Quinto Domingo de Cuaresma. Ciclo A
Por: Josefina Oller. Vita et Pax. Guatemala
Avanzada la Cuaresma nos encontramos ya en el quinto domingo. En los anteriores y en este mismo, estamos viviendo el proceso catecumenal de la mano del evangelista Juan, quién a lo largo de su evangelio, desde el principio al fin, nos pone de manifiesto la identidad de Jesús, identidad que se va abriendo bellamente a través de los siete signos milagrosos, de sus diálogos, y de sus discursos finales:
YO SOY el agua viva, YO SOY la luz del mundo, YO SOY el pan de vida, YO SOY el Buen Pastor, YO SOY la vid, YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA.
Hoy nos toca reflexionar este signo: la resurrección y la vida tan ampliamente detallado en el episodio de la resurrección de Lázaro. Lo primero que nos tiene que surgir del conjunto de las lecturas de este domingo es el más profundo acto de fe en el DIOS DE LA VIDA a pesar de tantos acontecimientos y noticias de muerte que día a día nos golpean y entristecen.
Pero por encima de todo renace la esperanza que viene de la Palabra de Dios y que por su Espíritu hace revivir los huesos secos y a Jesús le da la fuerza carismática de sacar a un amigo de su tumba.
En la primera lectura nos encontramos con la situación del pueblo de Israel desterrado a Babilonia. Allí entra en reflexión y se siente desesperanzado, toma conciencia de que está reseco como los huesos en una tumba y toma también conciencia de que su pérdida de libertad y con ella, la pérdida de todos sus bienes es el resultado de las malas administraciones de quienes le han conducido.
Pero Dios desde sus entrañable misericordia ve su aflicción y por medio del profeta, promete de nuevo un gesto liberador. Sacará a su pueblo de las tumbas y lo hará revivir devolviendole a su tierra. El pueblo se encuentra desanimado y Ezequiel tiene que recordarles las hazañas de liberación del Dios que es un líder que promete y cumple: “lo digo y lo hago”.
¡Tantos pueblos se encuentran ahora viviendo las mismas circunstancias que el pueblo de Israel y por las mismas causas sociales y políticas! Todos sabemos por qué sufrimientos están pasando, no hace falta describirlos. Sí hace falta nuestra solidaridad y nuestra insistencia al mismo Dios de la vida para que mueva mentes y corazones de quienes pueden ser sus instrumentos de liberación.
(En el momento de entrar al comentario del evangelio de la resurrección de Lázaro, acaba de explotar la inesperada, inédita, dura situación del virus que se va a cobrar tantísimas vidas. Qué decir?)
Lázaro, Marta y María son la misma humanidad envuelta en situaciones de sufrimiento y de muerte. La enfermedad de Lázaro es la del mundo: es el egoísmo dominante, la ambición, la absolutización del dinero para lo cual se pisan todos los derechos; sus ataduras son las ataduras de todas las personas privadas de andar y vivir con dignidad. Jesús llega y como siempre, su deseo que convierte en orden, es liberar: “desatadle”.
Entre Jesús y la familia de Betania, existen relaciones de amor, de amistad y de fraternidad. María le ungió los pies, gesto de amor, es de suponer que Marta cuidaba de él aunque su excesiva preocupación le valiera una pequeña llamada de atención, y el texto insiste en que Jesús y Lázaro eran amigos. Ellos simbolizan también la comunidad cristiana dentro de la cual no pueden faltar estas relaciones amicales y cercanas.
Pero… ¿cómo dejó Jesús que Lázaro muriera? Porque para Jesús la enfermedad que conduce a la muerte es lo que señalamos más arriba y El en su conversación con Marta le estimula la fe en su Persona, en la seguridad de que “si cree verá la gloria de Dios”. Y la gloria de Dios es que el ser humano viva (San Ireneo), que la muerte no tiene la última palabra pese a todas las circunstancias y situaciones dolorosas que nos rodean.
La resurrección de Lázaro es un signo que mira a una realidad más profunda: a larga distancia enfoca la muerte-resurrección de Jesús. De hecho, a los pocos días de haber resucitado a Lázaro, Jesús es condenado a muerte y muere, expresión de su solidaridad con los sufrimientos de la humanidad. Pero el Padre lo resucita y su Resurrección es la prueba definitiva de que la vida vence a la muerte, es la prueba más grande del amor que Dios tiene a la humanidad.
En estos días que estamos viviendo: es preciso activar la fe y la esperanza. A muchos de nuestros hermanos y hermanas a lo largo y ancho del mundo, el Padre ya los ha resucitado, inesperadamente, sin poderlo sospechar, se han encontrado en su Presencia y han recibido el gran abrazo del Dios de la vida.
Una inmensa mayoría está aquí entre nosotros, luchando para que la vida no se les vaya, enfermos en los hospitales de grandes y pequeñas ciudades, acompañados de muchísimos profesionales de todas clases que están entregándose al máximo para salvarlos. Todo ello son signos de que hay capacidad de reacción, de que la solidaridad, la cercanía, el amor en definitiva, son los valores que están en el fondo del corazón humano. Y aunque muchos de ellos no sean conscientes por haberse alejado de Jesús o no haberlo conocido,
El, hará resonar en la intimidad de los corazones, en el impuesto silencio y en las reflexiones que suscita esta situación, su más profunda identidad:
¡¡¡YO SOY LA LUZ MUNDO – YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA!!!
SI CREÉIS, VERÉIS LA GLORIA DE DIOS.