“Bendito el Rey que viene en nombre del Señor”.

Instituto Secular Vita et Pax
Domingo de Ramos
Por: Dionilo Sánchez Lucas. Laico. Ciudad Real.

Textos Litúrgicos:

Is 50, 4-7
Sal 21
Flp 2, 6-11
Lc 22, 14-23, 56

Celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, es el momento de alabanza, alegría y júbilo por todo lo que hemos visto y recibido de Jesús, mediante su palabra, compañía, misericordia y vida entregada.

Es el día de gritar: Paz en la tierra y gloría a Dios en las alturas, “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor”.

Para celebrar desde el amor conviene que interioricemos lo que previamente ha ocurrido, debemos recordar el Evangelio de Jesús, la palabra que le viene de Dios y su testimonio de vida entregada por amor a todos los hombres.

El comienzo de la vida pública de Jesús viene precedido de las tentaciones. También nosotros en nuestra condición humana estamos expuestos a las tentaciones. No solo al inicio, sino a lo largo de nuestra vida. No sólo hemos de discernir sobre hacer el bien o el mal cuando estos están claramente definidos, sino sobre todo cuando nuestras vidas transcurren arrastradas por lo que va aconteciendo sin mostrar signos de estar alejándonos de los demás y apartándonos de Dios; cuando priorizamos nuestros deseos de vivir bien, de poseer y disfrutar de bienes materiales; de acaparar riquezas y ostentar superioridad; para ocupar los primeros puestos o conseguir poder para nuestro orgullo o enaltecernos a la vista de los demás. Constantemente hemos de preguntarnos si estamos siguiendo a Jesús o nos hemos perdido en el camino.

Para celebrar la llegada triunfal hemos de recordar la palabra de Jesús, inspirada en su relación con el Padre. Su vida pública estuvo marcada por la enseñanza para la vida, unas veces mediante parábolas para aquel que esté dispuesto y con deseos de entender, otras de forma más directa y cercana. La persona debe escuchar y estar atenta a la palabra del Evangelio, desde las bienaventuranzas y el anuncio de la llegada del reino de Dios, pasando por diferentes parábolas como las del sembrador, la del buen samaritano, la del grano de mostaza y la levadura, hasta otras que nos llaman al encuentro con el Padre, su misericordia y el amor entre los hombres, entre otras, la llamada a ser pescadores de hombres, el perdón de la mujer adultera y el padre misericordioso.

También debemos recordar para celebrar con amor el domingo de ramos, el testimonio de vida entregada de Jesús. Los evangelios están llenos de pasajes de curación de enfermos con deseos de vivir, de compasión de paralíticos con anhelos de caminar, de ciegos que quieren ver, de encuentro y admiración por los más pobres, por los que pasan hambre y sed material y espiritual. Todos ellos son los elegidos y preferidos de Jesús, con los que realmente quiere estar, a los que verdaderamente valora.

Pero Jesús sabía que la alegría era momentánea, los ojos de la gente seguían cerrados, las manos no modelaban bien el barro, el corazón permanecía duro como las piedras, los poderosos oprimían al pueblo, la plenitud del Reino de Dios estaba por llegar.

Todo ocurriría según los dispuesto por el Padre. Jesús debía entregar su cuerpo y derramar su sangre para la salvación del hombre.

Estando libre de culpa se dejó coger, fue humillado y maltratado, no levantó la voz para defenderse, acepto el camino de la cruz, buscó tiempo para mirar y dirigirse a las mujeres, compadeciéndose de ellas y de sus hijos, imploró al Padre el perdón de los que provocaron su crucifixión y muerte, se convirtió en el último momento un malhechor y le prometió el paraíso.

Al final entregó su vida y descendió a los infiernos, allí donde estaba el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad, para elevarse con todos al cielo y manifestar el triunfo de la vida sobre la muerte.

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