Domingo XIX del TO.
Por: Rosa Mary González Elduayen.
Vita et Pax. Tafalla
Textos Litúrgicos:
Sab 18, 6-9
Sal 32
Heb 11, 1-2. 8-19
Lc 12, 32-48
La liturgia de hoy está centrada en dos temas fundamentales: la fe, en la carta a los Hebreos; y la acogida del Reino que nos ha dado el Padre, y nos lleva a desprendernos de los bienes económicos, con el fin de compartirlos con los demás.
Para saber dónde estamos situados en la vida, el evangelista Lucas nos da una pista que no deja lugar a dudas: “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. La frase no nos resulta novedosa, la hemos leído, meditado y compartido muchas veces. Pero hoy nos la vuelve a recordar en el evangelio, y es bueno pararse a pensar, ¿dónde está HOY mi tesoro?. Pudiera darse que, con el paso de los años, haya perdido el brillo que tanta fuerza nos daba en la juventud para lanzarnos tras él, para ir a su búsqueda, dejando atrás todo los obstáculos que nos impedían vivir en plena libertad para proclamar el Reino de paz, de vida, de justicia y verdad.
Es muy fácil que nos hayamos ido pegando a tantas cosas que nos atan, a tantos cambios en la sociedad que nos hacen dudar y nos confundimos. Hoy como ayer, surgen profetas a nuestro alrededor que nos van manifestando esas semillas del Reino que van creciendo y nos invitan a participar, con todo lo que somos y tenemos, para atender esas nuevas llamadas en las que debemos implicarnos y que nos suponen un nuevo reto.
El relato de la carta a los Hebreos nos orienta a mantener viva nuestra fe. Nos habla de hombres y mujeres de fe que confiaron plenamente en Yavé y se pusieron en camino para alcanzar la tierra prometida. No sabían hacia dónde iban, pero se sentían acompañados por quien les daba la fuerza para continuar. El camino fue muy difícil, y tendrían muchas dudas de seguir hacia adelante o volver; Abrahán, Isaac, Jacob, Sara que se fio de la promesa y obtuvo fuerza para fundar un linaje. Todos herederos de la promesa, de ese tesoro que tenían que alcanzar “mientras esperaban la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios”.
Con esa fe murieron muchos, “sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos”.
Sintiéndonos Iglesia peregrina. Estos días seguimos al Papa Francisco en su viaje a Canadá, y desde allí apuesta por la Iglesia como “sede de un inaudito anuncio de fraternidad, de una revolución sin muertos ni heridos, la del amor”.
Entre el pueblo indígena nos habla de los latidos que allí se pueden escuchar: los latidos del pueblo, el agua y la tierra. “Aquí se puede captar el latido coral de un pueblo peregrino, de generaciones que se han puesto en camino hacia el Señor para experimentar su obra de sanación.” Y nos anima a escuchar “el latido materno de la tierra”
A eso estamos invitadas/os hoy, a seguir trabajando con ilusión por ese tesoro recibido. A cuidar la tierra para que alimente a tantísimas generaciones que vendrán después; a compartir los bienes recibidos sin excluir a nadie. Nos toca sembrar y sembrarnos en la construcción del Reino cada día, la cosecha vendrá, quizás no la recojamos, pero viéndola de lejos y siguiendo caminando como nuestros padres en la fe.