rituales, las tradiciones, que la persona. Pero para Jesús es al revés. Lo importante es el ser humano, su sanación, su felicidad, la posibilidad nueva de relacionarse con los demás al recuperar la vista.
De este hecho sanador podemos concluir, una vez más, que Jesús pone a la persona por delante de la “religión”. A veces, la propia religiosidad y el cumplimiento de las normas y los ritos, nos ciega y no nos permite ver la conducta de Jesús cuyo mensaje sanador nos invita a pensar, actuar y celebrar la vida. Lo demás es secundario. Invisibilizamos la vida porque nos es más cómodo cumplir que vivir coherentemente al estilo de Jesús.
Segunda cuestión. Para llegar a ver con los ojos de Jesús, necesitamos escucharlo, contemplarlo, seguirlo, dejarnos “tocar” por él, como hizo con el ciego del relato evangélico. Tenemos que dejarle que haga su parte, – con su saliva hizo lodo – que nos toque, para poder ver de otra manera la vida, la propia humanidad.
El ciego, una vez recuperada la vista, no acaba de comprender por qué tiene que repetir tantas veces lo que Jesús ha hecho en él. No necesita más explicaciones, se puso en sus manos con confianza… y recuperó la vista. Eso es lo importante. Ya no está ciego.
Y, sin embargo, los que tienen los ojos abiertos, siguen sin ver.
¿Cuáles son nuestras cegueras hoy? ¿Dónde se nos escapa la simplicidad y sencillez evangélica tantas veces repetida por Jesús? Lo importante es el ser humano. Lo importante es la vida. Lo que verdaderamente importa es que cada persona viva y sea feliz. Y en esta tarea pone toda su fuerza.
¿Quién pecó, él o sus padres? Buscan discusiones que no llevan a nada. Ni él, ni sus padres pecaron. Los hombres de la ley, tienen sus ojos y su corazón cegados para no ver la verdad que Jesús ha despertado en el ciego.
Dejémonos tocar por el Amigo. Acerquémonos con confianza y él nos envolverá con su luz.
“Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.